LIV

Costumbres de Yucatán

Son los de Yucatán esforzados, pelean con honda, vara, lanza, arco con dos aljabas de saetas de libiza, pez, rodela, casco de palo y corazas de algodón. Tíñense de colorado o negro la cara, brazos y cuerpo, si van sin armas o sin vestidos; y pónense grandes plumajes, que parecen bien. No dan batalla, sino hacen primero grandes cumplimientos y ceremonias; hiéndense las orejas, hácense coronas sobre la frente, que parecen calvos, y trénzanse los cabellos, que traen largos, al colodrillo. Retájanse, aunque no todos, y ni hurtan ni comen carne de hombre, aunque los sacrifican, que no es poco, según usanza de indios. Usan la caza y pesca, que de todo hay abundancia. Crían muchas colmenas, y así hay harta miel y cera; mas no sabían alumbrarse con ella hasta que les mostraron los nuestros hacer velas. Labran de cantería los templos y muchas casas, una piedra con otra, sin instrumento de hierro, que no lo alcanzan, y de argamasa y bóveda. Pocos acostumbran la sodomía, mas todos idolatran, sacrificando algunos hombres, y aparéceles el diablo, especial en Acuzamil y Xicalanco, y aun después que son cristianos los ha engañado harta veces, y ellos han sido castigados por ello. Eran grandes santuarios Acuzamil y Xicalanco, y cada pueblo tenía allí su templo o su altar, donde iban a adorar sus dioses; y entre ellos muchas cruces de palo y de latón, de donde arguyen algunos que muchos españoles se fueron a esta tierra cuando la destrucción de España hecha por los moros en tiempo del rey don Rodrigo. También había grandísima feria en Xicalanco, donde venían mercaderes de muchas y lejos tierras a tratar; y así, era muy mentado lugar. Viven mucho estos yucateneles, y Alquimpech, sacerdote del pueblo donde es ahora Mérida, vivió más de ciento y veinte años, el cual, aunque ya era cristiano, lloraba la entrada y amistad de los españoles, y dijo a Montejo cómo había ochenta años que vino una hinchazón pestilencial a los hombres, que reventaban llenos de gusanos, y luego otra mortandad de increíble hedor, y que hubo dos batallas, no cuarenta años antes que fuesen ellos, en que murieron más de ciento y cincuenta mil hombres; empero, que sentían más el mando y estado de los españoles, porque nunca se irían de allí, que todo lo pasado. [79]