CXIII

Prisión de Atabaliba

Viendo Pizarro tanto oro y plata por allí, creyó la grandísima riqueza que le decían del rey Atabaliba; y concertando las cosas de la nueva ciudad de San Miguel y sus pobladores, se partió a Caxamalca. Atrajo de paz en el camino los pueblos que llaman Pohechos, por medio de Filipillo y de su compañero Francisquillo, que eran de allí y sabían español. Entonces vinieron ciertos criados de Guaxcar a pedir su amistad y favor contra Atabalibal que tiránicamente se le alzaba con el reino, y le prometieron grandes cosas si lo hacía. Pasaron nuestros españoles un despoblado de veinte leguas sin agua, que los fatigó. En subiendo la sierra toparon con un mensajero de Atabaliba, que dijo a Pizarro se volviese con Dios a su tierra en sus navíos, y que no hiciese mal a sus vasallos ni les tornase cosa ninguna, por los dientes y ojos que traía en la cara; y que si así lo hiciese le dejaría ir con el oro robado en tierra ajena, y si no, que lo mataría y despojarla. Pizarro le respondió que no iba a enojar a nadie, cuanto más a tan grande príncipe, y que luego se volviera a la mar, como él lo mandaba, si embajador no fuera del papa y del emperador, señores del inundo; y que no podía sin gran vergüenza suya y de sus compañeros volverse sin verle y hablarle a lo que venía, que eran cosas de Dios y provechosas a su bien y honra. Atabaliba vio por esta respuesta la determinación que los españoles llevaban de verse con él por mal o por bien; pero no hacía caso de ellos, por ser tan pocos, y porque Maicabelica, señor entre los pohechos, le había hecho cierto que los extranjeros barbudos no tenían fuerzas ni aliento para caminar a pie ni subir una cuesta sin ir encima o asidos de unos grandes pacos, que así llamaban a los caballos, y que ceñían unas tablillas relucientes, como las que usaban [170] sus mujeres para tejer. Esto decía Maicabelica, que no había probado el corte de las espadas y presumía de gran corredor, ejercicio y prueba de indios nobles y esforzados; empero otra cosa publicaban los heridos de Túmbez que en la corte estaban; así que Atabaliba tornó a enviar otro, mensajero a ver sí caminaban todavía los barbudos y a decir al capitán que no fuese a Caxamalca si amaba la vida. Respondió Pizarro al mensajero cómo no dejaría de llegar allá. Entonces el indio le dio unos zapatos pintados y unos puñetes de oro, que se pusiese, para que Atabaliba, su señor, lo conociese cuando a él llegase; señal, a lo que, se presumió, para mandarle prender o matar sin tocar en los demás. Él tomó y dijo riendo que así lo haría. Llegó Pizarro con su ejército a Caxamalca, y a la entrada le dijo un caballero que no se aposentase hasta que lo mandase Atabaliba; mas él se aposentó sin volverle respuesta, y envió luego al capitán Hernando de Soto con algunos otros de caballo, en que iba Filipillo, a visitar a Atabaliba, que de allí una legua estaba en unos baños, y decirle cómo era ya llegado, que le diese licencia y hora de hablarle. Llegó Soto haciendo corvetas con su caballo, por gentileza o por admiración de los indios, hasta junto a la silla de Atabaliba, que no hizo mudanza ninguna aunque le resolló en la cara el caballo y mandó matar a muchos de los que huyeron de la carrera y vecindad de los caballos, cosa que de los suyos escarmentaron y los nuestros se maravillaron. Apeóse Soto, hizo gran reverencia y díjole a lo que iba. Atabaliba estuvo muy grave, y no le respondió a él, sino hablaba con un su criado, y aquél con Filipillo, que refería la respuesta al Soto. Decían que se enojó con él porque se llegó tanto con el caballo, caso de gran desacato para la gravedad de tan grandísimo rey. Fue luego Fernando Pizarro, y hablóle por ser hermano del capitán, respondiendo en pocas palabras a las muchas; y por conclusión dijo que sería buen amigo del emperador y del capitán si volviese todo el oro, plata y otras cosas que había tornado a sus vasallos y amigos y se fuese luego de su tierra, y que otro día siguiente sería con él en Caxamalca para dar orden en la vuelta y a saber quién era el papa y el emperador, que de tan lejas tierras le enviaban embajadores y requerimientos. Fernando Pizarro volvió espantado de la grandeza y autoridad de Atabaliba y de la mucha gente, armas y tiendas que había en su real y aun de la respuesta, que parecía declaración de guerra. Pizarro habló a los españoles, porque algunos ciscaban con ver tan cerca tantos indios de guerra, esforzándolos a la batalla con ejemplo de la victoria de Túmbez y Puna. En esto y en aderezar sus armas y caballos pasaron aquella noche, y en asestar la artillería a la puerta del tambo por do había de entrar Atabaliba; y como día fue, puso Francisco Pizarro una escuadra de arcabuceros en una torrecilla de ídolos que señoreaba el patio. Metió en tres casas a los capitanes Fernando de Soto, Sebastián de Benalcázar y Fernando Pizarro, que general era, con cada veinte de caballo; y él se estuvo a la puerta de otra con la infantería, que, sin los indios de servicio, serían hasta ciento y cincuenta. Mandó que ninguno hablase ni saliese a los de Atabaliba hasta oír un tiro o ver el estandarte. Atabaliba animó también los suyos, que braveaban y tenían [171] en poco los cristianos, y pensaban de hacer de ellos, si peleasen, un solemnísimo sacrificio al Sol. Puso a su capitán Ruminagui con cinco mil soldados por la parte que los españoles les entraron en Caxamalca, por, si huyesen, que los prendiese o matase. Tardó Atabaliba en andar una legua cuatro horas: tan de reposo iba, o por cansar los enemigos. Venía en litera de oro, chapada y forrada de plumas de papagayos de muchas colores, que traían hombres en hombros, y sentado en un tablón de oro sobre un rico cojín de lana guarnecido de muchas piedras. Colgábale una gran borla colorada de lana finísima de la frente, que le cubría las cejas y sienes, insignias de los reyes del Cuzco. Traía trescientos o más criados con librea para la litera y para quitar las pajas y piedras del camino, y bailaban y cantaban delante, y muchos señores en andas y hamacas, por majestad de su corte. Entró en el tambo de Caxamalca, y como no vio los de caballo ni menear a los peones, pensó que de miedo. Alzóse en pie, y dijo: «Estos rendidos están». Respondieron los suyos que sí, teniéndolos en poco. Miró a la torrecilla, y, enojado, mandó echar de allí o matar los cristianos que dentro estaban. Llegó entonces a él fray Vicente de Valverde, dominico, que llevaba una cruz en la mano y su breviario, o la Biblia como algunos dicen, Hizo reverencia, santiguóse con la cruz, y díjole: «Muy excelente señor: cumple que sepáis cómo Dios trino y uno hizo de nada el mundo y formó al hombre de la tierra, que llamó Adán, del cual traemos origen y carne todos. Pecó Adán contra su criador por inobediencia, y en él cuantos después han nacido y nacerán, excepto Jesucristo, que, siendo verdadero Dios, bajó del cielo a nacer de María virgen, por redimir el linaje humano del pecado. Murió en semejante cruz que esta, y por eso la adoramos. Resucitó al tercero día, subió desde a cuarenta días al cielo, dejando por su vicario en la tierra a San Pedro y a sus sucesores, que llaman papas; los cuales habían dado al potentísimo rey de España la conquista y conversión de aquellas tierras; y así, viene ahora Francisco Pizarro a rogaros seáis amigos y tributarios del rey de España, emperador de romanos, monarca del mundo, y obedezcáis al papa y recibáis la fe de Cristo, si la creyéredes, que es santísima, y la que vos tenéis es falsísima. Y sabed que haciendo lo contrario os daremos guerra y quitaremos los ídolos, para que dejéis la engañosa religión de vuestros muchos y falsos dioses». Respondió Atabaliba muy enojado que no quería tributar siendo libre, ni oír que hubiese otro mayor señor que él; empero, que holgaría de ser amigo del emperador y conocerle, ca debía ser gran príncipe, pues enviaba tantos ejércitos como decían por el mundo; que no obedecería al papa, porque daba lo ajeno y por no dejar a quien nunca vio el reino que fue de su padre. Y en cuanto a la religión, dijo que muy buena era la suya, y que bien se hallaba con ella, y que no quería ni menos debía poner en disputa cosa tan antigua y aprobada; y que Cristo murió y el Sol y la Luna nunca morían, y que ¿cómo sabía el fraile que su Dios de los cristianos criara el mundo? Fray Vicente respondió que lo decía aquel libro, y dióle su breviario. Atabaliba lo abrió, miró, hojeó, y diciendo que a él no le decía nada de aquello, lo arrojó en el suelo. Tomó el fraile su breviario y fuése a Pizarro [172] voceando: «Los evangelios en tierra; venganza, cristianos; a ellos, a ellos, que no quieren nuestra amistad ni nuestra ley». Pizarro, entonces mandó sacar el pendón y jugar la artillería, pensando que los indios arremeterían. Como la seña se hizo, corrieron los de caballo a toda furia por tres partes a romper la muela de gente que alrededor de Atabaliba estaba, y alancearon muchos. Llegó luego Francisco Pizarro con los de pie, que hicieron gran riza en los indios con las espadas a estocadas. Cargaron todos sobre Atabaliba, que todavía estaba en su litera, por prenderle, deseando cada uno el prez y gloria de su prisión. Como estaba alto, no alcanzaban, y acuchillaban a los que la tenían; pero no era caído uno, que luego no se pusiesen otros y muchos a sostener las andas, por que no cayese a tierra su gran señor Atabaliba. Viendo esto Pizarro, echóle mano del vestido y derribólo, que fue rematar la pelea. No hubo indio que pelease, aunque todos tenían armas; cosa bien notable contra sus fieros y costumbre de guerra. No pelearon porque no les fue mandado, ni se hizo la señal que concertaran para ello, si menester fuese, con el grandísimo rebato y sobresalto que les dieron, o porque se cortaron todos de puro miedo y ruido que hicieron a un mismo tiempo las trompetas, los arcabuces y artillería y los caballos, que llevaban pretales de cascabeles para espantarlos. Con este ruido, pues, y con la prisa y heridas que los nuestros les daban, huyeron sin curar de su rey. Unos derribaban a otros por huir, y tantos cargaron a una parte, que, arrimados a la pared, derrocaron un lienzo de ella, por donde tuvieron salida. Siguieron los Fernando Pizarro y los de caballo hasta que anocheció, y mataron muchos de ellos en el alcance. Ruminagui huyó también cuando sintió los truenos del artillería, que barruntó lo que fue, como vio derribado de la torre al que le tenía de hacer señal. Murieron muchos indios a la prisión de Atabaliba, la cual aconteció año de 1533 y en el tambo de Caxamalca, que es un gran patio cercado. Murieron tantos porque no pelearon y porque andaban los nuestros a estocadas, que así lo aconsejaba fray Vicente, por no quebrar las espadas hiriendo de tajo y revés. Traían los indios morriones de madera, dorados, con plumajes, que daban lustre al ejército; jubones fuertes embastados, porras doradas, picas muy largas, hondas, arcos, hachas y alabardas de plata y cobre y aun de oro, que a maravilla relumbraban. No quedó muerto ni herido ningún español, sino Francisco Pizarro en la mano, que al tiempo de asir de Atabaliba tiró un soldado una cuchillada para darle y derribarle, por donde algunos dijeron que otro le prendió. [173]