La batalla en que murió Blasco Núñez Vela
Después de lanzado el virrey y despachados Hinojosa a Panamá y Caravajal contra Centeno, se estuvo Gonzalo Pizarro en Quito festejando damas y cazando, y aun dijeron que matara un español por gozar de su mujer; y Francisco de Caravajal le dijo, a la que se partía, que se hiciese y llamase rey si quería bien librar, o porque siempre fue de este consejo, o por soldarla quiebra de no acabar al virrey en Caxas; tornó aviso de lo que Blasco Núñez hacía en Popayán, y procuró de engañarlo, y engañólo de esta manera: tomó los caminos para que nadie pasase a él sino por su mano; publicó que se volvía a Lima, y por que lo creyesen en Popayán hizo a unas mujeres de Quito escribir a sus maridos, que allá estaban, cómo era vuelto. Esto negoció Puelles, que por ausencia de Caravajal era maestre de campo. Lo mismo escribió una espía del virrey, que tomaron por dádivas y por miedo, Blasco Núñez creyó, por las muchas cartas, que Pizarro era vuelto a lo de Centeno, considerando la razón que había para no dejar la riqueza y grandeza del Perú en aquellas alteraciones por guardar la frontera de Quito. Había llegado Blasco Núñez a Popayán muy destrozado, y aun en el camino se comiera ciertas yeguas por hambre. Maldijo la hora que al Perú viniera y los hombres que halló en él, tan corajudos y desleales. Quería vengar su saña, y no tenía posibilidad; sentía mucho la prisión de su hermano Vela Núñez y pérdida de los veinte mil castellanos que Hinojosa tomara. No confiaba de todos los que tenía; pero no perdía esperanza de prevalecer en el Perú, entrando en Quito y después en Trujillo; y así corno creyó que Pizarro se había tornado a Los Reyes aderezó para entrar al Quito con hasta cuatrocientos españoles, que bastaban para trescientos que había allá, según decían; y por mucho que algunos se lo contradijeron, no quiso otra mayor certidumbre, ca el tiempo descubre los secretos. Estaba Juan Marqués en un su lugarejo con ciertos soldados, veinte y cuatro leguas de Quito; espiaba con sus indios a Blasco Núñez y avisaba a Pizarro cada día. Nunca Blasco Núñez [250] supo de Pizarro, que fue grandísimo descuido, hasta Otavalo, nueve leguas de Quito, o más cerca que se lo dijo Andrés Gómez, espía. Pizarro, dejando a Quito, se fue a poner real cuatro leguas de la ciudad, a par del río Guailabamba, en lugar fortísimo, por seguridad y por impedir o vencer allí al enemigo. Blasco Núñez entendió el intento, reconoció el sitio, hizo muestra de subir, mandando bajar al río alguna gente; encendió muchos fuegos para desmentir los enemigos, y fuése a prima noche por lugares asperísimos y sin camino; anduvo toda la noche con gran diligencia, y a mediodía entró en Quito, que sin guarnición estaba. Informado de la gente y fortaleza de Pizarro, temió él y su ejército. Aconsejábanle el adelantado Sebastián de Benalcázar, el oidor Juan Álvarez y otros que se entregase a Pizarro con ciertos buenos partidos. Blasco Núñez, respondiendo que más quería morir, y animando a los soldados, fue contra Pizarro con más ánimo que prudencia, ca si en Quito se fortificara se defendiera, a lo que dicen; pero él no quería que le cercasen, por no ser preso y muerto, sino pelear en campo, por salvarse si vencido fuese; ordenó de esta manera su gente: puso todos los peones en un escuadrón, dejando algunos arcabuceros sobresalientes, que trabasen la escaramuza y encomendólos a Juan Cabrera, su maestre de campo, y a los capitanes Sancho Sánchez de Avila, Francisco Hernández de Cáceres, Pedro de Heredia, Rodrigo Núñez de Bonilla, tesorero. Hizo de los caballos dos escuadrones: el mayor y mejor tomó él, y dio el otro a Cepeda, de Plasencia, y a Benalcázar y a Bazán. Pizarro siguió aquella misma orden, porque la reconoció primero. Tenía setecientos españoles; los doscientos eran arcabuceros y los ciento y cuarenta de caballo; puso a la mano izquierda delante a Guevara con sus arcabuceros y luego los piqueros, tras quien iba el licenciado Cepeda, Gómez de Alvarado y Martín de Robles, con hasta ciento de caballo, los más principales de la hueste. Llevaron la mano derecha Juan de Acosta, con arcabuces, y tras él los piqueros, y al cabo el licenciado Caravajal, Diego de Urbina, Pedro de Puelles, que capitaneaban cada trece o cada quince de caballo. Cubrió Pizarro por esta forma la caballería con las picas, que fue ardid, y estúvose quedo. Blasco Núñez, que traía cólera, comenzó la pelea. jugaron sus arcabuces los pizarristas y mataron muchos contrarios, y entre ellos a Juan de Cabrera, a Sancho Sánchez y al capitán Cepeda. Desatinaron con esto los de caballo, y juntáronse todos con el virrey, y juntos arremetieron al escuadrón del licenciado Caravajal, y rompiéronlo, derribando algunos; y Blasco Núñez derrocó a Alonso de Montalvo, zamorano. Viendo esto, arremetió a ellos el escuadrón de Cepeda por detrás de su infantería, y como los tomó de través, fácilmente los desbarató. Huyeron, viéndose perdidos; siguiéronlos Cepeda, Alvarado y Robles, y no se les fue hombre de ellos, si no fueron Íñigo Cardo y un Castellanos; mas después trajeron de Pasto al Castellanos y lo ahorcaron, y al Íñigo Cardo mató el licenciado Polo de los Charcas. Húbose Pizarro con los vencidos piadosamente; no mató sino a Pedro de Heredia, Pero Bella, Pero Antón, Íñigo Cardo, que lo dejaron por el virrey; fue también fama que dieron yerbas al oidor Juan Álvarez, con que murió. Desterró a cuantos pensaba que le serían contrarios, [251] por no matarlos, como algunos se lo aconsejaron; y después se arrepintió. Soltó a los demás, y ayudó con armas y dineros a muchos, como fue Sebastián de Benalcázar, para volver a su gobernación de Popayán, no mirando a lo que había hecho contra su hermano Francisco Pizarro, que se le alzó; así que ni la batalla ni la victoria fue cruel, ni murieron más de cinco o seis de los de Pizarro. Hernando de Torres, vecino de Arequipa, encontró y derrocó a Blasco Núñez, y aun en el alcance, según algunos, sin conocerlo, ca llevaba una camisa india sobre las armas. Llególe a confesar Herrera, confesor de Pizarro, como lo vio caído; preguntóle quién era, que tampoco lo conocía; díjole Blasco Núñez: «No os va en eso nada; haced vuestro oficio». Temíase alguna crueldad. El caballo en que peleó tenía catorce clavos en cada herradura, por do pensaron muchos que quisiera huir viéndose desbaratado. Un soldado que fuera suyo lo conoció y lo dijo a Pedro de Puelles, y Puelles al licenciado Caravajal, para que se vengase. Caravajal mandó a un negro que le cortase la cabeza porque Puelles no le dejó apear, diciendo ser bajeza; y el mismo Puelles tomó la cabeza y la llevó a la picota, mostrándola a todos. Dicen que le pelaron las barbas algunos capitanes y las guardaron y trajeron por empresa. Pizarro mandó llevar casa de Vasco Juárez, que era de Avila, el cuerpo y la cabeza, como supo que estaba en la picota, y otro día lo enterraron honradamente; y trajo luto Pizarro. También pagaron después en dinero la muerte del virrey a sus hijos los que le mataron.