CXXV

La conquista de Quito

Ruminagui, que con cinco mil hombres huyó de Caxamalca cuando Atabaliba fue preso, caminó derecho al Quito, y alzóse con él, barruntando la muerte de su rey. Hizo muchas cosas como tirano. Mató a Illescas por que no le impidiese su tiranía, yendo por los hijos de Atabaliba, su hermano de padre y madre, y a rogarle mantuviese lealtad y paz y justicia en aquel reino. Desollóle, y hizo del cuerpo un atambor, que no hacen más los diablos. Desenterraron el cuerpo de Atabaliba dos mil indios de guerra, y lleváronlo al Quito, como él mandara. Ruminagui los recibió en Liribamba muy bien, y con la pompa y ceremonias que a los huesos de tan gran príncipe acostumbran. Hízoles un banquete y borrachera, y matólos, diciendo que por haber dejado matar a su buen rey Atabaliba. Tras esto juntó mucha gente de guerra, y corrió la provincia. de Tumebamba. Pizarro escribió a Sebastián de Benalcázar, que por su teniente estaba en San Miguel, fuese al Quito a castigar a Ruminagui y remediar a los cañares, que se quejaban y pedían ayuda. Benalcázar se partió luego con doscientos peones españoles y ochenta de caballo, y los indios de servicio y carga que le pareció. Acudían al Perú con la fama del oro tantos españoles, que presto se despoblaran Panamá, Nicaragua, Cuauhtemallán, Cartagena y otros pueblos e islas, y a esta jornada fueron de buena gana, porque decían ser el Quito tan rico como Cuzco, aunque habían de caminar ciento y veinte leguas antes de llegar allá, y pelear con hombres mañosos y esforzados. Ruminagui, que de esto aviso tuvo, esperó los españoles a la raya de su tierra con doce mil hombres bien armados a su manera; hizo muchas cavas y albarradas en un mal paso, que guardar propuso: llegaron los españoles allí, acometieron el fuerte los de pie, rodearon los de caballo y pasaron a las espaldas, y en breve espacio de tiempo rompieron el escuadrón y mataron muchos indios. Ellos hirieron muchos españoles y mataron algunos, y tres o cuatro caballos, con cuyas cabezas hicieron alegrías, ca preciaban más degollar un animal de aquéllos, que tanto los perseguía, que diez hombres, y siempre las ponían después donde las viesen cristianos, con muchas flores y ramos, en señal de victoria. Rehizo su ejército Ruminagui, y probando ventura, dióles batalla en un llano, en la cual le mataron infinitos, ca los caballos pudieron bien correr y revolverse allí. Empero no perdió por eso ánimo, aunque no osó pelear más en batalla ni de cerca. Hincó una noche muchas estacas agudas por arriba en un llano, y dio muestra de batalla para que arremetiesen los caballos y se mancasen. Benalcázar lo supo de las espías que traía, y desvióse de la estacada. Los indios entonces se retiraron primero que llegase e hicieron en otro valle muchos hoyos grandes para que cayesen los caballos, y enramados para que no los viesen. Los españoles pasaron muy lejos de ellos, ca fueron avisados, y quisieron pelear, mas no tuvieron lugar. Hicieron luego los indios [186] en el camino mismo infinitos hoyuelos del tamaño de la pata de caballo, y pusiéronse cerca para que los acometiesen y mancasen los caballos allí. Mas como ni en aquel ni en los otros sus primeros ardides no pudieron engañar los españoles, se fueron al Quito, diciendo que los barbudos eran tan sabios como valientes. Dijo Ruminagui a sus mujeres: «Alegráos, que ya vienen los cristianos, con quien os podréis holgar». Riéronse algunas, como mujeres, no pensado quizá mal ninguno. Él entonces degolló las risueñas, quemó la recámara de Atabaliba con mucha y rica ropa y desamparó la ciudad. Entró en Quito Benalcázar con su ejército, sin estorbo; empero no halló la riqueza publicada, que mucho desplugó a todos los españoles. Desenterraron muertos, y ganaron para la costa. Ruminagui, o enojado de esto, o arrepentido por no haber quemado a Quito, o por matar los cristianos, trasnochó con su gente y puso fuego a la ciudad por muchos cabos, y sin esperar al día ni a los españoles, se volvió antes que amaneciese.