Robos y crueldades de Francisco de Caravajal, con los del bando del rey
Lope de Mendoza, enojado porque le habían quitado su repartimiento, impuso a Diego Centeno, de Ciudad-Rodrigo, alcalde de la villa de la Plata, en que matasen a Francisco de Almendras, teniente de Pizarro, y se alzasen por el rey. Centeno, que muy contento se estaba, vino en ello por no ser notado de traidor y cobarde, ca era valiente hombre, y juntó en su casa secretamente a Lope de Mendoza, Luis de León, Diego de Rivadeneyra, Alonso Pérez de Esquivel, Luis Perdomo, Francisco Negral y otros cuatro o cinco, y díjoles que quería matar a Francisco de Almendras, que había quitado los repartimientos a muchos y muerto a don Gómez de Luna, y alzarse por el rey con aquella villa y tierra. Ellos, loando la determinación, respondieron que le ayudarían; él entonces se fue con Lope de Mendoza, que le había puesto en aquello, a casa del Francisco de Almendras, su vecino y amigo; díjole que había sabido cómo el virrey tenía preso a Gonzalo Pizarro en el Quito; y como se turbó con la nueva, abrazóse con él diciendo: «Sed preso». Sobrevinieron sus diez compañeros, degolláronlo, y con un criado suyo y con otros que loaran la prisión del virrey; pusieron la justicia y bandera por el emperador, e hicieron capitán general a Diego Centeno, el cual convocó gente de guerra; dióle paga de su hacienda y de la del rey; tomó por maestro de campo a Lope de Mendoza y por sargento a Hernán Núñez de Segura; pregonó guerra contra Pizarro, y caminó para el Cuzco con doscientos españoles a caballo y a pie, pensando hacer allí otro tanto; mas como salió a él Alonso de Toro, teniente del Cuzco por Pizarro, con trescientos hombres, dio la vuelta, y como le dejaron por ella los soldados, metióse a las montañas, no osando parar en los Charcas. Alonso de Toro lo siguió, robó los Charcas, puso en la Plata con gente a Alonso de Mendoza, y tornóse al Cuzco, donde ahorcó a Luis Álvarez y degolló a Martín de Candía porque hablaban mal de Pizarro. Diego Centeno, desde que lo supo, volvió sobre la Plata, rogó a Alonso de Mendoza que, pues era caballero, siguiese al rey; y como no lo quiso escuchar, ganó la villa, reformó el pueblo, rehizo el ejército, púsose en campo. Alonso de Mendoza se retiró con treinta hombres casi cien leguas sin perder un hombre. Es Alonso de Mendoza uno de los señalados hombres de guerra que hay en el Perú, con quien ninguna comparación tenía Centeno ni Caravajal. Sabiendo Gonzalo Pizarro la muerte de Francisco de Almendras y alzamiento de Centeno, por carta de Alonso de Toro, que trajo Machín de Vergara, envió de Quito a la Plata, que hay quinientas leguas, a Francisco de Caravajal con gente a castigar a Centeno y a los otros que contra él se habían mostrado. Caravajal fue robando la tierra so color de pagar su gente y los gastos de Pizarro hechos contra Blasco Núñez; ahorcó en Guamanga cuatro españoles sin culpa, y en el Cuzco cinco, [248] entre los cuales fueron Diego de Narváez, Hernando de Aldana y Gregorio Setiel, hombres riquísimos y honrados; tomóles sus repartimientos, diólos a sus soldados y caminó para Centeno, publicando que no le quería hacer mal, sino reducirlo en gracia de Pizarro. Centeno rehusó su vista y habla; dejó en Chaian, donde tenía el real, a Lope de Mendoza con la infantería, y salióle al camino con ciento de caballo; dio sobre Caravajal una noche apellidando al rey, ca pensaba que se le pasarían muchos oyendo aquella voz, entre tanto que decían: «¡Arma, arma!» Empero ninguno se le pasó, trabó una escaramuza, como fue salido el sol, por el mismo efecto; mas como los vio tan firmes, tornóse a Chaian, desconfiado de poder guardar la tierra por el rey. Caravajal corrió tras él, desbaratóle y siguióle hasta Arequipa, que hay ochenta leguas; ahorcó en el alcance doce españoles, y los más sin confesión. Diego Centeno, aunque iba huyendo, levantaba la tierra contra Pizarro, diciendo que se guardasen del cruel Caravajal; hizo escribir a don Martín de Utrera una carta para el Cuzco, en que decía cómo Diego Centeno había muerto a Francisco de Caravajal, y que iba sobre ellos. Alonso de Toro creyó la carta, por ser vecino de aquella ciudad el don Martín, y huyó con los más que pudo; pero luego tornó, sabida la verdad y ahorcó a Martín de Salas, que alzó banderas por el rey, y a Martín Manzano, Hernando Díez, Martín Fernández, Baptista el Galán y Sotomayor, y otros que mostrado se habían contra Pizarro. De que Centeno tan perseguido se vio de Caravajal y con no más de cincuenta compañeros, envió los quince con Diego de Rivadeneyra por un navío en qué salvarse; mas no le dio tanto vagar su enemigo; y como se vio perdido y casi en las manos de Caravajal, lloró con sus treinta compañeros la desventura del tiempo; abrazólos, y rogándoles que se guardasen del tirano, se partió de ellos y se fue a esconder con un su criado y con Luis de Ribera a unos lugares de indios que tenía Cornejo, vecino de Arequipa: cada uno echó por donde mejor le pareció, temiendo morir presto a cuchillo o hambre. Lope de Mendoza se fue con doce o quince de ellos a unos pueblos suyos; juntó hasta cuarenta españoles; y queriendo meterse con ellos en los Andes, que son asperísimas sierras, supo de Nicolás de Heredia, que venía con ciento y cuarenta hombres, de la entrada que hicieron Diego de Rojas y Felipe Gutiérrez el río de la Plata abajo en tiempo de Vaca de Castro, y juntóse con él, y entrambos se hicieron fuertes y a una contra los pizarristas. Caravajal fue con sus cuatrocientos soldados en sabiéndolo, y púsose a vista corno en cerco. Lope de Mendoza, confiando en muchos caballos que tenía, dejó el lugar fuerte, por ser áspero o porque no le cercasen y tomasen por hambre, y asentó real en un llano. Caravajal con un ardid que hizo se metió en la fortaleza, escarneciendo la ignorancia de los enemigos. Lope de Mendoza, queriendo enmendar aquel error, con osadía acometió la fortaleza luego aquella noche con los peones por una puerta, y Heredia por otra con los caballos: los de pie entraron gentilmente y pelearon matando y muriendo; los de caballo no atinaron a la puerta con la gran oscuridad de la noche, y convínoles retirar y huir. Caravajal fue herido de arcabuz en una nalga malamente; mas ni lo dijo ni se quejó hasta vencer [249] y echar fuera los enemigos: curóse y corrió tras ellos; alcanzólos a cinco leguas, orillas de un gran río; y como estaban cansados y adormidos, desbaratólos fácilmente; prendió muchos, ahorcó hartos y degolló al Lope de Mendoza y a Nicolás de Heredia; despojó los Charcas, saqueó la Plata, ahorcando y descuartizando en ella nueve o diez españoles de Lope de Mendoza que halló allí; fue a Arequipa, robóla y ahorcó otros cuatro; caminó luego al Cuzco y ahorcó otros tantos. Hacía tantas crueldades y bellaquerías, que nadie osaba contradecirle ni parecer delante.