CXXVII

Cómo Almagro fue a buscar a Pedro de Alvarado

Quizquiz, capitán de Atabaliba, viendo enajenarse el imperio de los incas, procuró restaurarlo cuanto en su mano fue, ca tenía gran autoridad entre los orejones. Dio la borla a Paulo, hijo de Guaynacapa. Recogió mucha gente que andaba descarriada con la pérdida del Cuzco y púsola en la provincia que llaman Condesuyo, para dañar los cristianos. Pizarro envió allá a Hernando de Soto con cincuenta caballos; mas cuando llegó era partido Quizquiz a Jauja con pensamiento de matar y robar los españoles que allí estaban con el tesorero Alonso Riquelme. Acometiólos, mas defendiéronse. Fue Pizarro avisado de esto, y despachó corriendo a Diego de Almagro con muchos de caballo, ca le mucho escocía haber dejado en Jauja gran dinero con chico recado, y también para que fuese, después de socorrido Jauja, a saber de Pedro de Alvarado, que tenía nueva cómo venía al Perú con mucha gente; y, o no consentirle desembarcar, o comprarle la armada. Fue, pues, Almagro, juntóse con Soto y corrieron entrambos de Jauja a Quizquiz: y con tanto se partió para Túmbez a mirar si venía o andaba por aquella costa Pedro de Alvarado con su flota. Supo allí cómo Alvarado desembarcara en Puerto Viejo. Volvió a San Miguel por más hombres y caballos, y caminó a Quito. En llegando allá se le sometió Benalcázar. Comenzó a capitanear, conquistó algunos pueblos y palenques de aquel reino que no se habían podido ganar; pasó el río de Liribamba con mucho peligro, por ir muy crecido y por haber quemado los indios el puente, los cuales estaban a la otra ribera con armas. Peleó con ellos, venció y prendió al capitán, que les dijo cómo a dos jornadas de allí estaban quinientos cristianos combatiendo un peñol del señor Zopozopagui. Almagro envió luego siete de caballo a ver si aquello era verdad, para proveer lo que conviniese siendo Alvarado o alguno otro que quisiese usurpar aquella tierra. Alvarado cogió los siete corredores, informóse de ello muy por entero de todo lo que Francisco Pizarro había hecho y hacía y del mucho oro y gente que tenía y cuántos eran los españoles que con Almagro estaban. Soltólos, y acercóse al real de Almagro, con propósito de pelear con él y echarlo de allí. Almagro que lo supo, temió; y por no arriscar su vida y su honra si a las manos viniesen, ca tenía doblada gente [188] menos, acordó irse al Cuzco y dejar allí a Benalcázar, como primero estaba. Filipillo de Pohechos, que descontento y enojado estaba, se pasó al real de Alvarado con un indio cacique y le dijo la determinación de Almagro; y si le quería prender, que fuese luego aquella misma noche y hallaría poca resistencia, y él sería la guía. Ofrecióle asimismo de acabar con los señores y capitanes de toda aquella tierra que fuesen sus amigos y tributarios, que ya lo había recabado con los que tenía presos Almagro. Holgó Alvarado con tales nuevas; caminó con su gente, y fue a Liribamba con las banderas tendidas y orden de pelear. Almagro, que sin gran vergüenza suya no podía partirse, esforzó sus españoles, hizo dos escuadras de ellos y aguardó los contrarios entre unas paredes, por más fuerte. Ya estaban a vista unos de otros para romper, cuando comenzaron muchos de ambas partes a decir: «Paz, paz». Estuvieron todos quedos, y pusieron treguas por aquel día y noche para que se viesen y hablasen entrambos capitanes. Tomó la mano del negocio el licenciado Caldera, de Sevilla, y concertólos así: que diese Alvarado toda su flota, como la traía, a Pizarro y Almagro por cien mil pesos de buen oro, y que se apartase de aquel descubrimiento y conquista, jurando de nunca volver allá en vida de ellos; el cual concierto no se publicó entonces por no alterar los de Alvarado, que bravos y deseosos eran; antes dijeron que habían hecho compañía en todo, con que Alvarado prosiguiese el descubrimiento por mar y ellos las conquistas de tierra; y con esto no hubo escándalo ninguno. Aceptó Alvarado este partido, por no ver tan rica tierra como le decían; y Almagro ganó mucho en darle tantos dineros.