La grande alteración que hubo en el Perú por las ordenanzas
Tan presto como fueron hechas las ordenanzas y nuevas leyes para las Indias, las enviaron los que de allá en corte andaban a muchas partes: isleños a Santo Domingo, mexicanos a México, peruleros al Perú. Donde más alteraron con ellas fue en el Perú, ca se dio un traslado a cada pueblo; y en muchos repicaron campanas de alboroto, y bramaban leyéndolas. Unos se entristecían, temiendo la ejecución; otros renegaban, y todos maldecían a fray Bartolomé de las Casas, que las habían procurado. No comían los hombres; lloraban las mujeres y niños, ensorberbecíanse los indios, que no poco temor era. Carteáronse los pueblos para suplicar aquellas ordenanzas, enviando al emperador un grandísimo presente de oro para los gastos que había hecho en la ida de Argel y guerra de Perpiñán. Escribieron unos a Gonzalo Pizarro y otros a Vaca de Castro, que holgaban de la suplicación, pensando excluir a Blasco Núñez por aquella vía y quedar ellos con el gobierno de la tierra, no digo entrambos juntos, sino cada uno por sí, que también fuera malo, porque hubiera sobre ello grandes revoluciones. Platicaban mucho la fuerza y equidad de las nuevas leyes entre sí y con letrados que había en los pueblos para escribirlo al rey y decirlo al virrey que viniese a ejecutarla. Letrados hubo que afirmaron cómo no incurrían en deslealtad ni crimen por no obedecerlas, cuanto más por suplicar de ellas, diciendo que no las quebrantaban, pues nunca las habían consentido ni guardado; y no eran leyes ni obligaban las que hacían los reyes sin común consentimiento de los reinos que les daban la autoridad, y que tampoco pudo el emperador hacer aquellas leyes sin darles primero parte a ellos, que eran el todo del reino del Perú: esto cuanto a la equidad. Decían que todas eran injustas, sino la que vedaba cargar los indios, la que mandaba tasar los tributos, la que castiga los malos y crueles tratamientos, la que dice sean enseñados los indios en la fe con mucho cuidado, y otras algunas. Y que ni era ley, ni habían de [221] aconsejar al emperador que firmase, con las otras, la que manda se ocupen ciertas horas cada día los oidores y oficiales a mirar cómo el rey sea más aprovechado, ni la que nombra por presidente al licenciado Maldonado, y otras que más eran para instrucciones que para leyes, y que parecían de frailes. Con esto, pues, se animaban mucho los conquistadores, y soldados a suplicar de las ordenanzas, y aun a contradecirlas, y también porque tenían dos cédulas del emperador que les daba los repartimientos para sí y a sus hijos y mujeres porque se casasen, mandándoles expresamente casar; y otra, que ninguno fuese despojado de sus indios y repartimientos sin primero ser oído a justicia y condenado.