LXXIV

El descubrimiento de las perlas

Antes que más adelante pasemos, pues hay perlas en más de cuatrocientas leguas de costa que ponen del cabo de la Vela al golfo de Paria, es bien [114] decir quién las descubrió. En el viaje tercero que Cristóbal Colón hizo a Indias, año de 1498, o (según algunos) 7, llegó a la isla Cubagua, que llamó de Perlas. Envió un batel con ciertos marineros a tomar una barca de pescadores, para saber qué pescaban y qué gente eran. Los marineros siguieron la barca, que, de miedo, habiendo visto aquellos grandes navíos, huía. No la pudieron alcanzar. Llegaron a tierra, donde los indios pararon su barca y aguardaron. No se alteraron ni llamaron gente, antes mostraron alegría de ver hombres barbados y vestidos a la marinesca. Un marinero quebró un plato de Málaga, y salió a rescatar con ellos y a mirar la pesca, porque vio entre ellos una mujer con gargantillas de aljófar al cuello. Hubo a trueco del plato (que otra cosa no sacó) ciertos hilos de aljófar blanco y granado, con que se tornaron a las naos muy alegres. Colón, por certificarse más y mejor, mandó ir otros con cascabeles, agujas, tijeras y cascos de aquel mismo barro valenciano, pues lo querían y preciaban. Fueron, pues, y trajeron más de seis marcos de aljófar menudo y grueso con muchas buenas perlas entre ello. «Dígovos que estáis, dijo Colón entonces a los españoles, en la más rica tierra del mundo: demos gracias al Señor». Maravillóse de ser tan crecido todo aquel aljófar, ca de ver tanto no cabía de placer. Entendió que los indios no hacían caso de lo muy menudo por tener harto de lo granado, o por no saber agujerearlo. Dejó Colón la isla y acercóse a tierra, que andaba mucha gente por la marina, para ver si había también allá perlas. Estaba la costa cubierta de hombres, mujeres y niños que salían a mirar los navíos, cosa para ellos extraña. El señor de Cumaná, que así llamaban aquella tierra y río, envió a rogar al capitán de la flota que desembarcase y sería bien recibido. Mas él, aunque hacían gestos de amor los mensajeros, no quiso ir, temiendo alguna zalagarda, o porque los suyos no se quedasen allí, si había tantas perlas como en Cubagua. Tornaron luego muchos indios a las naos; entraron en ellas, y quedaron espantados de los vestidos, espadas y barbas de los españoles; de los tiros, jarcias y obras muertas de las naos, y aun los nuestros se santiguaron y gozaron en ver que todos aquellos indios traían perlas al cuello y muñecas. Colón les demandaba por señas dónde las pescaban. Ellos señalaban con el dedo la isla y la costa. Envió entonces Colón a tierra dos bateles con muchos españoles, para mayor certificación de aquella nueva riqueza, y porque todos le importunaron. Hubo tanto concurso de gente a ver los extranjeros, que no se podían valer. El señor los llevó al lugar a una casa redonda que parecía templo, donde los sentó en banquillos muy labrados de palma negra. Sentóse también él, un hijo suyo y otros que debían ser caballeros; trajeron luego mucho pan y frutas de diversas suertes, y algunas que aún no las conocían españoles. Trajeron eso mismo razonable vino tinto y blanco, hecho de dátiles, grano y raíces; diéronles al cabo perlas en colación por confites. Lleváronlos después a palacio a ver las mujeres y aparato de casa. No había ninguna de ellas aunque había muchas, que no tuvieron ajorcas de oro y gargantillas de perlas. Holgaron, teniendo palacio con ellas, una gran pieza, que eran amorosas, [115] y, para ir desnudas, blancas, y, para ser indias, discretas. Los que van al campo están negros del sol. Volviéronse los españoles a los navíos, admirados de tantas perlas y oro. Rogaron a Colón que los dejase allí; mas él no quiso, diciendo ser pocos para poblar. Alzó velas, corrió la costa hasta el cabo de la Vela, y de allí se vino a Santo Domingo con propósito de volver a Cubagua en ordenando las cosas de su gobernación. Disimuló el gozo que sentía de haber hallado tanto bien, y no escribió al rey el descubrimiento de las perlas, o a lo menos no lo escribió hasta que ya lo sabían en Castilla; lo cual fue gran parte que los Reyes Católicos se enojasen y lo mandasen traer preso a España, según ya contamos. Dicen que lo hizo por capitular de nuevo y haber para sí aquella rica isla, que no era tal que pensase encubrir el descubrimiento al rey, que tiene muchos ojos. Mas tardó a decir y tratarlo con la ocupación que tuvo en lo de Roldán Jiménez.