CXXIII

La toma del Cuzco, ciudad riquísima

Informado Francisco Pizarro de la riqueza y ser de Cuzco, cabeza del Imperio de los incas, dejó a Caxamalca y fue allá. Caminó a recaudo, porque Quizquiz andaba corriendo la tierra con gran ejército que hiciera de la gente de Atabaliba y de otra mucha. Topó con ellos en Jauja, y sin pelear llegó a Vilcas, donde Quizquiz, pensando aprovecharse de los enemigos, por tener la cuesta, dio sobre la vanguardia, que Soto llevaba, mató seis españoles e hirió otros muchos, y presto, los desbaratara; mas sobrevino la noche, que los esparció. Quizquiz se subió a lo alto con alegría, y Soto se rehizo con los que Almagro trajo. Apenas era amanecido el día siguiente, cuando ya peleaban los indios. Almagro, que capitaneaba, se retrajo a lo llano para aprovecharse allí de ellos con los caballos. Quizquiz, no entendiendo aquel ardid ni el nuevo socorro, pensó que huían; y comenzó a ir tras ellos, peleando sin orden. Revolvieron los de caballo, alancearon infinitos indios de los de Quizquiz, que con el tropel de los de caballo y espesa niebla que hacía no sabían de sí, y huyeron, Llegó Pizarro con el oro y resto del ejército; estuvo allí cinco días, a ver en qué paraba la guerra. Vino Mango, hermano de Atabaliba, a dársele; él lo recibió muy bien, y lo hizo rey, poniéndole la borla que acostumbran los incas. Siguió su camino con grandes compañías de indios, que a servir su nuevo inca venían. Llegando cerca del Cuzco, se descubrieron muchos grandes fuegos, y envió corriendo allá la mitad de los caballos a estorbar o remediar el fuego, creyendo que los vecinos quemaban la ciudad porque no gozasen de ella los cristianos; empero no era fuego para daño sino para señal y humo. Salieron tantos hombres con armas a ellos, que les hicieron huir a puras pedradas la sierra abajo. Llegó en esto Pizarro, que amparó los huidos y peleó con los perseguidores tan animosamente, que los puso en huida. Ellos, que se veían huidos y acosados, dejaron las armas y pelea y a más correr se metieron en la ciudad. Tomaron su hato, saliéronse luego aquella misma noche los que sustentaban la guerra; entraron otro día los españoles en el Cuzco sin contradicción ninguna, y luego comenzaron unos a desentablar las paredes del templo, que de oro y plata eran; otros, a desenterrar las joyas y vasos de oro que con los muertos estaban; otros, a tomar ídolos, que de lo mismo eran; saquearon también las casas y la fortaleza, que aún tenía mucha plata y oro de lo de Guaynacapa. En fin, hubieron allí y a la redonda más cantidad de oro y plata que con la prisión de Atabaliba habían habido en Caxamalca. Empero, como eran muchos más que no allá, no les cupo a tanto; por lo cual, y por ser segunda vez y sin prisión de rey, no se sonó acá mucho. Tal español hubo que halló, andando en un espeso soto, sepulcro entero de plata, que valía cincuenta mil castellanos; otros lo hallaron de menos valor, mas hallaron muchos, ca usaban los ricos hombres de aquellas tierras enterrarse así por el campo a par [184] de algún ídolo. Anduvieron asimismo buscando el tesoro de Guaynacapa y reyes antiguos del Cuzco, que tan afamado era; pero ni entonces ni después se halló. Mas ellos, que con lo habido no se contentaban, fatigaban a los indios cavando y trastornando cuanto había, y aun les hicieron hartos malos tratamientos y crueldades porque dijesen de él y mostrasen sepulturas.