CXCVIII

De las perlas

El cacique Pedrarias hizo pescar perlas a sus nadadores delante los españoles, que se lo rogaron, y que se holgaron de tal pesca. Los que a pescar entraron eran grandes hombres de nadar a somorgujo, y criados toda la vida en aquel oficio. Fueron en barquillas estando mansa la mar, que de otra manera no entran. Echaron una piedra por ancla a cada canoa, atada con bejucos, que son recios y correosos como varas de avellano. Zambulléronse a buscar ostiones con sendas talegas y saquillos al cuello, y salieron una y muchas veces cargados de ellos. Entran cuatro, seis y aun diez estados de agua, porque cuanto mayor es la concha tanto más hondo anda y está; y si alguna vez suben arriba las grandes, es con tormenta, aunque andan de un cabo a otro buscando de comer. Pero hallando su pasto, están quedas hasta que se les acaba o sienten que las buscan. Péganse tanto a las peñas y suelo, y unas con otras, que mucha fuerza es menester para despegarlas, y hartas veces no pueden, y otras las dejan, pensando que son piedras. También se ahogan hartos pescándolas, o porque les falta el aliento forcejando por arrancarlas, o porque se les traba y entrica la soguilla, o los desbarrigan y comen peces carniceros que hay, como son los tiburones. Las talegas que meten al cuello son para echar las conchas; las soguillas, para atarse a sí, echándoselas por el lomo con dos cantos asidos de ella por pesga contra la fuerza del agua, que no los levante y mude. De esta manera pescan las perlas en todas las Indias; y porque morían muchos pescándolas con los peligros susodichos, y con los grandes y continuos trabajos, poca comida y mal tratamiento que tenían, ordenó el emperador una ley, entre las que Blasco Núñez Vela llevó, que pone pena de muerte al que trajere por fuerza indio ninguno libre a pescar perlas, estimando en mucho más la vida de los hombres que no el interés de las perlas, si han de morir por ellas, aunque valen mucho. Ley digna de tal príncipe, y de perpetua memoria. Escriben los antiguos por gran cosa tener una concha cuatro o cinco perlas; pues yo digo que se han tomado en las Indias y Nuevo Mundo, por nuestros españoles, muchas de ellas con diez, veinte y treinta perlas, y aun algunas con más de ciento, empero menudas. Cuando no hay más de una, es mayor y mucho mejor. Dicen que las muchas están como huevos chiquiticos en la madre de las gallinas, y que paren las conchas, lo cual no creo; porque si pariesen, no serían tan grandes, si ya no van preñadas siempre jamás. Bien es verdad que a cierto tiempo del año se tiñe algo la mar en Cubagua, donde más perlas se han pescado, y de allí arguyen que desovan y que les viene su purgación como a mujeres. Las perlas amarillas, azules, verdes y de otros colores que hay, debe ser artificial, aunque puede natura diferenciarlas, así como las otras piedras y como a los hombres, que, siendo una misma carne, son de diverso color. Cuando asan las conchas para comer, dicen que las perlas se tornan negras; y así, entonces no vale [288] cosa el nácar y berrueco, con lo cual suelen muchas veces engañar los bobos y locos. Los indios no las sabían horadar como nosotros, y por eso valían mucho menos aquellas que traían ellos sobre sus personas. La mejor y más preciada hechura y talle de perla es redonda, y no es mala la que parece pera o bellota, ni desechan la hueca como media avellana, ni la tuerta ni chiquita. Y ya todos traen perlas y aljófar, hombres y mujeres, ricos y pobres; pero nunca en provincia del mundo entró tanta perlería como en España; y lo que más es, en poco tiempo. En fin, colman las perlas la riqueza de oro y plata y esmeraldas que habemos traído de las Indias. Mas considero yo, qué razón hallaron los antiguos y modernos para estimar en tanto las perlas, pues no tienen virtud medicinal y se envejecen mucho, como lo muestran, perdiendo su blancura; y no alcanzo sino que por ser blancas, color muy diferente de todas las otras piedras preciosas; y así desprecian las perlas de cualquier otro color, siendo todas unas. Quizá es porque se traen del otro mundo, y se traían, antes que se descubriese, de muy lejos, o porque cuestan hombres.