Sacerdotes, médicos y nigrománticos
A los sacerdotes llaman piaches: en ellos está la honra de las novias, la ciencia de curar y la de adivinar; invocan al diablo, y, en fin, son magos y nigrománticos. Curan con yerbas y raíces crudas, cocidas y molidas, con saín de aves y peces y animales, con palo, y otras cosas que el vulgo no conoce, y con palabras muy revesadas y que aun el mismo médico no las entiende, que usanza es de encantadores. Lamen y chupan donde hay dolor, para sacar el mal humor que lo causa; no escupen aquello donde el enfermo está, sino fuera de casa. Si el dolor crece, o la calentura y mal del doliente, dicen los piaches que tiene espíritus, y pasan la mano por todo el cuerpo. Dicen palabras de encante, lamen algunas coyunturas, chupan recio y menudo, dando a entender que llaman y sacan espíritu. Toman luego un palo de cierto árbol, que nadie sino el piache sabe su virtud, friéganse con él la boca y gaznates, hasta que lanzan cuanto en el estómago tienen, y muchas veces sangre: tanta fuerza ponen o tal propiedad es la del palo. Suspira, brama, tiembla, patea y hace mil bascas el piache; suda dos horas hilo a hilo del pecho, y en fin, echa por la boca una como flema muy espesa, y en medio de ella una pelotilla dura y negra, la cual llevan al campo los de la casa del enfermo y arrójanla diciendo: «Allá irás, demonio; demonio, allá irás». Si acierta el doliente a sanar, dan cuanto tienen al médico; si muere dicen que era llegada su hora. Dan respuesta los piaches si les preguntan; mas en cosas importantes, como decir si habrá guerra o no, y si la hubiere, qué fin tendrá; el año si será abundante o falto, o enfermo; si habrá mucha pesca; si la venderán bien. Previenen la gente antes que vengan los eclipses; avisan de los cometas y dicen muchas otras cosas. Los españoles, estando en deseo y necesidad, les preguntaron una vez si venían presto naos, y les dijeron que para tal día vendría una carabela con tantos hombres y con tales bastimentos y mercaderías: y fue así como dijeron, que vino el mismo día que señalaron, y trajo los hombres puntualmente y cosas que dijeron. Invocan al diablo de esta manera: entra el piache en una cueva o cámara secreta una noche muy oscura; lleva consigo ciertos mancebos animosos, que hagan las preguntas sin temor. Siéntase él en un banquillo, y ellos están en pie. Llama, vocea, reza versos, tañe sonajas o caracol, y en tono lloroso dice muchas veces: «Prororure, prororure», que son palabras de ruego. Si el diablo no viene a ellas, vuelve el son; canta versos de amenazas con gesto enojado; hace y dice grandes fieros y meneos. Cuando viene, que por el ruido se conoce, tañe muy recio y aprisa, y luego cae y muestra estar preso del demonio, según las vueltas que da y visajes que hace. Llega entonces a él uno de aquellos hombres y pregunta lo que quiere, y él responde. Fray Pedro de Córdoba, fraile dominico, quiso aclarar este negocio; y cuando el piache estuvo en el suelo arrebatado del espíritu [127] maligno, tomó una cruz, estola y agua bendita; entró con muchos indios y españoles, echó una parte de la estola al piache, santiguóle, conjuróle en latín y en romance. Respondióle el endemoniado en indio muy concertada mente. Preguntóle al cabo dónde iban las almas de los indios y dijo que al infierno, y con tanto se feneció la plática, y el fraile quedó satisfecho y espantado, y el piache atormentado y quejoso del diablo, que tanto tiempo lo tuvo así. Esta es la santidad de los piaches. Llevan precio por curar y adivinar, y así son ricos. Van a los banquetes, pero siéntanse aparte y por sí: embriáganse terriblemente, y dicen que cuanto más vino tanto más adivino. Gozan la flor de mujeres, pues les dan que prueben las novias. No curan a parientes, y nadie puede curar si no es piache; aprenden la medicina y mágica desde muchachos, y en dos años que están encerrados en bosques no comen cosa de sangre, no ven mujer, ni aun a sus madres ni padres; no salen de sus chozas o cuevas; van a ellos de noche los maestros y piaches viejos a enseñarles. Cuando acaban de aprender, o es pasado el tiempo del silencio y soledad, toman testimonio de ella, y comienzan a curar y dar respuestas como doctores. Tanto como dicho tengo, y más que callo, afirmaron en Consejo de Indias fray Tomás Ortiz y otros frailes dominicos y franciscos; y dióseles crédito, por ser cierto que los diablos entran algunas veces en hombres y dan respuestas que suelen salir verdaderas. Digamos ya de las sepulturas, donde todos iremos a parar, y concluyamos con las costumbres de Cumaná. Endechan los muertos cantando sus proezas y vida; y o los sepultan en casa, o desecados al fuego los cuelgan y guardan; lloran mucho al cuerpo fresco. Al cabo del año, si es señor el que se enterró, júntanse muchos que para esto son llamados y convidados, con tal que cada uno se traiga su comer, y en anocheciendo desentierran el muerto con muy gran llanto. Trábanse de los pies con las manos, meten las cabezas entre las piernas y dan vueltas alrededor; deshacen la rueda, patean, miran al cielo y lloran voz en grita. Queman los huesos, y dan la cabeza a la más noble o legítima mujer, que la guarde por reliquias en memoria de su marido. Creen, juntamente con esto, que la ánima es inmortal; empero que come y bebe allá en el campo donde anda, y que es el eco que responde al que habla y llama.