La muerte de Francisco Pizarro
Vuelto que fue Francisco Pizarro a Los Reyes, procuró hacer su amigo a don Diego de Almagro; mas él no quería, ni aun mostró serlo, porque de suyo y por consejo de Juan Rada, a quien el padre le encomendara cuando murió, estaba puesto en tomar venganza de él, matándole. Pizarro le quitó los indios, porque no tuviese qué dar de comer a los de Chile que se llegaban, pensando necesitarlo por allí a que viniese a su casa y estorbar la junta y monipodio que contra él podían hacer. Él y ellos se indignaron mucho más por esto, y traían, aunque a escondidas, cuantas armas podían a casa de don Diego. Avisaron de ello a Pizarro; mas él no hizo caso, diciendo que harta mala ventura tenía sin buscar más. Ataron una noche tres sogas de la picota, y pusiéronlas una en derecho de casa de Pizarro, otra del teniente y doctor Juan Velázquez y otra del secretario Antonio Picado; mas ningún castigo tú pesquisa por ello se hizo, que dio mucha osadía a los almagristas, y así vinieron de doscientas y más leguas muchos a tratar con don Diego la muerte de Pizarro; que a río revuelto, ganancia de pescadores. No querían matarle, aunque determinados [208] estaban, hasta ver primero respuesta de Diego de Almagro, que, como dije, había ido a España a acusar a los Pizarros; mas apresuráronse a ello con la nueva que iba el licenciado Vaca de Castro, y con que les decían que Pizarro los quería matar; lo cual, si verdad no era, fue malicia de algunos que, deseando la muerte de Pizarro, tiraban la piedra y escondían la mano. Tornaron a decir a Pizarro cómo sin duda ninguna le querían matar, que se guardase. Él respondió que las cabezas de aquéllos guardarían la suya, y que no quería traer guarda, porque no dijese Vaca de Castro que se armaba contra él. Fue Juan de Rada con cuatro compañeros a casa de Pizarro a descubrir lo que allá pasaba. Preguntóle por qué quería matar a don Diego y a sus criados. Juró Pizarro que tal no quería ni pensaba; mas antes ellos lo querían matar a él, según muchos le certificaban, y para eso compraban armas. Rada respondió que no era mucho que comprasen ellos corazas, pues él compraba lanzas. Atrevida y determinada respuesta y gran descuido y desprecio del Pizarro, que oyendo aquello y sabiendo lo otro no lo prendía. Pidióle Rada licencia para irse don Diego de aquella tierra con sus criados y amigos. Pizarro, que no entendía la disimulación, cogió unas naranjas, ca se paseaba en el jardín, y dióselas, diciendo que eran de las primeras de aquella tierra, y si tenía necesidad, que la remediaría. Con tanto Rada se despidió y se fue a contar esta plática a los conjurados, que juntos estaban, los cuales determinaron de matar a Pizarro estando en misa el día de San Juan. Uno de los determinados descubrió la conjuración al cura de la iglesia Mayor, el cual habló luego aquella noche a Pizarro, y al mismo Pizarro, dándole noticia de la traición. Pizarro, que cenando estaba con sus hijos, se demudó algo; mas de ahí a un poco dijo que no lo creía, porque no había mucho que Juan de Rada le habló, y que el descubridor decía aquello por echarle cargo. Envió con todo por Juan Velázquez, su teniente; y como no vino, por estar en la cama malo, fue luego allá con solo Antonio Picado y unos pajes con hachas, y dijo al doctor que remediase aquel monipodio. El respondió que podía estar seguro, teniendo él la vara en la mano. De Picado me maravillo, que no avivó la tibieza del gobernador ni del teniente en remediar tan notorio peligro. Pizarro descuidó con su teniente, y no fue a la iglesia, siendo día de San Juan, por los conjurados, que propuesto tenían de matarlo en misa; mas oyóla en casa. El teniente Francisco de Chaves y otros caballeros se fueron, saliendo de misa mayor, a comer con Pizarro, y cada vecino a su casa. Viendo los conjurados que Pizarro no salió a misa, entendieron cómo eran descubiertos y aun perdidos ni no hacían presto. Eran muchos los de Chile que favorecían a don Diego, y pocos los escogidos y ofrecidos al hecho, ca no querían mostrarse hasta ver cómo salía el trato que traía Juan de Rada. Él, que mañoso era y esforzado, tornó luego once compañeros muy bien armados, que fueron Martín de Bilbao, Diego Méndez, Cristóbal de Sosa, Martín Carrillo, Arbolancha, Hinojeros, Narváez, San Millán, Porras, Velázquez Francisco Núñez; y como todos estaban comiendo, fue adonde Pizarro comía, las espadas sacadas, y voceando por medio de la plaza. «Muera el tirano, muera el traidor, que ha hecho matar [209] a Vaca de Castro». Esto decían por indignar la gente. Pizarro, sintiendo las voces y ruido, conoció lo que era, cerró la puerta de la sala. Dijo a Francisco de Chaves que la guardase con hasta veinte hombres que dentro había, y entróse a armar. Rada dejó un compañero a la puerta de la calle, que dijese cómo ya era muerto Pizarro, para que acudiesen a lo favorecer todos los de Chile, que serían doscientos, y subió con los otros diez. Chaves abrió la puerta, pensando detenerlos y amansarlos con su autoridad y palabras. Ellos, por entrar antes que cerrasen, diéronle una estocada por respuesta. Él echó mano a la espada, diciendo: «¡Cómo, señores!, ¿y a los amigos también?». Y diéronle luego una cuchillada que le llevó la cabeza a cercén, y rodó el cuerpo las escaleras abajo. Como esto vieron los que dentro estaban, descolgáronse por las ventanas a la huerta, y el doctor Velázquez el primero, con la vara en la boca, porque no le embarazase las manos. Solamente quedaron y pelearon en la sala siete; los dos quedaron heridos y los cinco muertos; Francisco Martín de Alcántara, medio hermano de Pizarro; Vargas y Escandón, pajes de Pizarro; un negro, y otro español criado de Chaves. Defendieron la puerta de la cámara do se armaba Pizarro una pieza. Cayeron los pajes muertos. Salió Pizarro bien armado, y como no vio más de a Francisco Martín, dijo: «¡A ellos, hermano; que nosotros bastamos para estos traidores!». Cayó luego Francisco Martín, y quedó solo Francisco Pizarro, esgrimiendo la espada tan diestro, que ninguno se acercaba, por valiente que fuese. Reempujó Rada a Narváez, en que se ocupase. Embarazado Pizarro en matar aquél, cargaron todos en él y retrujéronlo a la cámara, donde cayó de una estocada que por la garganta le dieron. Murió pidiendo confesión y haciendo la cruz, sin que nadie dijese «Dios te perdone», a 24 de junio, año de 1541.
Era hijo bastardo de Gonzalo Pizarro, capitán en Navarra. Nació en Trujillo, y echáronlo a la puerta de la iglesia. Mamó una puerca ciertos días, no se hallando quien le quisiese dar leche. Reconociólo después el padre, y traído a guardar los puercos, y así no supo leer. Dióles un día mosca a sus puercos, y perdiólos. No osó tornar a casa de miedo, y fuése a Sevilla con unos caminantes, y de allí a las Indias. Estuvo en Santo Domingo, pasó a Urabá con Alonso de Hojeda, y con Vasco Núñez de Balboa a descubrir la mar del Sur, y con Pedrarias a Panamá. Descubrió y conquistó lo que llaman el Perú, a costa de la compañía que tuvieron él y Diego de Almagro y Hernando Luque. Halló y tuvo más oro y plata que otro ningún español de cuantos han pasado a Indias, ni que ninguno de cuantos capitanes han sido por el mundo. No era franco ni escaso; no pregonaba lo que daba. Procuraba mucho por la hacienda del rey. Jugaba largo con todos, sin hacer diferencia entre buenos y ruines. No vestía ricamente, aunque muchas veces se ponía una ropa de martas que Fernando Cortés le envió. Holgaba de traer los zapatos blancos y el sombrero, porque así lo traía el Gran Capitán. No sabía mandar fuera de la guerra, y en ella trataba bien los soldados. Fue grosero, robusto, animoso, valiente y honrado; mas negligente en su salud y vida. [210]