Ida del licenciado Pedro Gasca al Perú
Como el emperador entendió las revueltas del Perú sobre las nuevas ordenanzas y la prisión del virrey Blasco Núñez, tuvo a mal el desacato y atrevimiento de los oidores que lo prendieron y a deservicio la empresa de Gonzalo Pizarro; mas templó la saña por ser con apelación de las ordenanzas, y por ver que las cartas y Francisco Maldonado, que Tejada muriera en la mar, echaban la culpa al virrey, que rigurosamente ejecutaba las nuevas leyes [255] sin admitir suplicación, y también porque le había él mismo mandado ejecutarlas, sin embargo de apelación, informado o engañado que así cumplía al servicio de Dios, al bien y conservación de los indios, al saneamiento de su conciencia y aumentación de sus rentas. Sintió eso mismo pena con tales nuevas y negocios, por estar metido y engolfado en la guerra de Alemania y cosas de luteranos, que mucho le congojaban; mas conociendo cuánto le iba en remediar sus vasallos y reinos del Perú, que tan ricos y provechosos eran, pensó de enviar allá hombre manso, callado y negociador, que remediase los males sucedidos, por ser Blasco Núñez bravo, sin secreto y de pocos negocios; finalmente, quiso enviar una raposa, pues un león no aprovechó, y así escogió al licenciado Pedro Gasca, clérigo de Navarregadilla, del Consejo de la Inquisición, hombre de muy mejor entendimiento que disposición y que se había mostrado prudente en las alteraciones y negocios de los moriscos de Valencia. Dióle los poderes que pidió y las cartas y firmas en blanco que quiso. Revocó las ordenanzas y escribió a Gonzalo Pizarro, desde Venlo, en Alemaña, por febrero de 1546 años. Partió, pues, Gasca con poca gente y fausto, aunque con título de presidente, mas con mucha esperanza y reputación. Gastó poco en su flete y matalotaje, por no echar en costa al emperador y por mostrar llaneza a los que del Perú con él iban. Llevó consigo por oidores a los licenciados Andrés de Cianca y Rentería, hombres de quien se confiaba. Llegó al Nombre de Dios y, sin decir a lo que iba, respondía a quien en su ida le hablaba conforme a lo que de él sentía, y con esta sagacidad los engañaba, y con decir que si no le recibiese Pizarro se volvería al emperador, ca él no iba a guerrear, que no era de su hábito, sino a poner paz, revocando las ordenanzas y presidiendo en la Audiencia. Envió a decir a Melchior Verdugo, que venía con ciertos compañeros a servirle, no viniese, sino que se estuviese a la mira. Ordenó algunas otras cosas y fuése a Panamá, dejando allí por capitán a García de Paredes con la gente que le dieron Hernando Mejía y don Pedro de Cabrera, capitanes de Pizarro, porque se sonaba cómo franceses andaban robando aquella costa y querían dar sobre aquel pueblo; mas no vinieron, ca los mató el gobernador de Santa Marta en un banquete.