XXXIV

Milagros de la conversión

Fray Buil y los doce clérigos que llevó por compañeros comenzaron la conversión de los indios, aunque podríamos decir que los Reyes Católicos, pues sacaron de pila los seis isleños que recibieron agua del bautismo en Barcelona, los cuales fueron la primicia de la nueva conversión. Continuáronla Pero Juárez de Deza, que fue el primer obispo de la Vega, y Alejandra Geraldino, romano, que fue segundo obispo de Santo Domingo; ca el primero, que fue fray García de Padilla, de la orden franciscana, murió antes de pasar allá. Otros muchos clérigos y frailes mendicantes entendieron también en convertir; y así bautizaron a todos los de la isla que no se murieron al principio. Quitarles por fuerza los ídolos y ritos ceremoniales que tenían fue causa de que escuchasen y creyesen a los predicadores. Escuchados, luego creyeron en Jesucristo y se cristianaron. Hizo muy gran efecto el santísimo cuerpo sacramental de Cristo que se puso en muchas iglesias, porque con él y con cruces desaparecieron los diablos, y no hablaban como antes a los indios, que mucho se admiraban ellos. Sanaron muchos enfermos con el palo y devoción de una cruz que puso Cristóbal Colón, la segunda vez que pasó, en la vega, que llamaron por eso de la Veracruz, cuyo palo tomaban por reliquias. Los indios de guerra probaron de arrancarla, y no pudieron, aunque cavaron mucho. El cacique del valle Caonau, queriendo experimentar la fuerza y santidad de la nueva religión de cristianos, durmió con una su mujer, que estaba haciendo oración en [54] la iglesia y que le dijo no ensuciase la casa de Dios, ca mucho se enojaría de ello. El no curó de tanta santidad, y respondió, con un menosprecio del Sacramento, y que no se le daba nada de que Dios se enojase. Cumplió su apetito, y luego allí de repente enmudeció y se baldó. Arrepintióse, y fue santero de aquella iglesia mientras vivió, sin dejarla barrer ni aderezar a persona. Tuviéronlo a milagro los indios, y visitaban mucho aquella iglesia. Cuatro isleños se metieron en una cueva porque tronaba y llovía; el uno se encomendó a Santa María, con temor de rayo; los otros hicieron burla de tal dios y oración, y los mató un rayo, no haciendo mal al devoto. Hicieron también mucho al caso las letras y cartas que unos españoles a otros se escribían; ca pensaban los indios que tenían espíritu de profecía, pues sin verse ni hablarse se entendían, o que hablaba el papel, y estuvieron en esto abobados y corridos. Aconteció luego a los principios que un español envió a otro una docena de hutias fiambres porque no se corrompiesen con el calor. El indio que las llevaba durmióse y cansóse por el camino, y tardó mucho a llegar a donde iba; y así tuvo hambre o golosina de las hutias, y por no quedar con dentera ni deseo comióse tres. La carta que trajo en respuesta decía como le tenía en merced las nueve hutias, y la hora del día que llegaron; el amo riñó al indio. Él negaba, como dicen, a pie juntillas; mas como entendió que lo hablaba la carta, confesó la verdad. Quedó corrido y escarmentado, y publicó entre los suyos cómo las cartas hablaban, para que se guardasen de ellas. A falta de papel y tinta, escribían en hojas de Guiabara y copey con punzones o alfileres. También hacían naipes de hojas del mismo copey, que sufrían mucho al barajar.