LXXIII

Venezuela

Todo lo que hay del cabo de la Vela al golfo de la Paria descubrió Cristóbal Colón en el año 1498. Caen en esta costa Venezuela, Curiana, Chiribichi y Cumaná y otros muchos ríos y puertos. El primer gobernador que pasó a Venezuela fue Ambrosio de Alfínger, alemán, en nombre de los Belzares, mercaderes riquísimos a quien el emperador empeñó esta tierra; fue año de 28. Hizo algunas entradas con los que llevó, conquistó muchos indios, y al fin murió de un flechazo con yerba que le dieron caribes por la garganta, y los suyos vinieron a tanta hambre, que comieron perros y tres indios. Sucedióle Jorge Spira, también alemán, y que fue allá el año de 35; la reina [113] doña Isabel no consentía pasar a Indias, sino a gran importunación, hombre que no fuese su vasallo, El rey Católico dejó ir allá, después que murió ella, a los suyos de los reinos de Aragón; el emperador abrió la puerta a los alemanes y extranjeros en el concierto que hizo con la compañía de estos Belzares, aunque ahora mucho cuidado y rigor se tiene para que no vayan y vivan en las Indias sino españoles. Venezuela es obispado, y la silla está en Coro; el primer obispo fue Rodrigo de Bastidas, y no el descubridor. Díjose Venezuela porque está edificada dentro en agua sobre peña llana, y en un lago que llaman Maracaibo, y los españoles, Nuestra Señora. Son las mujeres más gentiles que sus vecinas; píntanse pecho y brazos; van desnudas; cúbrenselo con un hilo; les es vergüenza si no lo traen, y si alguno se lo quita, las injuria. Las doncellas se conocen en el color y tamaño del cordel, y traerlo así es señal certísima de virginidad; en el cabo de la Vela traen por la horcajadura una lista de algodón no más ancha que un jeme; en Tarare usan sayas hasta en pies con capillas; son tejidas en una pieza, que no llevan costura ninguna; ellos en general meten lo suyo en cañutillos, y los enotos atan la capilla por cubrir la cabeza. Hay muchos sodomíticos, que no les falta para ser del todo mujer sino tetas y parir; adoran ídolos; pintan al diablo como le hablan y ven; también se pintan todos ellos el cuerpo, y el que vence, prende o mata a otro, ora sea en guerra, ora en desafío, con que a traición no sea, se pinta un brazo por la primera vez, la otra los pechos, y la tercera con un verdugo de los ojos a las orejas, y esta es su caballería. Sus armas son flechas con yerba, lanzas de a veinte y cinco palmos, cuchillos de caña, porras, hondas, adargas muy grandes de corteza y cuero. Los sacerdotes son médicos; preguntan al enfermo si cree que lo pueden ellos sanar; traen la mano por el dolor, llaga o postema, rigtan y chupan con una paja; si no sanan, echan la culpa al paciente o a los dioses (que así hacen todos los médicos). Lloran de noche al señor que muere; el lloro es cantar sus proezas: tuéstanlo, muélenlo y echado en vino se lo beben, y esto es gran honra; en Zompachai entierran los señores con mucho oro, piedras y perlas, y sobre la sepultura hincan cuatro palos en cuadro; emperaméntanlos, y cuelgan allí dentro armas, plumajes y muchas cosas de comer y beber. En Maracaibo hay casas sobre postes en agua, que pasan barcos por debajo; allí aprendió Francisco Martín a curar con humo, soplos y bramidos.