LXIV

Lo que Balboa hizo a la vuelta de la mar del Sur

Vasco Núñez de Balboa se despidió de Chiape, que vertía muchas lágrimas porque se iba. Dejóle muy encargados ciertos españoles. Partióse muy alegre por lo que había hecho y hallado, y con propósito de tornar luego en visitando sus compañeros de la Antigua del Darién, y en escribiendo al rey, pasó un río en barquillos, y fue a ver Teoca, señor de aquel río, el cual recibió alegremente los españoles por sus proezas y fama. Dióles veinte marcos de oro labrado y doscientas perlas bien grandes, aunque no muy blancas, a causa de asar primero las conchas que saquen las perlas, para comer la carne, que la precian mucho, y aun dicen ser tal o mejor que nuestras ostras. Dióles también muchos peces salados, esclavos para al fardaje y un hijo que los guiase hasta llegar a tierra de Pacra, tirano, gran señor y enemigo suyo. Pasaron por el camino grandes montes y sed, y los de Teoca mucho miedo de los tigres y leones que toparon. Pacra huyó con todos los suyos sintiendo venir españoles; ellos entraron en el pueblo, y no hallaron más de treinta [97] libras de oro en diversas piezas. Requirióle mucho Balboa con las lenguas que se hablasen y fuesen amigos; rehusó infinito, temiendo lo que después le vino. Al fin hubo de venir confiando que usarían con él de clemencia, como con Tumaco y Chiape. Trajo consigo tres señorsetes y un presente. Era Pacra hombre feo y sucio, sí en aquellas partes se había visto, grandísimo puto, y que tenía muchas mujeres, hijas de señores, por fuerza, con las cuales usaba también contra natura; en fin, concordaban sus obras con el gesto. Informado Balboa de todo esto, fue metido en cárcel con los tres caballeros que trajo, ca también ellos pecaban aquel pecado. Vinieron luego otros muchos señores y caballeros de la redonda con ricos dones a ver los españoles, que tanta nombradía tenían. Rogaron a su capitán que lo castigase, formando mil quejas de él. Balboa le dio tormento, pues amenazas ni ruegos no bastaban para que confesase su delito y manifestase dónde sacaba y tenía el oro. El confesó el pecado; mas dijo que ya eran muertos los criados de su padre que traían el oro de la sierra, y que él no se curaba de ello ni lo había menester. Echáronlo con tanto a los alanos, que brevemente lo despedazaron, y juntamente con aquél otros tres, y después los quemaron. Este castigo plugo mucho a todos los señores y mujeres comarcanas. Venían los indios a Balboa como a rey de la tierra, y él mandaba libre y osada mente. Bononiama sirvió bien y trajo los españoles que con Chiape quedaron, y les dio veinte marcos de oro. Entrególos de su mano a Balboa, dándole muchas gracias por haber librado la tierra de aquel tirano. Estuvo un mes allí en Pacra, que llamó Balboa Todos Santos, recreando los españoles y ganando hacienda y voluntades de indios; y de sólo aquel lugar hubo treinta libras de oro. De Pacra caminó Balboa por tierra estéril y de muchos tremedales; pasó tres días de trabajo, y llegó con harta falta de pan a un lugar de Buquebuca, que halló desierto y sin vitualla ninguna. Envió las lenguas a buscar el señor y decirle que viniese sin miedo y sería su amigo. Respondió Buquebuca que no huía de temor, sino de vergüenza, por no tener aparejo de hospedar varones tan celestiales; por tanto, que le perdonasen y recibiesen aquellas piezas de oro en señal de obediencia, que eran muchos vasos muy bien labrados: ellos más quisieran pan que oro. Caminaron luego por hallar de comer: salieron de través ciertos indios voceando; esperaron a ver qué querían y quién eran. Ellos, como llegaron saludaron al capitán, y dijeron, según los intérpretes: «Nuestro rey Corizo, hombres de Dios, os envía a saludar, atento cuán esforzados e invencibles sois, y cómo castigáis los malos. Por dichoso se tuviera de teneros y serviros en su casa y reino, ca vos mucho desea ver las barbas y traje; pero pues ser no puede, por quedar atrás, contentarse ha que lo tengáis por amigo, que por tal se os da; y en señal de amor os envía estas treinta bronchas de oro fino, y os ofrece todo lo que en casa le queda, si quisiéredes ir allá. Háceros también saber que tiene por vecino y enemigo un grande y rico señor, que le corre, quema y roba su tierra cada año, contra el cual podréis mostrar vuestra justicia y fuerzas. Si podéis ir a nos ayudar, seréis vosotros ricos y nuestro [98] rey libre». Mucho se holgaron los españoles de oír aquellos desnudos mensajeros, que tan bien hablado habían, y de ver con cuán alegre semblante presentaron las bronchas al capitán. Balboa respondió que tomaba por amigo a Corizo, para siempre lo tener por tal; que le pesaba mucho no poder ir al presente a verle y remediarle; pero que prometía, dándole Dios salud, de lo hacer muy presto y con más compañeros. Entre tanto, que perdonase y recibiese por su amor y remembranza tres hachas de hierro y otras cosillas de vidrio, lana y cuero. Los indios se fueron muy ufanos con tales dádivas a su lugar, y los españoles con sus patenas de oro, que pesaban catorce libras, al de Pocorosa, donde tuvieron qué comer y qué llevar para el camino. Hizo Balboa amistad con él, y rescatóle hasta quince marcos de oro y ciertos esclavos por algunas cosillas de mercería. Dejó con Pocorosa los españoles dolientes y flacos, porque tenían de pasar por tierra de Tumanamá, de cuya riqueza y valentía les dijera don Carlos Panquiaco. Habló a sesenta que sanos estaban y recios, animándolos al camino y guerra que con él esperaban. Ellos respondieron que fuese, y vería lo que harían. Anduvieron jornada de dos días en uno, por no ser barruntados, llevando buenas guías, que les dio Pocorosa. Saltearon al primer sueño la casa del Tumanamá. Tomáronle preso con dos bardajas y ochenta mujeres de entrambas sillas. Pudieron hacer tal salto por llegar callados y por estar las casas del lugar apartadas unas de otras. Tantas y más querellas tuvo Balboa de Tumanamá como de Pacra, y tan contra natura, aunque no tan públicamente vivía con hombres y mujeres el uno como el otro. Reprendióle ásperamente, amenazólo mucho, hizo como que lo quería ahogar en el río; empero todo era fingido, por contentar a los querellantes y sacarle su tesoro; que más le quería vivo y amigo que muerto. Tumanamá estuvo recio, y ni declaró minas ni tesoro, o porque no las sabía, o porque no le tomasen su tierra a causa de ellas. Estuvo también muy halagüeño, haciendo regalos a Balboa y a todos, y dióles cien marcos de oro en muchas joyas y tazas. Estando en esto, llegaron los españoles que con Pocorosa quedaran, y tuvieron todos muy alegre Navidad. Salieron a mirar si verían algún rastro de minas, y hallaron en un collado señales de oro. Cavaron dos palmos, cernieron la tierra y parecieron unos granillos de oro como neguilla y lentejas. Hicieron la misma experiencia en otros cabos, y también hallaron oro; que no poco ledos fueron en ver que tan somero estaba aquel metal amarillo. En todo salió verdadero Panquiaco, sino que Tumanamá estaba de esta parte de las sierras, y no de la otra. Dio Tumanamá un hijo a Balboa, que criase entre españoles y aprendiese sus costumbres, lengua y religión; y por perpetuar con ellos amistad, tomáronle, según dicen algunos, mucha cantidad de oro y mujeres por fuerza, y viniéronse a Comagre. Los indios trajeron en hombros a Balboa, que cayó malo de calenturas, y a otros españoles enfermos. Era ya señor don Carlos Panquiaco, y proveyólos muy bien, y dióles a la partida veinte libras de oro en joyas de mujer. Pasaron por Ponca y entraron en la Antigua del Darién, a 19 de enero, año de 14. [99]