De como Blasco Núñez se libró de la prisión, y lo que tras ella hizo
El oidor Juan Álvarez, que, como dicho queda, tomó encargo de llevar preso a España al virrey, lo soltó en Guaura, juntamente con Vela Núñez y Diego de Cueto, por perdón que le dio, por ganar mercedes del rey y porque ya estaba rico. Pensó ganar con él como cabeza de lobo, y aun Blasco Núñez pensó que lo tenía todo hecho en verse puesto en libertad; mas después se arrepintió muchas veces, diciendo que Juan Álvarez lo había destruido en soltarle; que si lo llevara a España, el emperador se tuviera por muy bien servido de él y el Perú quedara en paz porque Cepeda se aviniera con Pizarro de otra manera que se avino, si el virrey no se soltara, y Pizarro estuviera por el rey si el virrey se fuera a España; de manera que a todos hizo mal la libertad del virrey, y más a él mismo que a otro, y luego a Juan Álvarez, que murió por ello. El daño viose por el suceso, que la intención y principios buenos fueron. Fuése, pues, Blasco Núñez, como estaba suelto, a Túmbez, donde hizo gente y audiencia, llamando los pueblos comarcanos. Tomó todo el dinero del rey y de mercaderes que pudo, en Túmbez, Puerto Viejo, Piura, Guayaquil y otros. Envió a Vela Núñez por dineros a Chira, el cual se hubo mal en el camino, y ahorcó un soldado bracamoro dicho Argüello. Envió a Juan de Guzmán por su gente y caballos a Panamá; despachó a Diego Álvarez Cueto a España con una muy larga carta para el emperador de cuanto le había sucedido hasta entonces con los oidores y con Gonzalo Pizarro y con los otros españoles que perseguido le habían. Muchos acudieron a Túmbez a la fama de la libertad y ejército del virrey, y otros a su llamamiento. Vino Diego de Ocampo con muchos de Quito, don Alonso de Montemayor con los que huyeron de Pizarro, y Gonzalo Pereira con los que estaban en los Bracamoros, al cual saltearon una noche Jerónimo de Villegas, Gonzalo Díez de Pineda y Hernando de Alvarado y lo ahorcaron, tomando los de Bracamoros que venían al virrey, y en Túmbez comenzaron a temer por esto. Sobrevino Hernando Bachicao por mar, y acometiólos con [240] más ánimo que gente, por lo cual huyó de allí Blasco Núñez, y aun por desconfiar de los que con él estaban, ca ciertos de ellos le hacían e hicieron tratos dobles con Pizarro. Llegó a Quito Blasco Núñez muy fatigado porque no hallara de comer en más de cien leguas que hay de Túmbez allá; pero fue bien recibido y proveído de dineros, armas y caballos; por lo cual prometió de no ejecutar las ordenanzas. Hizo arcabuces y pólvora; envió por Sebastián de Benalcázar y por Juan Cabrera, que trajeron muchos españoles; por manera que allegó en poco tiempo más de cuatrocientos españoles y muchos caballos. Hizo general a Vela Núñez; capitanes de caballo, a Diego de Ocampo y a don Alonso de Montemayor, y de peones, a Juan Pérez de Guevara, Jerónimo de la Serna y Francisco Hernández de Aldana, y maestre de campo, a Rodrigo de Ocampo. Llegaron en aquello a Quito ciertos soldados de Pizarro, que dijeron cómo estaba muy malquisto de todos los de Lima, y que si el virrey fuese allá se les pasarían los más del ejército; y a la verdad ello fue así al principio que entró en la gobernación; mas entonces era muy al contrario. Blasco Núñez lo creyó, y queriendo probar ventura, caminó para Los Reyes a grandes jornadas. Supo cómo en la sierra de Piura estaban Jerónimo de Villegas, Hernando de Alvarado y Gonzalo Díez, capitanes de Pizarro, con mucha gente, mas no junta. Fue callando, amaneció sobre ellos, y como los tomó a sobresalto, desbaratólos fácilmente. Usó de clemencia con los soldados, por cobrar fama y amor, ca les volvió su ropa, armas y caballos, con tal que le ayudasen. Quedó Blasco Núñez con este vencimiento muy ufano, y los suyos muy soberbios, que así es la guerra. Entró, en San Miguel, hizo justicia de algunos pizarristas, que de los suyos no osó, aunque saquearon el lugar; reparó las armas, haciendo algunas de cuero de bueyes, y acrecentó su gente de tal manera que pudiera defenderse del contrario, y aun ofenderle.