CLXXVIII

Hinojosa entrega la flota de Pizarro a Gasca

Había muchos días que Pizarro andaba por enviar procuradores a España, y estaban hechos los poderes de todos los cabildos para Lorenzo de Aldana. Mas nunca lo despachaba, por estorbarlo Francisco de Caravajal, que no quería paz ni España; y despachólo entonces con esta carta para Gasca, dándole por compañero a Gómez de Solís. Envió también con él a Pero López, ante quien habían pasado todos o los más autos. Rogó a fray Hierónimo de Loaisa, obispo de Los Reyes, y a fray Tomás de San Martín, provincial de los predicadores, que fuesen con él, por que abonasen su partido con Gasca y con el emperador, o por echarlos del Perú. Ofrecía Pizarro muchos dineros al emperador, y pedía que le diese la gobernación, y que no llevase quinto, sino diezmo por ciertos años. Esto iba con las otras cosas de la embajada. Escribió a Hinojosa, y dijo a Lorenzo de Aldana que diesen cincuenta o más millares de castellanos a Gasca por que se volviese a España, o le matasen como mejor pudiesen; y con tanto los despidió. Ellos fueron a Panamá, dieron la carta a Gasca y avisáronle cómo lo querían matar, para que se guardase. Certificáronle que Pizarro no lo recibiría y cómo había muchos en el Perú que lo deseaban ver allá para pasarse a él en servicio de su rey. Gasca, que antes también se temía no le matasen, temió reciamente. Y con la carta de los de Pizarro y nuevas que le daban se declaró en todo lo que llevaba y en todo lo que hacer pensaba. Hinojosa entonces dióle las naos de su voluntad, que fuerza nadie se la podía hacer, y por grandísima negociación de Gasca y promesas. Por aquí comenzó la destrucción de Gonzalo Pizarro. Gasca tomó la flota e hizo general de ella al mismo Pedro de Hinojosa, y volvió las naos y banderas a los capitanes que las tenían por Pizarro, [259] que fue hacerse fieles de traidores. No cabía de gozo en verse con la armada, creyendo haber ya negociado muy bien, y a la verdad sin ella tarde o nunca saliera con la empresa, ca no pudiera ir por mar al Perú, y yendo por tierra, como al principio pensara, pasara muchos trabajos, hambre y frío y otros peligros antes de llegar allá. Luego, pues, que Gasca se apoderó de la flota, envió por la artillería que había en el Nombre de Dios al oidor Cianca, para mejor artillar las naos y para tener algunos tiros en el ejército. Puso en las islas a Pablo de Meneses, Juan de Llanes y Juan Alonso Palomino, con ciertos navíos que guardasen la costa, por que no fuese aviso a Pizarro de la entrega de la flota y aparato de guerra que se hacía contra él, los cuales tomaron a Gómez de Solís, que iba tras Aldana, y que declaró más por entero la intención de Pizarro. Envió también Gasca por gente y comida a Nicaragua, Nueva-España, nuevo reino de Granada, Santo Domingo y otras partes de Indias, avisando cómo tenía ya en su poder la armada de Pizarro, principalísima fuerza del tirano; ordenó un hospital (a fuer de corte) con su médico y boticario, que fue gran remedio para los enfermos que allí y en la guerra hubo, y dio el cargo de él a Francisco de la Rocha, de Badajoz, fraile de la Trinidad. Buscó dineros para pagar los soldados y socorrer los caballeros, y tan afable, tan cortés, franco y animoso se mostró, que lo tuvieron en harto más que hasta allí los pizarristas, cotejando especialmente su prudencia con la presencia de hombre. Despachó asimismo a Lorenzo de Aldana, Juan Alonso Palomino, Juan de Llanes y Hernán Mejía en cuatro naos con cartas para los del Perú, y mandó a Lorenzo de Aldana, que iba por general, que no tocasen en tierra hasta llegar a Lima; y que, dando allí las cartas de perdón general y revocación de las ordenanzas, apellidasen al rey y corriesen la costa, yendo unos a Arequipa y volviendo otros a Trujillo. Dicen que para tener color a mover primero la guerra hizo una información contra Pizarro y sus consortes de cómo habían prendido a Paniagua, y de su dañada intención y rebeldía; de suerte que se entendían los dos, y no se llevaban más de los barriles.