XCVI

La entrada de los nuestros en los Malucos

Partiéronse de Borney nuestros españoles muy alegres por lo bien que allí les fue y por estar ya cerca de los Malucos, que con tanto deseo y trabajo iban buscando. Llegaron a Cimbubón, y estuvieron en aquella isla más de un mes adobando una nave. Pegáronla con ánime. Hallaron allí cocodrilos y unos peces extraños, porque son todos de un hueso, con una como sillica en el espinazo, barrigudos, cuero durísimo y sin escamas, hocico de puerco, dos huesos en la frente como cuernos derechos, y dos espinas; en fin, parece monstruo. Tomaron también y comieron muchas ostras de perlas, algunas de las cuales tuvieron veinte y cinco libras de pulpa, y una tuvo cuarenta y cuatro, [147] pero no tenían perlas. Preguntando qué tamañas perlas criaban tan grandes conchas, les fue dicho que como huevos de paloma y aun de gallinas: grandeza increíble y nunca vista. En Sarangán tomaron pilotos para las Malucas, y entraron en Tidore, una de ellas, a 8 de noviembre del año de 21. Dispararon algunos tiros por salva, echaron áncoras y amarraron las naos. Almanzor, rey de Tidore, vino a ver qué cosa era, en una barca, vestido solamente una camisa labrada de oro maravillosamente con aguja, y un paño blanco ceñido hasta tierra, y descalzo, y en la cabeza un velo de seda bien lindo, a manera de mitra. Rodeó las naos, mandó a los marineros que andaban aderezando las hojas entrar en su barca, y díjoles que fuesen bienvenidos, y otras muchas buenas palabras; entró luego en la una nao, y tapóse las narices por el olor de tocino, como era moro. Los españoles le besaron la mano y le dieron una silla de carmesí, una ropa de terciopelo amarillo, un sayón de tela falsa de oro, cuatro varas de escarlata, un pedazo de damasco amarillo, otro de lienzo, un paño de manos labrado de seda y oro, dos copas de vidrio, seis sartales de lo mismo, tres espejos, doce cuchillos, seis tijeras y otros tantos peines. Dieron asimismo a un su hijo que consigo llevaba, una gorra, un espejo y dos cuchillos, y muchas cosas a los otros caballeros y criados. Habláronle de parte del emperador, pidiendo licencia para negociar en su isla. Almanzor respondió que negociasen mucho en buena hora, haciendo cuenta que estaban en tierra del emperador; y si alguno los enojase, que lo matasen. Estuvo mirando la bandera que tenía las armas reales, y pidió la figura del emperador, y que le mostrasen la moneda, el peso y medida que tenían; y desde que lo tuvo bien mirado todo, díjoles cómo él sabía por su astrología que habían de venir allí, por mandado del emperador de cristianos, en busca de las especias que nacían en aquellas sus islas; y que, pues eran venidos, que las tomasen, ca él era y se daba por amigo del emperador. Quitóse con tanto la mitra, abrazólos y fuése. Otros dicen que no lo supo por ciencia, sino por sueño, ca soñara dos años antes que veía venir por mar unas naos y hombres, que punto no les mentían a los españoles, a señorear aquellas islas y especias. Nosotros pensamos que fue conjetura, sabiendo el mandado y trato de portugueses en Calicut, Malaca, Zamotra y costa de la China. Salieron a tierra los nuestros a feriar especias y a ver los árboles que las producen. Estuvieron más de cinco meses allí en Tidore, con mucha conversación de los isleños. Vino a verlos, y a darse al emperador, Corala, señor de Terrenate, que era sobrino de Almanzor (aunque otros lo llaman Colano); el cual tenía cuatrocientas damas en su casa, gentiles en ley y en persona, y cien corcovadas que lo servían de pajes. Vino también Luzfu, rey de Gilolo, amigo de Almanzor, que tenía seiscientos hijos, si ya no se engañan en un cero, pues, como dicen, tanto monta ocho que ochenta; aunque, como tienen muchísimas mujeres, no era mucho tener tantos hijos. Otros muchos señores de aquellas isletas vinieron a Tidore, por ruego de Almanzor, a ofrecerse por amigos y tributarios del rey de Castilla, Carlos, emperador, que no los cuento. Tenía veinte y seis hijos e hijas Almanzor, y doscientas mujeres, y cenando, mandaba ir a la cama a la que [148] quería. Era celosísimo, o lo hacía por amor de los españoles, que luego miran y suspiran y hacen del enamorado, aunque, a la verdad, todos aquellos isleños son celosos, teniendo muchas mujeres. Traen bragas; lo demás en carnes vivas. Juró Almanzor sobre su Alcorán de siempre ser amigo del emperador y rey de Castilla. Contrató de dar al fardel de clavos, cada y cuando que allá fuesen castellanos, por treinta varas de lienzo, diez de paño colorado y cuatro de amarillo, y las otras especias conforme a este precio. Hay en Tidore y por aquellas islas unas avecicas que llaman mamucos, las cuales son de mucho menor carne que cuerpo muestran; tienen las piernas largas un palmo; la cabeza chica, más luengo el pico; la pluma de color lindísimo; no tienen alas, y así no vuelan sino con aire. jamás tocan en tierra sino muertas, y nunca se corrompen ni pudren. No saben dónde crían ni qué comen, y algunos piensan que anidan en paraíso, como son moros y como creen en el Alcorán, que les pone otras semejantes y aun peores cosas en su paraíso. Piensan los nuestros que se mantienen del rocío y flor de las especias. Como quiera que sea, ellos no se corrompen. Los españoles los traen por plumajes, y los malucos, por remedio contra heridas y asechanzas.