La muerte de muchos españoles
Estaba el licenciado Bartolomé de las Casas, clérigo, en Santo Domingo al tiempo que florecían los monasterios de Cumaná y Chiribichi, y oyó loar la fertilidad de aquella tierra, la mansedumbre de la gente y abundancia de perlas. Vino a España, pidió al emperador la gobernación de Cumaná; informóle cómo los que gobernaban las Indias le engañaban, y prometióle de mejorar y acrecentar las rentas reales. Juan Rodríguez de Fonseca, el licenciado Luis Zapata y el secretario Lope de Conchillos, que entendían en las cosas de Indias, le contradijeron con información que hicieron sobre él; y lo tenían por incapaz del cargo, por ser clérigo y no bien acreditado ni sabedor de la tierra y cosas que trataba. Él entonces favorecióse de monsiur de Laxao, camarero del emperador, y de otros flamencos y borgoñones, y alcanzó su intento por llevar color de buen cristiano en decir que convertiría más indios que otro ninguno con cierta orden que pondría, y porque prometía enriquecer al rey y enviarles muchas perlas. Venían entonces muchas perlas, y la mujer de Xebres hubo ciento y sesenta marcos de ellas que vinieron del quinto, y cada flamenco las pedía y procuraba. Pidió labradores para llevar, diciendo no harían tanto mal como soldados, desuellacaras, avarientos e inobedientes. Pidió que los armase caballeros de espuela dorada, y una cruz roja diferente de la de Calatrava, para que fuesen francos y ennoblecidos. Diéronle, a costa del rey, en Sevilla, navíos y matalotaje y lo que más quiso, y fue a Cumaná el año de 20 con obra de trescientos labradores que llevaban cruces, y llegó al tiempo que Gonzalo de Ocampo hacía a Toledo. Pesále de hallar allí tantos españoles con aquel caballero, enviados por el almirante y Audiencia, y de ver la tierra de otra manera que pensara ni dijera en corte. Presentó sus provisiones, y requirió que le dejasen la tierra libre y desembargada para poblar y gobernar. [119] Gonzalo de Ocampo dijo que las obedecía, pero que no cumplía cumplirlas, ni lo podía hacer sin mandamiento del gobernador y oidores de Santo Domingo, que lo enviaran. Burlaba mucho del clérigo, que lo conocía de allá de la vega por ciertas cosas pasadas, y sabía quién era; burlaba eso mismo de los nuevos caballeros y de sus cruces como de San Benitos. Corríase mucho de esto el licenciado, y pesábale de las verdades que le dijo. No pudo entrar en Toledo, e hizo una casa de barro y palo, junto a donde fue el monasterio de franciscos, y metió en ella sus labradores, las armas, rescate y bastimento que llevaba, y fuese a querellar a Santo Domingo. El Gonzalo de Ocampo se fue también, no sé si por esto o por enojo que tenía de algunos de sus compañeros, y tras él se fueron todos; y así quedó Toledo desierto y los labradores solos. Los indios, que holgaban de aquellas pasiones y discordia de españoles, combatieron la casa y mataron casi todos los caballeros dorados. Los que huir pudieron acogiéronse a una carabela, y no quedó español vivo en toda aquella costa de perlas. Bartolomé de las Casas, como supo la muerte de sus amigos y pérdida de la hacienda del rey, metióse fraile dominico en Santo Domingo; y así, no acrecentó nada las rentas reales ni ennobleció los labradores, ni envió perlas a los flamencos.