De cómo Gonzalo Pizarro se hizo gobernador del Perú
Al tiempo que pasaba en Los Reyes lo que dicho es entre Blasco Núñez y los oidores, se aderezó Gonzalo Pizarro en el Cuzco de lo que menester hubo para la jornada que comenzaba. Partióse para el virrey, publicando ir a suplicar de las ordenanzas, como procurador general del Perú, mas otro tenía en el corazón, y aun lo mostraba en la gente y artillería que llevaba, y en que no quiso aceptar los partidos del virrey, que le hacía el provincial. Uno de los cuales era que por el otorgamiento de la suplicación de las ordenanzas hiciesen al emperador un buen presente, y otro, que pagasen los gastos hechos sobre aquel caso. De Xaquixaguana se le huyeron a Pizarro Gabriel de Rojas, Pedro del Barco, Martín de Florencia, Juan de Saavedra, Rodrigo Núñez y otros; mas cuando llegaron a Los Reyes estaba ya preso el virrey. Grande alboroto causó la ida de aquellos en el real de Pizarro, que eran principales hombres, y aun el Pizarro temió mucho. Volvió al Cuzco, rehízose de más gente y para pagarla tomó dineros y caballos a los vecinos que se quedaban Dejó por su lugarteniente a Diego Maldonado, y caminó para Los Reyes. Topó a Pedro de Puelles y a Gómez de Solís, que le dijeron grande ánimo y esperanza, con la mucha gente que llevaban. Vio los despachos del virrey, que llevaba Baltasar de Loaisa, clérigo de Madrid; a Gaspar Rodríguez y a otros, ca se los tomaron los Caravajales cuando de Los Reyes huyeron. Vino Loaisa por un perdón o salvoconducto para muchos que se querían pasar al virrey y temían, y a dar aviso del camino, gente y ánimo que Pizarro traía. El virrey se le dio para todos, salvo para Pizarro, Francisco de Caravajal y licenciado Benito de Caravajal, y otros así; de que mucho se enojaron Pizarro y su maestre de campo; y dieron garrote a Gaspar Rodríguez, Felipe Gutiérrez y Arias Maldonado, que se carteaban con el virrey. Este fue el comienzo de la tiranía y crueldad de Gonzalo Pizarro. Quemó dos caciques cerca de Parcos, y tomó hasta ocho mil indios para carga y servicio, de los cuales escaparon pocos, con el peso y trabajo. Espantó a Zárate y a Lorenzo de Aldana, según poco ha contamos, y amenazó a los oidores si no lo hacían gobernador, que era muy contrario al pleito homenaje que no mucho antes les enviara con el provincial fray Tomás de San Martín y con Diego Martín, su capellán; donde juraba cómo su voluntad ni la de los suyos era apelar solamente de las ordenanzas y obedecer a la Audiencia como a señora, e informar al emperador de lo que a su majestad cumplía, contándole toda verdad; y que si por sobrecarta mandase guardar y ejecutar sus nuevas leyes, que lo haría llanamente aunque viese perder la tierra y los españoles, y que de solo virrey se temía, por ser hombre recio y favorecedor de las cosas de Almagro. Muchos tuvieron este homenaje por engaño. Llegó Pizarro a la ciudad de Los Reyes y asentó real a media legua, como si la hubiera de cercar y combatir. Pidió la gobernación, amenazando el pueblo; [237] los más que dentro estaban querían que se diesen, temiendo la muerte o el saco, y porque deseaban desterrar para siempre las ordenanzas por aquella vía. Cepeda quisiera darle batalla, pues ya no le aprovechaban mañas, por estar suelto el virrey; requirió la gente y capitanes, y como le dijeron que no la podían dar, por habérseles ido a Pizarro muchos de sus soldados, ni convenía al servicio del rey ni a la seguridad de la tierra, por las muertes que haber podía, lo dejó. Entró Francisco Caravajal en la ciudad, sin contradicción ninguna de noche. Prendió a Martín de Florencia, Pedro de Barco y Juan de Saavedra, y ahorcólos, porque dejaron a Pizarro, y aun por tomar sus repartimientos, que muy buenos eran; y dijo que así haría a los que no quisiesen al señor Pizarro por gobernador. Mucho temor puso esta crueldad a muchos, y sospecha en algunos, y en otros deseo de Blasco Núñez; y todos en fin dijeron que recibiesen por gobernador a Gonzalo Pizarro. Cepeda rehusaba, por quedar él en el gobierno y por no saber cómo lo trataría Gonzalo Pizarro. Mas empero, como no podía ofender ni resistir al contrario, y temía más al virrey, que libre andaba, que no a otro ninguno, fue del parecer que todos. Entró, pues, Gonzalo Pizarro en la ciudad de Los Reyes por orden de guerra, con más de seiscientos españoles bien armados, llevando su artillería delante, y con más de diez mil indios. Plantó los tiros en la plaza, e hizo alto allí con los soldados. Envió por los oidores, que estaban en audiencia en casa de Zárate, por estar enfermo, y dióles una petición, firmada de Diego Centeno y de todos los procuradores del Perú, que con él venían, en la cual les pedían que hiciesen gobernador a Gonzalo Pizarro, por cuanto así cumplía al servicio del rey, sosiego de los españoles y bien de los naturales. Ellos entonces le dieron una provisión de gobernador con el sello real, y a los cabildos otra para que le obedeciesen por consejo y voto de los oficiales del rey y de los obispos del Quito, Cuzco y Reyes y del provincial de los dominicos, y tomáronle pleito homenaje que dejaría el cargo en mandándolo el emperador, y que ejercitaría el oficio bien y fielmente a servicio de Dios y del rey y al provecho de los indios y españoles, conforme a las leyes y fueros reales. Pizarro lo juró así, y dio fianzas de ello ante jerónimo de Aliaga. Protestaron del nombramiento y elección los oidores Cepeda y Zárate, diciendo cómo lo habían hecho de miedo, y asentáronlo en el libro de acuerdo. Tejada dijo que lo hacía de su voluntad y no forzado, ca temió que lo matarían si contradecía, aunque sospecharon algunos que se hablaban con Pizarro y que todo aquello era fingido. [238]