El repartimiento de indios que Gasca hizo entre los españoles
En siendo degollado Pizarro, se fue Gasca al Cuzco con todo el ejército para dar asiento en los negocios tocantes al sosiego y contento de los españoles, al bien y descanso de los indios y al servicio del rey y de Dios, que lo más principal era. Como llegó, derribaron las casas de Pizarro y de otros traidores y sembráronlas de sal, y pusieron otra piedra con letras que dicen: «Estas casas eran del traidor de Gonzalo Pizarro». Envió Gasca al capitán Alonso de Mendoza con gente a los Charcas a prender los pizarristas que allí huído habían y traer los quintos y tributos del rey. Envió eso mismo a Gabriel de Rojas, a Diego de Mora y a otros, por toda la tierra, a recoger las rentas y quinto real. Hizo un pueblo entre el Cuzco y el Collao, que llaman Nuevo. Despachó al Chili a Pedro de Valdivia con la gente que seguirle quiso, y al capitán Benavente a su conquista, tierra hacia Quito, y rica de ganado y minas de oro. Proveyó a Diego Centeno para las minas de Potosí, que caen en los Charcas y que son las mejores del Perú y aun del mundo, ca de un quintal de mineral sale medio de plata y mucho más, y una cuesta hay allí, toda veteada de plata, que tiene media legua de alto y una de circuito. Dio licencia que se fuesen a sus casas y pueblos todos los que tenían vecindad, vasallos y hacienda. Era todo esto para desecharlos de sí, que lo fatigaban pidiéndole repartimientos y en qué vivir. Salióse, pues, a Apurima, doce leguas del Cuzco, y allí consultó el repartimiento con el arzobispo de Los Reyes, Loaisa, y con el secretario Pero López, y dio millón y medio de renta, y aun más, a diversas personas, y ciento y cincuenta mil castellanos en oro, que sacó a los encomenderos. Casó muchas viudas ricas con hombres que habían bien servido al rey. Mejoró a muchos que ya tenían repartimientos, y tal hubo que llevó cien mil ducados por año, renta de un príncipe, si no se acabara con la vida; mas el emperador no la da por herencia. Quien más llevó fue Hinojosa. Fuése Gasca a Los Reyes por no oír quejas, reniegos y maldiciones de soldados, y aun de temor, enviando al Cuzco al arzobispo a publicar el repartimiento y a cumplir de palabra con los que sin dineros y vasallos quedaban, prometiéndoles grandes mercedes para después. No pudo el arzobispo, por bien que les habló, aplacar la saña de los soldados a quien no les alcanzó parte del repartimiento, ni la de muchos que poco les cupo. Unos se quejaban de Gasca porque no les [273] dio nada; otros, porque poco, y otros, porque lo había dado a quien desirviera al rey y a confesos, jurando que lo tenían de acusar en Consejo de Indias; y así, hubo algunos, como el mariscal Alonso de Alvarado y Melchior Verdugo, que después escribieron mal de él al fiscal, por vía de acusación. Finalmente, platicaron de amotinarse, prendiendo al arzobispo, al oidor Cianca, a Hinojosa, a Centeno y Alvarado, y rogar al presidente Gasca reconociese los repartimientos y diese parte a todos, dividiendo aquellos grandes repartimientos o echándoles pensiones, y si no, que se los tomarían ellos. Descubrióse luego esto, y Cianca prendió y castigó las cabezas del motín, con que todo se apaciguó.