LXXXII

Bailes e ídolos que usan

En dos cosas se deleitan mucho estos hombres: en bailar y beber; suelen gastar ocho días arreo en bailes y banquetes. Dejo las danzas y corros que hacen ordinariamente, y digo que para hacer un areito a bodas, o coronación del rey o señor alguno, en fiestas públicas y alegrías se juntan muchos y muy galanes; unos con coronas, otros con penachos, otros con patenas al [125] pecho, y todos con caracoles y conchas a las piernas, para que suenen como cascabeles y hagan ruido. Tíznanse de veinte colores y figuras; quien más feo va, les parece mejor. Danzan sueltos y trabados de la mano, en arco, en muela, adelante, atrás; pasean, saltan, voltean; callan unos, cantan otros, gritan todos. El tono, el compás, el meneo es muy conforme y a un tiempo, aunque sean muchos. Su cantar y el son tiran a tristeza cuando comienzan, y paran en locura. Bailan seis horas sin descansar; algunos pierden el aliento; el que baila más es más estimado. Otro baile usan harto de ver, y que parece un ensayo de guerra. Alléganse muchos mancebos para festejar a su cacique, limpian el camino, sin dejar una paja ni yerba. Antes un rato que lleguen al pueblo o a palacio comienzan a cantar bajo, y a tirar los arcos al paso de la ordenanza que traen. Suben poco a poco la voz hasta gañir; canta uno y responden todos; truecan las palabras, diciendo: «Buen señor tenemos; tenemos buen señor, señor tenemos bueno». Adelántase quien guía la danza, y camina de espaldas hasta la puerta. Entran luego todos haciendo seiscientas momerías: unos hacen del ciego, otros del cojo; cuál pesca, cuál teje, quién ríe, quién llora, y uno ora muy en seso las proezas de aquel señor y de sus antepasados, Tras esto siéntanse todos como sastres o en cuclillas. Comen callando y beben hasta eniborrachar. Quien más bebe es más valiente y más honrado del señor que les da la cena. En otras fiestas, como de Baco, que acostumbran emborracharse todos, están las mujeres y aun las hijas para llevar borrachos a casa sus maridos, padres y hermanos, y para escanciar; aunque muchas veces se dan uno a otro de beber por la orden que asentados están, que casi es «yo bebo a vos» de Francia; empero siempre al primero da vino una mujer. Riñen después de beodos. Apuñéanse, desafíanse, trátanse de hijos de putas, cornudos, cobardes y semejantes afrentas. No es hombre el que no se embriaga, ni alcanza lo venidero, como piaches dicen. Muchos vomitan para beber de nuevo; beben vinos de palma, yerba, grano y frutas. Para más abundancia toman humo por las narices, de una yerba que mucho encalabria y quita el sentido; cantan las mujeres cantares tristes cuando los llevan a casa, y tañen unos sones que provocan llorar. Idolatran reciamente los de Cumaná. Adoran Sol y Luna; tiénenlos por marido y mujer y por grandes dioses. Temen mucho al Sol cuando truena y relampaguea, diciendo que está de ellos airado. Ayunan los eclipses, en especial mujeres, que las casadas se mesan y arañan y las doncellas se sangran de los brazos con espinas de peces; piensan que la Luna está del Sol herida por algún enojo. En tiempo de algún cometa hacen grandísimo ruido con bocinas y atabales y grita, creyendo que así huye o se consume; creen que las cometas denotan grandes males. Entre los muchos ídolos y figuras que adoran por dioses tienen una aspa como la de San Andrés, y un signo como de escribano, cuadrado, cerrado y atravesado en cruz de esquina a esquina, y muchos frailes y otros españoles decían ser cruz, y que con él se defendían de los fantasmas de noche, y lo ponían a los niños en naciendo. [126]