Panamá
Del río Perú al Cabo Blanco, que por otro nombre se dice Puerto de la Herradura, ponen de tierra, costa a costa, cuatrocientas menos diez leguas, contando [284] así: de Perú, que cae dos grados acá de la Equinoccial, hay sesenta leguas al golfo de San Miguel, que está en seis grados, y veinte y cinco leguas del otro golfo de Urabá o Darién, y boja cincuenta. Descubrióle Vasco Núñez de Balboa el año de 13, buscando la mar del Sur, como en su tiempo dijimos, y halló en él muchas perlas. De este golfo a Panamá hay más de cincuenta, que descubrió Gaspar de Morales, capitán de Pedrarias de Avila; de Panamá a la punta de Guera, yendo por Paris y Natán, ponen setenta leguas; de Guera, que cae a poco más de seis grados, hay cien leguas a Borica, que es una punta de tierra puesta en ocho grados, de la cual hay otras ciento hasta Cabo Blanco, que parece uña de águila y que está en ocho grados y medio a esta parte de la Equinoccial. Estas doscientas y setenta leguas descubrió el licenciado Gaspar de Espinosa, de Medina del Campo, alcalde mayor de Pedrarias, año de 15 ó 16, juntamente con Diegarias de Avila, hijo del gobernador, aunque poco antes habían corrido por tierra Gonzalo de Badajoz y Luis de Mercado la costa de Paris y Natán por cincuenta leguas, y fue de esta manera: Pedrarias de Avila envió muchos capitanes a descubrir y poblar en diversas partes, según en otro cabo conté, entre ellos fue Gonzalo de Badajoz, el cual partió del Darién por marzo del año de 1515 con ochenta compañeros y fue al Nombre de Dios, donde estuvo algunos días atrayendo de paz a los naturales; mas como el cacique no quería su amistad ni contratación, no pudo. Llegó también allí entonces Luis de Mercado con otros cincuenta españoles del mismo Pedrarias, y acordaron entre ambos irse a la costa del Sur, que tenía fama de más rica tierra; así, que tomaron indios para guía y servicio, y subieron las sierras, en la cumbre de las cuales estaba Yuana, señor de Coiba, que llamaron la rica por hallar oro donde quiera que cavaban. Huyó el cacique, de miedo de aquellos nuevos y barbudos hombres, y no quiso venir, por mensajeros que le hicieron; y así, saquearon y quemaron el pueblo, y pasaron delante con buena presa de esclavos; no digo que los hicieron, sino que ya lo eran. Usan mucho por allí tener esclavos para sembrar, coger oro y hacer otros servicios y provechos. Tráenlos herrados, las caras de negro y colorado; pínchanles los carrillos con hueso y espinas de peces, y échanles ciertos polvos, negros o colorados, tan fuertes, que por algunos días no les dejan mascar, y que nunca pierden la color. De Coiba fueron cinco días por el camino del agua, que otro no sabían, sin ver poblado ninguno. Al postrero toparon dos hombres con sendas talegas de pan, que los guiaron a su cacique, dicho Totonaga, que ciego era, el cual los hospedó amorosamente y les dio seis mil pesos de oro en granos, vasos y joyas; dióles también noticia de la costa y riqueza que buscaban. Ellos se despidieron de él alegres y contentos, y caminando hacia poniente llegaron a un lugar de Taracuru, reyezuelo rico, que les dio hasta ocho mil pesos de oro. Destruyeron a Pananome porque no los recibió el señor, aunque era hermano de Taracuru. Pasaron por Tavor, y fueron bien recibidos de Cheru, que les hizo un presente de cuatro mil pesos de oro; era rico por el trato de unas muy buenas salinas que tenía. Otro día entraron en un pueblo, y el señor Natán les dio quince mil pesos de oro. Reposaron allí por el buen acogimiento [285] y amor a los vecinos. Había mucha comida y buenas casas con chapiteles y cubiertas de paja; los varales, de que son, entretejidos por gran concierto, y parecen harto bien. Tenían ya Badajoz y Mercado ochenta mil pesos de oro en granos, collares, bronchas, zarcillos, cascos, vasos y otras piezas que les habían dado y ellos habían tomado y rescatado. Tenían también cuatrocientos esclavos para llevar el oro, ropa y españoles enfermos. Caminaron sin concierto ni cuidado, como no habían hallado hasta allí resistencia, en busca del rey Pariza, o Paris, como dicen otros, que tenía fama del más rico señor de aquella costa. El Pariza tuvo sentimiento y espías de su venida; armó gente, púsose al paso, paróles una celada, dio sobre ellos, y antes que se pudiesen resolver hirió y mató hasta ochenta españoles, que los demás huyeron; y tomó los ochenta mil pesos de oro y los cuatrocientos esclavos, con toda la ropa que llevaban. No gozó mucho Pariza el despojo, aunque goza de la fama; ca después lo despojaron a él y a su tierra en diversas veces aquel oro y dos tanto. No pudo ir Pedrarias a vengar la muerte de sus españoles, por enfermedad, y envió a Gaspar de Espinosa, su alcalde mayor, el cual conquistó aquella tierra, descubrió la costa que dije y pobló a Panamá. Es Panamá chico pueblo, mal asentado, mal sano, aunque muy nombrado por el pasaje del Perú y Nicaragua, y porque fue un tiempo chancillería; es cabeza de obispado y lugar de mucho trato. Los aires son buenos cuando son de mar; y cuando de tierra, malos; y los buenos de allí son malos en el Nombre de Dios, y al contrario. Es la tierra fértil y abundante; tiene oro, hay mucha caza y volatería; y por la costa, perlas, ballenas y lagartos, los cuales no pasan de Túmbez, aunque allí cerca los han muerto de más de cien pies en largo y con muchos guijarros en el buche; si los digieren, gran propiedad y calor es. Visten, hablan y andan en Panamá como en Darién y tierra de Culúa, que llaman Castilla de Oro. Los bailes, ritos y religión son algo diferentes, y parecen mucho a los de Haití y Cuba. Entallan, pintan y visten a su Tavira, que es el diablo, como le ven y hablan, y aun lo hacen de oro vaciadizo. Son muy dados al juego, a la carnalidad, al hurto y ociosidad. Hay muchos hechiceros y brujos que de noche chupan los niños por el ombligo; hay muchos que no piensan que hay más de nacer y morir, y aquellos tales no se entierran con pan y vino ni con mujeres ni mozos. Los que creen inmortalidad del alma se entierran, si son señores, con oro, armas, plumas; si no lo son, con maíz, vino y mantas. Secan al fuego los cuerpos de los caciques, que es su embalsamar; meten con ellos en las sepulturas algunos de sus criados, para servirlos en el infierno, y algunas de sus muchas mujeres que los amaban; bailan al enterramiento, cuecen ponzoña y beben de ella los que han de acompañar al difunto, que a las veces son cincuenta. También se salen muchos a morir al campo, donde los coman aves, tigres y otras animalias. Besan los pies al hijo o sobrino que hereda, estando en la cama, que vale tanto como juramento y coronación. Todo esto ha cesado con la conversión; y viven cristianamente, aunque faltan muchos indios, con las primeras guerras y poca justicia que hubo al principio. [286]