XLIII

Los ritos de chicoranos

Los de Chicora son de color loro o tiriciado, altos de cuerpo, de muy pocas barbas; traen ellos los cabellos negros y hasta la cinta; ellas, muy más largos, y todos los trenzan. Los de otra provincia allí cerca, que llaman Duhare, los traen hasta el talón; el rey de los cuales era como gigante y había nombre de Datha, y su mujer y veinte y cinco hijos que tenía también eran deformes; preguntados cómo crecían tanto, decían unos que con darles a comer unas como morcillas rellenas de ciertas yerbas hechas por [62] arte de encantamiento; otros, que con estirarles los huesos cuando niños, después de bien ablandados con yerbas cocidas; así lo contaban ciertos chicoranos que se bautizaron, pero creo que decían esto por decir algo, que por aquella costa arriba hombres hay muy altos y que parecen gigantes en comparación de otros. Los sacerdotes andan vestidos distintamente de los otros y sin cabello, salvo es que dejan dos guedejas a las sienes, que atan por debajo de la barbilla. Estos mascan cierta yerba, y con el zumo rocían los soldados estando para dar batalla, como que los bendicen; curan los heridos, entierran los muertos y no comen carne. Nadie quiere otros médicos que a estos religiosos, o a viejas, ni otra cura que con yerbas, de las cuales conocen muchas para diversas enfermedades y llagas. Con una que llaman guahi reviesan la cólera y cuanto tienen en el estómago si la comen o beben, y es muy común, y tan saludable, que viven mucho tiempo por ella y muy recios y sanos. Son los sacerdotes muy hechiceros y traen la gente embaucada; hay dos idolejos que no los muestran al vulgo más de dos veces al año, y la una es al tiempo de sembrar, y aquélla con grandísima pompa. Vela el rey la noche de la vigilia delante aquellas imágenes, y la mañana de la fiesta, ya que todo el pueblo está junto, muéstrale sus dos ídolos, macho y hembra, de lugar alto; ellos los adoran de rodillas, y a voz en grita, pidiendo misericordia. Baja el rey, y dalos, cubiertos con ricas mantas de algodón y joyas, a dos caballeros ancianos, que los llevan al campo donde va la procesión. No queda nadie sin ir con ellos, so pena de malos religiosos; vístense todos lo mejor que tienen; unos se tiznan, otros se cubren de hoja y otros se ponen máscaras de pieles; hombres y mujeres cantan y bailan; ellos festejan el día y ellas la noche, con oración, cantares, danzas, ofrendas, sahumerios y tales cosas. Otro día siguiente los vuelven a su capilla con el mismo regocijo, y piensan con aquello de tener buena cogida de pan. En otra fiesta llevan también al campo una estatua de madera con la solemnidad y orden que a los ídolos, y pónenla encima de una gran viga que hincan en tierra y que cercan de palos, arcas y banquillos. Llegan todos los casados, sin faltar ninguno, a ofrecer; ponen lo que ofrecen sobre las arcas y palos; notan la ofrenda de cada uno los sacerdotes que para ello están diputados, y dicen al cabo quién hizo más y mejor presente al ídolo, para que venga a noticia de todos, y aquél es muy honrado por un año entero. Con esta honra hay muchos que ofrecen a porfía. Comen los principales y aun los demás del pan, frutas y viandas ofrecidas; lo reparten los señores y sacerdotes. Descuelgan la estatua en anocheciendo, y échanla en el río, o en el mar si está cerca, para que se vaya con los dioses del agua, en cuyo honor la fiesta se hizo. Otro día de sus fiestas desentierran los huesos de un rey o sacerdote que tuvo gran reputación y súbenlo a un cadalso que hacen en el campo; llóranlo las mujeres solamente, andando a la redonda, y ofrecen lo que pueden. Tornan luego al otro día aquellos huesos a la sepultura, y ora un sacerdote en alabanza de cúyos son disputa de la inmortalidad del alma y trata del infierno o lugar de penas que los dioses tienen en tierras muy [63] frías, donde se purgan los males, y del paraíso, que está en tierra muy templada, que posee Quejuga, señor grandísimo, manco y cojo, el cual hacía muchos regalos a las ánimas que a su reino iban; y con tanto, quedan canonizados aquellos huesos, y el predicador despide los oyentes, dándoles humo a narices de yerbas y gomas olorosas, y soplándolos como saludador. Creen que viven muchas gentes en el cielo y muchas debajo la tierra, como sus antípodas, y que hay dioses en la mar, y de todo esto tienen coplas los sacerdotes, los cuales cuando mueren los reyes hacen ciertos fuegos como cohetes, y dan a entender que son las almas recién salidas del cuerpo, que suben al cielo; y así, los entierran con grandes llantos. La reverencia o salutación que hacen al cacique es donosa, porque ponen las manos en las narices, chiflan, y pásanlas por la frente al colodrillo. El rey entonces tuerce la cabeza sobre el hombro izquierdo si quiere dar favor y honra al que le reverencia. La viuda, si su marido muere naturalmente, no se puede casar; si se muere por justicia, puede. No admiten las rameras entre las casadas. juegan a la pelota, al trompo y a la ballesta con arcos, y así son certeros. Tienen plata y aljófar y otras piedras. Hay muchos ciervos, que crían en casa y andan al pasto en el campo con pastores, y vuelven la noche al corral. De su leche hacen queso.