El grandísimo rescate que prometió Atabaliba por que le soltasen
Harto tuvieron que hacer aquella noche los españoles en alegrarse unos con otros de tan gran victoria y prisionero y en descansar del trabajo, ca en todo aquel día no habían comido, y a la mañana fueron a correr el campo. Hallaron en el baño y real de Atabaliba cinco mil mujeres, que, aunque tristes y desamparadas, holgaron con los cristianos; muchas y buenas tiendas, infinita ropa de vestir y de servicio de casa, y lindas piezas y vasijas de plata y oro, una de las cuales pesó, según dicen, ocho arrobas de oro. Valió, en fin, la vajilla sola de Atabaliba cien mil ducados. Sintió mucho las cadenas Atabaliba y rogó a Pizarro que le tratase bien, ya que su ventura así lo quería. Y conociendo la codicia de aquellos españoles, dijo que daría por su rescate tanta plata y oro labrado que cubriese todo el suelo de una muy gran cuadra donde estaba preso. Y como vio torcer el rostro a los españoles que presentes estaban, pensó que no le creían, y afirmó que les daría dentro de cierto tiempo tantas vasijas y otras piezas de oro y plata, que hinchiesen la sala hasta lo que él mismo alcanzó con la mano en la pared, por donde hizo echar una raya colorada alrededor de toda la sala para señal; pero dijo que había de ser con tal condición y promesa que ni le hundiesen ni quebrasen las tinajas, cántaros y vasos que allí metiese, hasta llegar a la raya. Pizarro lo conhortó y prometió tratarlo muy bien y poner en libertad trayendo allí el rescate prometido. Con esta palabra de Pizarro despachó Atabaliba mensajeros por oro y plata a diversas partes, y rogóles que tornasen presto si deseaban su libertad. Comenzaron luego a venir indios cargados de plata y oro; mas como la sala era grande y las cargas chicas, aunque muchas, abultaba poco, y menos henchían los ojos que la sala, y no por ser poco, sino por tardarse a repartir; y así decían muchos que Atabaliba usaba de maña dilatando su rescate por juntar entre tanto gente que matase los cristianos. Otros decían que por soltarle, y algunos que le matasen, y aun dice que lo hicieran, sino por Fernando Pizarro. Atabaliba, que se temía, cayó en ello, y dijo a Pizarro que no tenían razón de andar descontentos ni de acusarle, pues el Quito, Pachacama y Cuzco, de donde principalmente se había de traer el oro de su rescate, estaban lejos, y que no había quien más prisa diese a su libertad que el mismo preso; y que si querían saber cómo en su reino no se juntaba gente sino a traer oro y plata, que fuesen a verlo y se llegasen algunos de ellos al Cuzco a ver y traer el oro. Y como tampoco se confiaban de los indios con quien habían de ir, se rió mucho, diciendo que temían y desconfiaban de su palabra porque tenía cadena. Entonces dijeron Hernando de Soto y Pedro del Barco que irían, y fueron al Cuzco, que hay doscientas leguas, en hamacas, casi por la posta, porque se mudan los hamaqueros de trecho en trecho, y así como van corriendo tornan al hombro la [174] hamaca, que no paran un paso, y aquel es caminar de señores. Toparon a pocas jornadas de Caxamalca a Guaxcar, inca, que le tenían preso Quizquiz y Calicuchama, capitanes de Atabaliba, y no quisieron volver con él, aunque mucho se lo rogó, por ver el oro del Cuzco. Fue también Fernando Pizarro con algunos de caballo a Pachamana, que cien leguas estaba de Caxamalca, por oro y plata. Encontró en el camino, cerca de Quachuco, a Illescas, que traía trescientos mil pesos de oro y grandísima cuantía de plata para el rescate de su hermano Atabaliba. Halló Fernando Pizarro gran tesoro en Pachacana; redujo a paz un ejército de indios que alzados estaban. Descubrió muchos secretos en aquella jornada, aunque con grandes trabajos, y trajo harta plata y oro. Entonces herraron los caballos con plata, y algunos con oro, porque se gastaba menos, y esto a falta de hierro. De la manera que dicho es se juntó grandísima cantidad de oro y plata en Caxamalca para rescate de Atabaliba.