CXLVIII

Apercibimiento de guerra que hizo don Diego en el Cuzco

Al tiempo que don Diego llegó al Cuzco andaban revueltos los vecinos porque fue Cristóbal Sotelo delante con despachos y gente, estando ya dentro Gómez de Rojas, que tenía la posesión por Vaca de Castro; mas estuvieron quedos todos, y él apoderóse de la ciudad y tierra. Hizo luego pólvora y artillería y muchas armas de cobre y plata, y dio cuanto pudo a sus capitanes y soldados. Riñeron en aquel medio tiempo García de Alvarado y Cristóbal Sotelo, y el García mató al Cristóbal a estocadas. Intentó matar a don Diego, robar la ciudad e irse al Chile con sus amigos. Y para hacerlo a su salvo [214] convidólo a comer a su casa. Supo don Diego la traición, e hízose malo aquel día, y metió en su recámara secretamente a Juan Balsa, Diego Méndez, Alonso de Saavedra, Juan Tello y otros amigos de Sotelo. García de Alvarado tomó ciertos amigos suyos y fue a llamar y traer a don Diego, y no se quiso tornar del camino aunque Martín Carrillo y Salado le avisaron de la celada. Rogó a don Diego que se fuese a comer, pues era hora y estaba guisado. Dijo él: «Mal dispuesto me siento, señor Alvarado; empero, vamos». Levantóse de sobre la cama y tomó la capa. Comenzaron a salir los de Alvarado, y uno de don Diego cerró la puerta, dejando dentro y solo al García de Alvarado, y matáronlo, y aun dicen que don Diego le hirió primero. Alborotóse mucho la gente por su muerte, que tenía grandes amigos, mas luego don Diego la puso en paz, aunque algunos se le fueron a Jauja. Aderezó su ejército, que serían obra de setecientos españoles, los doscientos con arcabuces, otros doscientos y cincuenta con caballos y los demás con picas y alabardas, y todos tenían corazas o cotas, y muchos de caballos arneses. Gente tan bien armada no la tuvo su padre ni Pizarro. Tenía también mucha artillería y buena, en que confiaba, y gran copia de indios, con Paulo, a quien su padre hiciera inca. Salió del Cuzco muy triunfante, y no paró hasta Vilcas, que hay cincuenta leguas. Llevó por su general a Juan Balsa y por maestro de campo a Pedro de Oñate, que Juan de Rada ya se había muerto.