CXCIV

Cosas notables que hay y que no hay en el Perú

Oro y plata hay donde quiera, mas no tanto como en el Perú, y fúndenlo en hornillos con estiércol de ovejas, y al aire, peñas y cerros de colores; no sé dónde lo hay como aquí; aves hay diferentes de otras partes, como la que no tiene pluma y la que pequeñísima es, según un poco antes contamos. Los osos, las ovejas y gatos gesto de negros son propios animales de esta tierra. Gigantes dicen que hubo en tiempos antiguos, cuyas estatuas halló Francisco Pizarro en Puerto Viejo y diez o doce años después se hallaron no muy lejos de Trujillo grandísimos huesos y calaveras con dientes de tres dedos en gordo y cuatro en largo, que tenían un verdugo por de fuera y estaban negros; lo cual confirmó la memoria que de ellos anda entre los hombres de la costa. En Colli, cerca de Trujillo, hay una laguna dulce que tiene el suelo de sal blanca y cuajada. En los Andes, detrás de Jauja, hay un río que, siendo sus piedras de sal, es dulce. Una fuente está en Chinca cuya agua convierte la tierra en piedra, y la piedra y barro en peña. En la costa de San Miguel hay grandes piedras de sal en la mar, cubiertas de ovas. Otras fuentes o mineros hay en la punta de Santa Elena que corren un licor, el cual sirve por alquitrán y por pez. No había caballos, ni bueyes, ni mulos, asnos, cabras, ovejas, perros, a cuya causa no hay rabia allí ni en todas las [281] Indias. Tampoco había ratones hasta en tiempo de Blasco Núñez: remanecieron tantos de improviso en San Miguel y otras tierras, que royeron todos los árboles, cañas de azúcar, maizales, hortaliza y ropa sin remedio ninguno, y no dejaban dormir a los españoles y espantaban a los indios. Vino también langosta muy menuda en aquel mismo tiempo, nunca vista en el Perú, y comió los sembrados. Dio asimismo una cierta sarna en las ovejas y otros animales del campo, que mató como pestilencia las más de ellas en los llanos, que ni las aves carniceras las querían comer. De todo esto vino gran daño a los naturales y extranjeros, que tuvieron poco pan y mucha guerra. Dicen también que no hay pestilencia, argumento de ser los aires sanísimos, ni piojos, que lo tengo a mucho; mas los nuestros bien los crían. No usaban moneda, teniendo tanta plata, oro y otros metales; ni letras, que mayor falta y rudeza era; pero ya las saben y aprenden de nosotros, que vale más que sus desaprovechadas riquezas. No es de callar la manera que tienen en hacer sus templos, fortalezas y puentes: traen la piedra arrastrando a fuerza de brazos, que bestias no hay, y piedras de diez pies en cuadro, y aun mayores. Asiéntanlas con cal y otro betún, arriman tierra a la pared, por donde suben la piedra, y cuanto el edificio crece, tanto levantan la tierra, ca no tienen ingenios de grúas y tornos de cantería; y así, tardan mucho en semejantes fábricas, y andan infinitas personas; tal edificio era la fortaleza del Cuzco, la cual era fuerte, hermosa y magnífica. Los puentes son para reír y aun para caer; en los ríos hondos y raudos, que no pueden hincar postes, echan una soga de lana o verga de un cabo a otro por parte alta; cuelgan de ella un cesto como de vendimiar, que tiene las asas de palo, por más recio; meten allí dentro el hombre, tiran de otra soga y pásanlo. En otros ríos hacen una puente sobre pies de un solo tablón, como las que hacen en Tajo para las ovejas; pasan por allí los indios sin caer ni turbarse, que lo continúan mucho; mas peligran los españoles, desvaneciendo con la vista del agua y altura y temblor de la tabla; y así, los más pasan a gatas. También hacen buenas puentes de maromas sobre pilares que cubren de trenzas, por las cuales pasan caballos, aunque se bambolean. La primera que pasaron fue entre Iminga y Guaillasmarca, no sin miedo, la cual era de dos pedazos: por el uno pasaban los incas, orejones y soldados, y por el otro los demás, y pagaban pontazgos, como pecheros, para sustentar y reparar el puente, aunque los pueblos más vecinos eran obligados a tener en pie los puentes. Donde no había puente de ninguna suerte hacían balsas y artesas, mas la reciura de los ríos se las llevaba; y así, les convenía pasar a nado, que todos son grandes nadadores. Otros pasan sobre una red de calabazas, guiándola uno y empujándola otro, y el español o indio y ropa que va encima se cubre de agua. Por defecto, pues, y maleza de puentes se han ahogado muchos españoles, caballos, oro y plata; que los indios a nado pasan. Tenían dos caminos reales del Quito al Cuzco, obras costosas y notables; uno por la sierra y otro por los llanos, que duran más de seiscientas leguas; el que iba por llano era tapiado por ambos lados, y ancho veinte y cinco pies; tiene sus acequias de aguas, en que hay muchos árboles, dichos molli. El que iba [282] por lo alto era de la misma anchura cortado en vivas peñas y hecho de cal y canto, ca o bajaban los cerros o alzaban los valles para igualar el camino; edificio, al dicho de todos, que vence las pirámides de Egipto y calzadas romanas y todas obras antiguas. Guainicapa lo alargó y restauró, y no lo hizo, como algunos dicen; que cosa vieja es, y que no la pudiera acabar en su vida. Van muy derechos estos caminos, sin rodear cuesta ni laguna, y tienen por sus jornadas y trechos de tierra unos grandes palacios, que llaman tambos, donde se albergan la corte y ejército de los incas; los cuales están abastecidos de armas y comida, y de vestidos y zapatos para los soldados; que los pueblos comarcanos los proveían de obligación. Nuestros españoles con sus guerras civiles han destruido estos caminos, cortando la calzada por muchos lugares para impedir el paso unos a otros y aun los indios deshicieron su parte cuando la guerra y cerco del Cuzco.