CXLIII

La entrada que Gonzalo Pizarro hizo a la tierra de la Canela

Entre otras cosas que Fernando Pizarro tenía de negociar con el emperador era la gobernación del Quito para Gonzalo, su hermano, y con tal confianza hizo Francisco Pizarro gobernador de aquella provincia al susodicho Gonzalo Pizarro. El cual para ir allá y a la tierra que llamaban de la Canela armó doscientos españoles, y a caballo los ciento, y gastó en su persona y compañeros bien cincuenta mil castellanos de oro, aunque los más prestó. [206] Tuvo en el camino algunos encuentros con indios de guerra. Llegó al Quito, reformó algunas cosas del gobierno, proveyó su ejército de indios de carga y servicio y de otras muchas cosas necesarias a su jornada y partióse en demanda de la Canela, dejando en Quito por su teniente a Pedro de Puelles, con doscientos y más españoles, con ciento y cincuenta caballos, con cuatro mil indios y tres mil ovejas y puercos. Caminó hasta Quijos, que es al norte de Quito y la postrera tierra que Guaynacapa señoreó. Saliéronle allí muchos indios como de guerra, mas luego desaparecieron. Estando en aquel lugar tembló la tierra terriblemente y se hundieron más de sesenta casas y se abrió la tierra por muchas partes. Hubo tantos truenos y relámpagos, y caló tanta agua y rayos, que se maravillaron. Pasó luego unas sierras, donde muchos de sus indios se quedaron helados, y aun, allende del frío, tuvieron hambre. Apresuró el paso hasta Cumaco, lugar puesto a las faldas de un volcán, y bien proveído. Allí estuvo dos meses, que un solo día no dejó de llover, y así se les pudrieron los vestidos. En Cumaco y su comarca, que cae bajo o cerca de la Equinoccial, hay la canela que buscaban. El árbol es grande y tiene la hoja como de laurel, y unos capullos como de bellotas de alcornoque. Las hojas, tallos, corteza, raíces y fruta son de sabor de canela, mas los capullos es lo mejor. Hay montes de aquellos árboles, y crían muchos en heredades para vender la especiería, que muy gran trato es por allí. Andan los hombres en carnes, y atan lo suyo con cuerdas que ciñen al cuerpo; las mujeres traen solamente pañicos. De Cumaco fueron a Coca, donde reposaron cincuenta días y tuvieron amistad con el señor. Siguieron la corriente del río que por allí pasa y que muy caudoloso es. Anduvieron cincuenta leguas sin hallar puente ni paso; mas vieron cómo el río hacía un salto de doscientos estados con tanto ruido, que ensordecía, cosa de admiración para los nuestros. Hallaron una canal de peña tajada, no más ancha que veinte pies, do entraba el río, la cual, a su parecer, era honda otros doscientos estados. Los españoles hicieron una puente sobre aquella canal y pasaron a la otra parte, que les decían ser mejor tierra, aunque algo se lo defendieron los de allí; fueron a Guema, tierra pobre y hambrienta, comiendo frutas, yerbas y unos como sarmientos, que sabían a ajos. Llegaron, en fin, a tierra de gente de razón, que comían pan y vestían algodón; mas tan lluviosa, que no tenían lugar de enjugar la ropa. Por lo cual, y por las ciénagas y mal camino, hicieron un bergantín, que la necesidad los hizo maestros. La brea fue resina; la estopa, camisas viejas y algodón, y de las herraduras de los caballos muertos y comidos labraron la clavazón, y a tanto llegaron, que comieron los perros. Metió Gonzalo Pizarro en el bergantín el oro, joyas, vestidos y otras cosillas de rescate, y diólo a Francisco de Orellana en cargo, con ciertas canoas en que llevase los enfermos y algunos sanos para buscar provisión. Caminaron doscientas leguas, según les pareció, Orellana por agua y Pizarro por la ribera, abriendo camino en muchas partes a fuerza de manos y fierro. Pasaba de una ribera a otra por mejorar camino; mas siempre paraba el bergantín donde él hacía su rancho. Como en tanta tierra no hallase comida ni riqueza ninguna de aquellas del Cuzco, Collado, Jauja y [207] Pachacama, renegaban los suyos. Preguntó si había el río abajo algún pueblo abastado, donde reposar y comer pudiesen. Dijéronle que a diez soles había una buena tierra, y dieron por señal que se juntaba en ella otro gran río con aquél. Con esto envió a Orellana que le trajese comida de allí, o le esperase a la junta de los ríos; mas ni volvió ni esperó, sino fuese, como en otra parte se dijo, el río abajo, y él caminó sin parar y con gran trabajo, hambre y peligro de ahogarse en ríos que topó. Cuando llegó al puesto y no halló el bergantín en que llevaba su esperanza y hacienda, cuidaron él y todos perder el seso, ca no tenían pies ni salud para ir adelante, y temían el camino y montañas pasadas, donde habían muerto cincuenta españoles y muchos indios. Dieron finalmente la vuelta para Quito, tomando a la ventura otro camino, el cual, aunque bellaco, no fue tan malo como el que llevaron. Tardaron en ir y volver año y medio. Caminaron cuatrocientas leguas. Tuvieron gran trabajo con las continuas lluvias. No hallaron sal en las más tierras que anduvieron. No volvieron cien españoles, de doscientos y más que fueron. No volvió indio ninguno de cuantos llevaron, ni caballo, que todos se los comieron, y aun estuvieron por comerse los españoles que se morían, ca se usa en aquel río. Cuando llegaron donde había españoles, besaban la tierra. Entraron en Quito desnudos y llagadas las espaldas y pies, por que viesen cuáles venían, aunque los más traían cueras, caperuzas y abarcas de venado. Venían tan flacos y desfigurados, que no se conocían; y tan estragados los estómagos del poco comer, que les hacía mal lo mucho y aun lo razonable.