De Panquiaco, que dio nuevas de la mar del Sur
Luego que Balboa se vio en mandar, atendió a bien regir y acaudillar aquellos doscientos y cincuenta vecinos de la Antigua. Escogió ciento y treinta españoles, y llevando consigo a Colmenares, fue a Coiba a buscar de comer para todos, y oro también, que sin él no tenían placer. Pidió al señor Careta o Chima (como dicen otros) bastimentos, y porque no se los dio llevólo preso al Darién con dos mujeres que tenía y con los hijos y criados. Despojó el lugar y halló tres españoles dentro, de los de Nicuesa, los cuales sirvieron medianamente de intérpretes y dijeron el buen tratamiento que Careta les había hecho en su casa y tierra. Soltóle Balboa por ello, con juramento que hizo de ayudarle contra Ponca, su propio enemigo, y abastecer el campo. Tras este viaje despacharon a Valdivia, amigo de Balboa, y a Zamudio a Santo Domingo por gente, pan y armas y con proceso contra Martín Fernández de Enciso, que llevase uno de ellos a España. Entró Balboa más de veinte leguas por la tierra con favor de Careta. Saqueó un lugar, donde hubo algunas cosas de oro; mas no pudo hallar al señor Ponca, que huyó con tiempo y con lo más y mejor que pudo. No le pareció bien la guerra tan dentro de tierra, y movióla a los de la costa. Fue a Comagre e hizo paces con el señor por medio de un caballero de Careta. Tenía Comagre siete hijos de otras tantas mujeres, una casa de maderas grandes bien entretejidas; con una sala de ochenta pasos ancha y larga ciento y cincuenta, y con el techo que parecía de artesones. Tenía una bodega con muchas cubas y tinajas llenas de vino hecho de grano y fruta, blanco, tinto, dulce y agrete, de dátiles y arrope, cosa que satisfizo a nuestros españoles. Panquiaco, hijo mayor de Comagre, dio a Balboa setenta esclavos hechos a su manera, para servir los españoles, y cuatro mil onzas de oro en joyas y piezas primamente la bradas. Él juntó aquel oro con lo que antes tenía, fundiólo y, sacando el quinto del rey, repartiólo entre los soldados. Pesando las suertes a la puerta de palacio, riñeron unos españoles sobre la partición: Panquiaco entonces dio una puñada en el peso, derramó por el suelo el oro de las balanzas y dijo: «Si yo supiera, cristianos, que sobre mi oro habíades de reñir, no vos lo diera, ca soy amigo de toda paz y concordia. Maravíllome de vuestra ceguera y locura, que deshacéis las joyas bien labradas por hacer de ellas palillos, y que siendo tan amigos riñáis por cosa vil y poca. Más os valiera estar en vuestra tierra, que tan lejos de aquí está, si hay tan sabia y pulida gente como afirmáis, que no venir a reñir en la ajena, donde vivimos contentos los groseros y bárbaros hombres que llamáis. Mas empero, si tanta gana de oro tenéis, que desasoguéis y aun matéis los que lo tienen, yo os mostraré una tierra donde os hartéis de ello». Maravilláronse los españoles de la buena plática y razones de aquel mozo indio, y más de la libertad con que habló. Preguntáronle aquellos tres españoles de Nicuesa, que sabían algo la lengua, [90] cómo se llamaba la tierra que decía y cuánto estaba de allí. Él respondió que Tumanamá, y que era lejos seis soles o jornadas; pero que habían menester más compañía para pasar unas sierras de caribes que estaban antes de llegar a la otra mar. Como Balboa oyó la otra mar, abrazólo, agradeciéndole tales nuevas. Rogóle que se volviese cristiano, y llamóle don Carlos, como el príncipe de Castilla que fue siempre amigo de cristianos, y prometió ir con ellos a la mar del Sur bien acompañado de hombres de guerra, pero con tal que fuesen mil españoles, ca le parecía que sin menos no se podría vencer Tumanamá ni los otros reyezuelos. Dijo también que si de él no fiaban lo llevasen atado; y si verdad no fuese cuanto había dicho, que lo colgasen de un árbol; y ciertamente él contó verdad, ca por la vía que dijo se halló muy rica tierra y la mar del Sur, tan deseada de muchos descubridores; y Panquiaco fue quien primero dio noticia de aquella mar, aunque quieren algunos decir que diez años antes tuvo nueva de Cristóbal Colón, cuando estuvo en Puerto-Bello y cabo del Mármol, que ahora dicen Nombre de Dios.