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Lo que más hizo Gil González en aquellas tierras

Viendo Gil González que lo recibían amorosamente, quiso calar los secretos y riquezas de la tierra y ver si confinaban con lo que Cortés conquistaba, pues en muchas cosas de los de allí semejaban a los de México, según las nuevas que de allá tenían. Así que fue y halló muchos lugares no muy grandes, mas buenos y bien poblados. No cabían los caminos de los muchos indios que salían a ver los españoles, y maravillábanse de su traje y barbas, y de los caballos, animal nuevo para ellos. El principal de todos fue Diriangen, cacique guerrero y valiente, que vino acompañado de quinientos hombres y veinte mujeres, todos en ordenanza de guerra, aunque sin armas, y con diez banderas y cinco bocinas. Cuando llegó cerca, tañeron los músicos y desplegaron las banderas. Tocó la mano a Gil González, y lo mismo [291] hicieron todos los quinientos, ofreciéndole sendos gallipavos, y muchos cada dos. Las mujeres le dieron cada veinte hachas de oro, que pesaban a dieciocho pesos y algunas más. Fue más vistoso que rico aquel presente, porque no era el oro sino de catorce quilates, y aun menos. Usan aquellas hachas en la guerra y edificios. Dijo Diriangen que venía por mirar tan nueva y extraña gente, que tal fama tenía. Gil González se lo agradeció mucho, dióle algunas cosas de quinquellería y rogóle que se tornase cristiano. Él dijo que le placía, pidiendo tres días de término para comunicarlo con sus mujeres y sacerdotes, y era para juntar gente y robar los cristianos, despreciando su pequeño escuadrón, y diciendo que no eran más hombres que él. Fue, pues, y volvió muy armado y orgulloso, aunque muy callando, y dio sobre los nuestros una gran grita y arma de improviso, pensando espantarlos y romperlos, y aun comérselos. Gil González estaba muy a punto, siendo avisado por sus corredores, que sintieron los enemigos. Diriangen acometió y peleó animosamente todo casi un día. Tornóse la noche por donde vino, con pérdida de muchos suyos, teniendo a los barbudos por más que hombres, y comenzó a llamar amigos y comarcanos, injuriado que no venció. Gil González dio muchas gracias al Señor de los ejércitos, que libró tan pocos españoles de tantos indios. Y de miedo, o por guardar el oro que ya tenía, desvióse de aquel cacique y volvióse a la mar por otro camino, en el cual pasó grandes trabajos, hambre y peligro de morir ahogado o comido. Caminó más de doscientas leguas andando de pueblo en pueblo. Bautizó treinta y dos mil personas, y hubo doscientos mil pesos de oro bajo, dado y tomado. Otros dicen más, y algunos menos. Empero fue mucha riqueza, cual nunca él pensara, y que lo ensoberbeció. Halló en San Vicente a Andrés Niño, que, según afirmaba, había navegado trescientas leguas de costas hacia poniente sin hallar estrecho, y volvióse a Panamá, y de allí fue a Santo Domingo a dar cuenta de su viaje y a concertar otras naos para tornar a Nicaragua por Honduras y saber en qué parte de aquella costa era el desaguadero de la laguna. Mas ya en otros cabos está dicho cuándo y en qué fue, y cómo se perdió y le prendió Cristóbal de Olid.