La famosa nao Vitoria
Como nuestros españoles tuvieron llenas sus dos naos de clavos y otras especias, aparejaron su partida y vuelta para España, tomando las cartas y presentes de Almanzor y de los otros señores al emperador rey de Castilla. Almanzor les rogó que le llevasen muchos españoles para vengar la muerte de su padre, y quien le enseñase las costumbres españolas y la religión cristiana. No pudieron haber más noticia de aquellas islas de la que digo, por falta de lengua, aunque anduvieron muchas para las traer a la devoción del emperador y para saber si aportaban por allí portugueses; y de un Peralfonso que toparon en Bandan entendieron cómo había estado allí una carabela portuguesa feriando clavos. Partieron, pues, de Tidore muy alegres, por llevar noticia de las Malucas y gran cantidad de clavos y otras especias a España, y muchas espadas y mamucos para el emperador; muchos papagayos colorados y blancos, que no hablan bien, y miel de abejas que, por ser pequeñitas, llamaban moscas. Hacía mucha agua la nao capitana, dicha Trinidad, y acordaron que Juan Sebastián del Cano, natural de Guetaria, en Guipúzcoa, se viniese luego a España por la vía de portugueses con la nao Vitoria, cuyo piloto era; y que la Trinidad en adobándose fuese a tomar tierra en Panamá o costa de la Nueva España, que sería más corta navegación, y por tierras del emperador. Partió de Tidore Juan Sebastián por abril con sesenta compañeros, los trece isleños de Tidore. Tocó en muchas islas, y en Tímor tomó sándalo blanco. Hubo allí un motín y brega, en que murieron hartos de la nao. En Eude tomaron más canela; llegaron cerca de Zamotra, y sin tomar tierra pasaron al cabo de Buena Esperanza y arribaron a Santiago, una de las islas de Cabo Verde. Echó en ella trece compañeros con el esquife a tomar agua, que le faltaba, y a comprar carne, pan y negros para dar a la bomba, como venía la nao haciendo agua, que ya no eran sino treinta y un español, y los más enfermos. El capitán portugués que allí estaba los echó presos, porque decían que habían de pagar en clavos lo que compraban, para saber de dónde los traían. Y tomó la barca, y aun procuró de coger la nave. Juan Sebastián alzó de presto las áncoras y velas, y en pocos días llegó a San Lúcar de Barrameda, a los 6 de septiembre de 1522 [150] años, con solamente diez y ocho españoles, los más flacos y destrozados que podían ser. Los trece que prendieron en Santiago fueron luego sueltos por mandato del rey don Juan. Contaban, sin lo que dicho tenemos, muchas cosas de su navegación, como decir que los cristianos que echaban a la mar andaban de espaldas y los gentiles de barriga, y que muchas veces les pareció ir el Sol y la Luna al revés de acá; lo cual era por echarles siempre la sombra al sur, cuando se les antojaba aquello, ca está claro que sube por la mano derecha el Sol de los que viven de treinta grados allá de la Equinoccial, mirando el Sol; y para mirarlo han de volver la cara al norte, y así parece lo que dicen. Tardaron en ir y venir tres años menos catorce días; erráronse un día en la cuenta; y así comieron carne los viernes y celebraron la Pascua en lunes; trascordáronse o no contaron el bisiesto, bien que algunos andan filosofando sobre ello, y más yerran ellos que los marineros. Anduvieron diez mil leguas, y aun catorce mil, según cuenta, aunque menos andaría quien fuese caminando derecho. Empero ellos anduvieron muchas vueltas y rodeos, como iban a tiento. Atravesaron la tórrida zona seis veces, contra la opinión de los antiguos, sin quemarse. Estuvieron cinco meses en Tidore, donde son antípodas de Guinea, por lo cual se muestra cómo nos podemos comunicar con ellos, y aunque perdieron de vista el norte, siempre se regían por él, porque le miraba tan de hito la aguja, estando en cuarenta grados del sur, como lo mira en el mar Mediterráneo. Bien que algunos dicen que pierde algo la fuerza. Anda siempre cabe el sur o polo Antártico una nubecilla blanquizca y cuatro estrellas en cruz, y otras tres allí junto, que semejan nuestro septentrión; y éstas dan por señales del otro eje del cielo, a quien llamamos sur. Grande fue la navegación de la flota de Salomón; empero mayor fue la de estas naos del emperador y rey don Carlos. La nave Argos, de Jasón, que pusieron en las estrellas, navegó muy poquito en comparación con la nao Vitoria, la cual se debiera guardar en las atarazanas de Sevilla por memoria. Los rodeos, los peligros y trabajos de Ulises fueron nada en respeto de los de Juan Sebastián; y así, él puso en sus armas el mundo por cimera, y por letra Primus circundedistime, que conforma muy bien con lo que navegó, y a la verdad él rodeó todo el mundo.