El consejo que Pizarro tuvo sobre las cartas de Gasca
Entró Paniagua en Los Reyes y dio a Pizarro los despachos de Gasca a tiempo que solo estaba. Pizarro lo trató mal de palabra y no le mandó sentar, de que Paniagua se afrentó. Envió a llamar a Cepeda, que Francisco de Caravajal aún no era venido de los Charcas, para comunicarle las cartas. Cepeda, hallando enojado al uno y corrido al otro, hizo sentar a Paniagua y reprehendió a Pizarro, el cual le respondió, riendo: «Por Nuestra Señora que me enojé porque me dijo que no podría salir con lo que había empezado». Cepeda se salió, de que hubieron platicado un buen rato sobre muchos negocios, llevó consigo a Paniagua y aposentóle en casa de Ribera el viejo, donde fue muy regalado, y le dio caballos en que anduviese, que era amigo de correr una carrera y parecer bien a caballo. Hubo muchos corrillos con la venida de Paniagua, y cada uno decía lo que deseaba. Pizarro no dio crédito a las cartas de Gasca ni a las palabras de Paniagua creyendo muy cierto que todas eran para engañarlo. Llamó todas las personas principales, leyóles las cartas, pidióles sus pareceres, juró sobre una imagen de Nuestra Señora que cada uno podía decir libremente su parecer, y propuso el caso. No se confiaron todos; y así no hablaron muchos de ellos con libertad, que si osaran, o si hubiera cartas de Hinojosa, que se dieran; Pizarro se ponía sin duda ninguna en manos de Gasca, porque no estaba allí Francisco de Caravajal, para estorbarlo, que era quien le aconsejaba se hiciese rey sin curar del rey. Lo que más altercaron fue si dejarían llegar a Gasca o no, y dónde lo matarían, o allí después de venido, no haciendo lo que quisiesen ellos, o en Panamá. El parecer más común fue que no le dejasen llegar, por ser así la voluntad de Pizarro, que tenía su esperanza en Hinojosa, y [257] aun su fuerza. Algunos dijeron que también sería bueno despoblar a Panamá y Nombre de Dios, con otros muchos lugares, para que los reales no tuviesen comida ni servicio, y apoderarse de cuantos navíos hubiese en toda la mar del Sur, para que nadie pudiese entrar en el Perú, y echar quinientos o más arcabuceros en Nicaragua, Guatemala, Tecoantepec y jalisco, que levantasen por Pizarro la Nueva España y todas aquellas provincias, confiando hallar favor en muchos pobres y descontentos; y si no lo hallasen, robar y quemar los pueblos de la marina, para que tuviesen harto en sus duelos sin curar de los ajenos; empresa peor que la comenzada. Estando, pues, todos conformes, respondieron juntos en una carta, que así lo quiso Pizarro por autorizar su negocio, y que viese Gasca cómo toda la tierra era con él, y por estar más seguro de ellos, pues metían prendas firmando la respuesta. Firmaron la carta sesenta o más hombres principalísimos, y Cepeda el primero, como teniente general de Pizarro en guerra y en justicia.
«Muy magnífico señor: Por cartas del capitán de la flota Pedro de Hinojosa supimos la venida de vuestra merced y el buen celo que trae al servicio de Dios nuestro señor y del emperador y al bien de esta tierra. Si fuera en tiempo que no hubieran acontecido tantas cosas en esta tierra como han, después que a ella vino Blasco Núñez Vela, fuera bien, y todos holgáramos. Mas, empero, habiendo habido tantas muertes y batallas entre los que vivos somos y los que murieron, no solamente no sería segura la entrada de vuestra merced en estos reinos, pero sería total causa que del todo se asolasen. Ninguno hay de parecer que vuestra merced entre en ellos, ni aun sabemos si podríamos escapar la vida al que otro dijese, ni sería parte para ello el señor Gobernador Pizarro, según en lo que todos están puestos. Todos estos reinos envían procuradores al emperador y rey nuestro señor, con entera información de cuanto en ellos ha pasado hasta hoy desde que Blasco Núñez (que Dios perdone) vino; donde claramente muestran y prueban su inocencia y justificación y la culpa y braveza de Blasco Núñez, que no les quiso conceder la suplicación de las ordenanzas, sino ejecutarlas con todo rigor, haciendo guerra y fuerza en lugar de justicia. Suplican al emperador confirme al señor Gonzalo Pizarro en la gobernación del Perú, como al presente la tiene, pues él es por sus virtudes y servicios merecedor de ello, amado de todos y tenido por padre de la patria, mantiene la tierra en paz y justicia, guarda los quintos y derechos del rey, entiende las cosas de acá muy bien, con la larga experiencia que tiene; lo que otro no entendería sin primero haber recibido la tierra y gente muy grandes daños. Confiamos en el emperador que nos hará esta merced, porque no hemos faltado a su real servicio con cuantos desconciertos y guerras furiosas nos han hecho sus jueces y gobernadores, que han robado y destruido las haciendas y rentas reales; y que aprobará todo lo que hecho habemos en defensa nuestra y en prosecución de la apelación de las ordenanzas. Perdón, ninguno de nosotros le pide, porque no hemos errado, sino servido a nuestro rey, conservando nuestro derecho como sus leyes permiten; y certifican a vuestra merced que si Fernando Pizarro, a quien mucho queremos, viniera como [258] vuestra merced viene, no le consintiéramos entrar acá, o antes muriéramos todos sin faltar uno, ca no estimamos en esta tierra aventurar la vida por la honra en cosas aun no de mucho peso, cuanto más en esta que nos va la hacienda, honra y vida. A vuestra merced suplicamos, por el celo y amor que siempre ha tenido y tiene al servicio de Dios y del rey, se vuelva a España e informe al emperador de lo que a esta tierra conviene, como de su prudencia se espera, y no dé ocasión que muramos en guerra y matemos los indios que de las pasadas han quedado, pues de la determinación de todos otro fruto salir no puede. El capitán Lorenzo de Aldana va a negociar por estos reinos. Vuestra merced le dé todo crédito. Nuestro Señor la muy magnífica persona de vuestra merced guarde y ponga en el descanso que desea. De esta ciudad de Los Reyes, y de octubre a 14 del año de 46».