El estrecho de Magallanes
Los de la casa de la Contratación armaron cinco naos; abasteciéronlas muy cumplidamente de bizcocho, harina, vino, aceite, queso, tocino y cosas así de comer y de muchas armas y rescates; hicieron doscientos soldados, y todo a costa del rey. Partió con tanto Magallanes de Sevilla por agosto, y de San Lúcar de Barrameda a 20 de setiembre, año de 1519, y casi tres años después que comenzó a negociar en Castilla esta empresa. Llevó doscientos y treinta y siete hombres, entre soldados y marineros, de los cuales algunos eran portugueses: la nao capitana se nombraba Trinidad, y las otras San Antón, Vitoria, Concepción y Santiago; iba por piloto mayor Juan Serrano, experto marinero. De San Lúcar fue a Tenerife, tina de las Canarias, y de allí a las islas de Cabo-Verde, y de ellas al cabo de San Agustín por entre mediodía y poniente, ca su intento era seguir aquella costa hasta topar estrecho o ver dónde paraba, costeando muy bien la tierra. Estuvieron [138] muchos días en tierra de veinte y dos y veinte y tres grados allende la Equinoccial, comiendo cañas de azúcar y antas, que parecen vacas; lo mejor que rescataron fue papagayos. Comen los de allí pan de madera rallada y carne humana; visten de pluma con largas colas, o van desnudos; agujéranse las mejillas y bezos bajeros, como las orejas, para traer allí piedras y huesos, píntanse todos; ellos no traen barba ni ellas pelos, ca se los quitan con arte y maestría; duermen en hamacas de cinco en cinco y aun de diez en diez hombres con sus mujeres, tan grandes son aquellas camas y tal su costumbre y hermandad; usan vender sus hijos; las mujeres siguen a sus maridos cargadas de pan o flechas, y los hijos de redes. Llegaron postrero de marzo a una bahía que está en cuarenta grados, donde invernaron aquellos cinco meses siguientes de abril, mayo, junio, julio y agosto, que, como el Sol entonces anda por acá, reina el frío allí, nevando reciamente. Fueron algunos españoles a mirar qué tierra y gente fuese, y sacaron espejos, cascabeles y otras cosillas de hierro, cuero y vidrio para rescatar. Los indios se llegaron a la marina, maravillados de tan grandes navíos y de tan chicos hombres. Metían y sacábanse por el garguero una flecha para espantar los extranjeros, a lo que mostraban, aunque dicen algunos que lo usan para vomitar estando hartos, y cuando han menester las manos o los pies. Traían corona como clérigo, y el demás cabello largo y trenzado con un cordel, en que suelen atar las saetas yendo a caza o a guerra; venían con abarcas y vestidos de pellejas, y algunos muy pintados; todo lo cual, especial en jayanes como ellos, ponía temor, cuanto más admiración. Comenzaron a entrar en plática por señas, que no aprovechaba hablar; nuestros españoles les convidaban a las naos, y ellos a los nuestros a su casa; en fin fueron siete arcabuceros dos leguas dentro en tierra a una casilla tejada de cuero y en medio un espeso bosque, la cual estaba repartida en dos cuartos, uno para hombres y otro para mujeres y niños. Vivían en ella cinco gigantes y trece mujeres y muchachos; todos más negros que requiere la frialdad de aquella tierra. Dieron de cenar a los nuevos huéspedes una anta mal asada, o asno salvaje, sin beber gota, y sendos zamarrones en qué dormir, y echáronse al calor del fuego. Estuvieron todos aquella noche alerta, recatándose unos de otros; en la mañana les rogaron mucho los nuestros que se fuesen con ellos a ver las naves y capitán; y como rehusaban asiéronles para llevarlos por fuerza a que los viese Magallanes. Ellos se enojaron mucho de esto; entraron al aposento de las mujeres, y dende a poco salieron pintadas las caras muy fea y fieramente con muchos colores, y cubiertos con otras pellejas extrañas hasta media pierna, y muy feroces blandeaban sus arcos y flechas, amenazando los extranjeros si no se iban de su casa. Los españoles dispararon por alto un arcabuz para espantarlos; los jayanes entonces quisieron paz, asombrados del trueno y fuego, y fuéronse los tres de ellos con los siete nuestros. Andaban tanto, que los españoles no podían atener con ellos, y con achaque de ir a matar una fiera que pacía cerca del camino, huyeron los dos; el otro que no pudo escabullirse entró en la nao capitana. Magallanes [139] le trató muy bien porque le tomase amor; él tomó muchas cosas, aunque con zuño; bebió bien del vino, hubo pavor de verse a un espejo; probaron qué fuerza tenía, y ocho hombres no lo pudieron atar; echáronle unos grillos, como que se los daban para llevar, y entonces bramaba; no quiso comer, de puro coraje, y murióse. Tomaron para traer a España la medida, ya que no podían la persona, y tuvo once palmos de alto; dicen que los hay de trece palmos, estatura grandísima, y que tienen disformes pies, por lo cual los llaman patagones. Hablan de papo, comen conforme al cuerpo y temple de tierra, visten mal para vivir en tanto frío, atan para adentro lo suyo, tíñense los cabellos de blanco, por mejor color, si ya no fuesen canas; alcohólanse los ojos, píntanse de amarillo la cara, señalando un corazón en cada mejilla; van, finalmente, tales, que no semejan hombres. Son grandes flecheros, persiguen mucho la caza, matan avestruces, zorras, cabras monteses muy grandes y otras fieras. Salió allí en tierra Magallanes e hizo cabañas para estar; mas, como no había lugares ni gente, a lo menos parecía, pasaban triste vida. Padecían frío y hambre y aun murieron algunos de ellos, ca ponía Magallanes grande regla y tasa en las raciones, porque no faltase pan. Viendo la falta, necesidad y peligro, y que duraban mucho las nieves y mal tiempo, rogaron a Magallanes los capitanes de la flota y otros muchos que se volviese a España y no los hiciese morir a todos buscando lo que no había, y que se contentase de haber llegado donde nunca español llegó. Magallanes dijo que le sería muy gran vergüenza tornarse de allí por aquel poco trabajo de hambre y frío, sin ver el estrecho que buscaba o el cabo de aquella tierra, y que presto se pasaría el frío, y la hambre se remediaría con la orden y tasa que andaba, y con mucha pesca y caza que hacer podían; que navegasen algunos días, venida la primavera, hasta subir a sesenta y cinco grados, pues se navegaban Escocia, Noruega y Islandia, y pues había llegado cerca de allí Américo Vespucio, y si no hallasen lo que tanto deseaba, que se volvería. Ellos y la mayor parte de la gente, suspirando por volverse, le requirieron una y muchas veces que sin ir más adelante diese vuelta; Magallanes se enojó mucho de ello, y mostrándoles dientes, como hombre de ánimo y de honra, prendió y castigó algunos. Revolvióse la heria, diciendo que aquel portugués los llevaba a morir por congraciarse con su rey, y embarcáronse. Embarcóse también Magallanes, y de cinco naos no le obedecían las tres, y estaba con gran miedo no le hiciesen alguna afrenta o mal. Estando en esta cuita, vino hacia su nao una de las otras amotinadas cazando de noche y sin advertencia de los marineros; él, aunque al principio tuvo temor, reconoció lo que era, y tomóla sin escándalo ni sangre, y luego se le rindieron las otras dos. Justició a Luis de Mendoza y a Gaspar Casado y a otros; echó y dejó en tierra a Juan de Cartagena y a un clérigo, que debía revolver el hato, con sendas espadas y una talega de bizcocho, para que allí o se muriesen o los matasen; publicó que lo querían matar. Con este inhumano castigo allanó los demás, y se partió de San Julián día de San Bartolomé. Como miraba las ensenadas para ver si eran estrecho, tardaba mucho en cada parte que llegaba. Cuando [140] emparejó con la Punta de Santa Cruz, vino un torbellino que llevó en peso la menor nao sobre unas peñas; quebróla, y salvóse la gente, ropa y jarcias. Tuvo entonces Magallanes miedo grandísimo, y anduvo desatinado como quien andaba a tientas; estaba el cielo turbado, el aire tempestuoso, la mar brava y la tierra helada. Navegó empero treinta leguas, y llegó a un cabo que nombró de las Vírgenes, por ser día de Santa Ursula. Tomó la altura del Sol, y hallóse en cincuenta y dos grados y medio de la Equinoccial, y con hasta seis horas de noche. Parecióle gran cala, y creyendo ser estrecho, envió las naves a mirar, mandóles que dentro de cinco días volviesen al puesto. Volvieron las dos, y como tardase la otra, embocóse por el estrecho. La nao San Antón, cuyo capitán era Álvaro de Mezquita y piloto Esteban Gómez, no vio las otras cuando volvió al cabo de las Vírgenes; soltó los tiros, hizo ahumadas y esperó algunos días. Álvaro de Mezquita quería entrar por el estrecho, diciendo que por allí iba su tío Magallanes. Esteban Gómez, con casi los demás, deseaba volverse a España, y sobre ello dio al Álvaro una buena cuchillada y lo echó preso, acusándole que fue consejero de la crueldad de Cartagena y del clérigo de misa, y de las muertes y afrentas de los otros castellanos; y con tanto, dieron vuelta. Traían dos gigantes que se murieron navegando, y llegaron a España ocho meses después que dejaron a Magallanes; el cual tardó mucho en pasar el estrecho, y cuando se vio del otro cabo, dio infinitas gracias a Dios. No cabía de gozo por haber hallado aquel paso para el otro mar del Sur, por donde pensaba llegar presto a las islas del Maluco; teníase por dichoso; imaginaba grandes riquezas; esperaba muchas y muy crecidas mercedes del rey don Carlos por aquel tan señalado servicio. Tiene este estrecho ciento y diez leguas, y aun algunos le ponen ciento y treinta; va derecho de este a oeste; y así, están ambas sus dos bocas en una misma altura, que cincuenta y dos grados es y medio. Es ancho dos leguas, y más también, y menos en algunas partes; es muy hondable; crece más que mengua, y corre al sur; hay en él muchas islejas y puertos. Es la costa por entrambos lados muy alta y de grandes peñascos; tierra estéril, que no hay grano, y fría, que dura la nieve casi todo el año, y aun algunos contaban que había nieve azul en ciertos lugares, lo cual debe ser de vieja, o por estar sobre cosa de tal color. Hay árboles grandes y muchos cedros, y ciertos árboles que llevan unas como guindas. Críanse avestruces y otras grandes aves, muchos y extraños animales; hay sardinas, golondrinas que vuelan y que se comen unos a otros, lobos marinos, de cuyos cueros se visten; ballenas, cuyos huesos sirven de hacer barcas, las cuales también hacen de cortezas y las calafatean con estiércol de antas. [141]