XXXIII

Que los de la Española tenían pronóstico de la destrucción de su religión y libertad

Contaban los caciques y bohitis, en quien está la memoria de sus antigüedades, a Cristóbal Colón y españoles que con él pasaron, cómo el padre del cacique Guarionex y otro reyezuelo preguntaron a su zemi e ídolo del diablo lo que tenía de ser después de sus días. Ayunaron cinco días arreo, sin comer ni beber cosa ninguna. Lloraron y disciplináronse terriblemente; y sahumaron mucho sus dioses, como lo requiere la ceremonia de su religión. Finalmente, les fue respondido que, si bien los dioses esconden las cosas venideras a los hombres por su mejoría, las querían manifestar a ellos, por ser buenos religiosos; y que supiesen cómo antes de muchos años vendrían a la isla unos hombres de barbas largas y vestidos todo el cuerpo, que hendiesen de un golpe un hombre por medio con las espadas relucientes que traerían ceñidas. Los cuales bollarían los antiguos dioses de la tierra, reprochando sus acostumbrados ritos, y verterían la sangre de sus hijos, o cautivos los llevarían. Y que por memoria de tan espantosa respuesta habían compuesto un cantar, que llaman ellos areito, y lo cantaban las fiestas tristes y llorosas, y que acordándose de esto, huían de los caribes y de ellos cuando los vieron. Eche ahora cada uno el juicio que quisiere; que yo digo [53] lo que decían. Todas estas cosas pasaron al pie de la letra como aquellos sacerdotes contaban y cantaban; ca los españoles abrieron muchos indios a cuchilladas en las guerras, y aun en las minas, y derribaron los ídolos de sus altares, sin dejar ninguno. Vedaron todos los ritos y ceremonias que hallaron. Hiciéronles esclavos en la repartición, por lo cual como trabajaban más de lo que solían, y para otros, se murieron y se mataron todos; que de quince veces cien mil y más personas que había en aquella sola isla, no hay ahora quinientos. Unos murieron de hambre, otros de trabajo, y muchos de viruelas. Unos se mataban con zumo de yuca, y otros con malas yerbas; otros se ahorcaban de los árboles. Las mujeres hacían también ellas como los maridos, que se colgaban a par de ellos, y lanzaban las criaturas con arte y bebida por no parir a luz hijos que sirviesen a extranjeros. Azote debió ser que Dios les dio por sus pecados. Empero grandísima culpa tuvieron de ello los primeros, por tratarlos muy mal, acodiciándose más al oro que al prójimo.