CLXI

La manera como los oidores repartieron los negocios

Grande arrepentimiento mostraron al virrey los oidores de su prisión, y le decían palabras de tristeza, si ya no eran fingidas, jurando que no habían sido en prenderle ni lo habían mandado, y que a qué árbol se arrimarían faltándoles él, y otras cosas tales; mas no que le soltarían; antes le dijo Cepeda delante Alonso Riquelme, Martín de Robles y otros: «Señor, juro por Dios que mi pensamiento nunca fue de prender a vuestra señoría; pero ya que está preso, entienda que lo tengo de enviar al emperador con la información [232] de lo que se ha hecho; y si tentare de amotinar la gente o revolverla más, sepa que le daré de puñaladas, aunque yo me pierda; y si estuviere paciente, servirle y darle su hacienda». Blasco Núñez respondió: «Por nuestro Señor, que es vuestra merced hombre, y que siempre le tuve por tal, y no esos otros, que, habiéndolo ellos urdido, han llorado conmigo»; y rogóle que vendiese su ropa entre los vecinos, que valía muchos dineros, para gastar por el camino. Diego de Agüero y el licenciado Niño, de Toledo, y otros le dijeron muchas cosas; mas dejando esto, por cosa larga y enojosa, digo que los oidores, para despachar negocios con más brevedad y atender a todo, partieron los oficios de esta manera: que Cepeda, como más entendido y animoso, atendiese a las cosas de la gobernación y de la guerra, por donde algunos dijeron que se llamaba presidente, gobernador y capitán; Tejada y Zárate, que entendiesen en las cosas de justicia; y que Juan Álvarez ordenase los despachos para España y la información contra el virrey. Tras esto, luego aquel mismo día que fue preso llevó Juan Álvarez al virrey a la mar para meterlo en las naos, y tomarlas y tenerlas a su mandado, por que nadie escribiese a España primero que ellos y por que no las hubiese Pizarro. Llevaron también a Vela Núñez, que, como no pudo entrar en casa de su hermano, con la prisa o con el miedo, se acogiera a Santo Domingo, el cual fue a las naves y se quedó dentro sin volver con respuesta. Blasco Núñez dio al licenciado Álvarez por el camino, sabiendo que lo había de llevar a España, una esmeralda de quinientos castellanos, que pidió y no pagó, a Nicolás de Ribera. Cueto y Zurbano soltaron a los hijos del marqués Francisco Pizarro con todos los otros presos, sino a Vaca de Castro, que no quiso salir; mas no quisieron recibir al virrey ni entregar las naos, por concierto que había entre ellos. Voceaban de tierra que diese los navíos; si no, que matarían al virrey; y hacían tantas cosas, que vino Zurbano con el batel bien esquifado de hombres y tiros a preguntar qué querían. Y como le respondieron que las naos o la muerte del virrey, dijo que no se las daría, mas que tomaría al virrey. Reprendiólos mucho, y soltó un tiro y algunos arcabuces, dando vuelta para los navíos. Ellos entonces le deshonraron tirándole de arcabuzazos, y aun maltrataron al virrey, diciendo: «Hombre que tales leyes trajo, tal galardón merece. Si viniera sin ellas, adorado fuera. Ya la patria es libertada, pues está preso el tirano». Y con estos villancicos lo volvieron a Cepeda, que posaba en casa de María de Escobar, donde le tuvieron sin armas y con guarda, que le hacía el licenciado Niño; empero comía con Cepeda y dormía en su misma cama. Blasco Núñez, temiéndose de yerbas, dijo a Cepeda la primera vez que comieron juntos, y estando presentes Cristóbal de Barrientos, Martín de Robles, el licenciado Niño y otros hombres principales: «¿Puedo comer seguramente, señor Cepeda? Mirad que sois caballero». Respondió él: «¡Cómo, señor! ¿Tan ruin soy yo que si le quisiese matar no lo haría sin engaño? Vuestra señoría puede comer como con mi señora doña Brianda de Acuña (que era su mujer); y para que lo crea, yo haré la salva de todo». Y así la hizo todo el tiempo que lo tuvo en su casa. Entró un día fray Gaspar de Caravajal a Blasco Núñez y díjole [233] que se confesase, que así lo mandaban los oidores. Preguntóle el virrey si estaba allí Cepeda cuando se lo dijeron, y respondió que no, más de los otros tres señores. Hizo llamar a Cepeda, y se le quejó. Cepeda lo confortó y aseguró, diciendo que ninguno tenía poder para tal cosa sino él; lo cual decía por la partición que habían hecho de los negocios. Blasco Núñez entonces lo abrazó y besó en el carrillo delante el mismo fraile.