La religión de la isla Española
El principal dios que los de aquella isla tienen es el diablo, que le pintan en cada cabo como se les aparece, y aparéceseles muchas veces, y aun les habla. Otros infinitos ídolos tienen, que adoran diferentemente, y a cada uno llaman por su nombre y le piden su cosa. A uno agua, a otro maíz, a otro salud y a otro victoria. Hácenlos de barro, palo piedra y de algodón relleno; iban en romería a Loaboina, cueva donde honraban mucho dos estatuas de madera, dichas Marobo y Bintatel, y ofrecíanles cuanto podían [46] llevar a cuestas. Traíalos el diablo tan engañados, que le creían cuanto decía; el cual se andaba entre las mujeres como sátiro y como los que llaman íncubos, y en tocándoles al ombligo desaparecía, y aun dicen que come. Cuentan que un ídolo llamado Corocoto, que adoraba el cacique Guamareto, se iba del oratorio, donde atado estaba, a comer y holgar con las mujeres del pueblo y de la comarca, las cuales parían los hijos con cada dos coronas, en señal que los engendró su dios, y que el mismo Corocoto salió por encima el fuego, quemándose la casa de aquel cacique. Dicen asimismo cómo otro ídolo de Guamareto, que llamaban Epilguanita, que tenía cuatro pies, como perro, y se iba a los montes cuando lo enojaban, al cual tornaban en hombros y con procesión a su templo. Tenían por reliquia una calabaza, de la cual decían haber salido la mar con todos sus peces; creían que de una cueva salieron el Sol y la Luna, y de otra el hombre y mujer primera. Largo sería de contar semejantes embaucamientos, y tampoco escribiera éstos, sino por dar alguna muestra de sus grandes supersticiones y ceguedad, y para despertar el gusto a la cruel y endiablada religión de los indios de Tierra-Firme, especialísimamente de los mexicanos. Ya podéis pensar qué tales eran los sacerdotes del diablo, a los cuales llaman bohitis; son casados también ellos con muchas mujeres, como los demás, sino que andan diferentemente vestidos. Tienen grande autoridad, por ser médicos y adivinos con todos, aunque no dan respuestas ni curan sino a gente principal y señores; cuando han de adivinar y responder a lo que les preguntan comen una yerba que llaman cohoba, molida o por moler, o toman el humo de ella por las narices, y con ello salen de seso y se les representan mil visiones. Acabada la furia y virtud de la yerba, vuelven en sí. Cuentan lo que han visto y oído en el concejo de los dioses, y dicen que será lo que Dios quisiere; empero, responden a placer del preguntador, o por términos que no les puedan coger a palabras, que así es el estilo del padre de mentiras, Para curar algo toman también de aquella yerba cohoba, que no la hay en Europa: enciérranse con el enfermo, rodeándolo tres o cuatro veces, echan espumajos por la boca, hacen mil visajes con la cabeza y soplan luego el paciente y chúpanle por el tozuelo, diciendo que le sacan por allí todo el mal. Pásale después muy bien las manos por todo el cuerpo, hasta los dedos de los pies, y entonces salen a echar la dolencia fuera de casa, y algunas veces muestran una piedra o hueso o carne que llevan en la boca y dicen que luego sanará, pues le sacaron lo que causaba el mal; guardan las mujeres aquellas piedras para bien parir, como reliquias santas. Si el doliente muere, no les faltan excusas, que así hacen nuestros médicos; ca no hay muerte sin achaque, como dicen las viejas; mas si hallan que no ayunó ni guardó las ceremonias que se requiere para tal caso, castigan al bohiti. Muchas viejas eran médicas, y echaban las medicinas con la boca por unos cañutos. Hombres y mujeres todos son muy devotos, y guardaban muchas fiestas; cuando el cacique celebraba la festividad de su devoto y principal ídolo, venían al oficio todos. [47] Ataviaban el dios muy garridamente; poníanse los sacerdotes como en coro, junto al rey; y el cacique a la entrada del templo con un atabalejo al lado. Venían los hombres pintados de negro, colorado, azul y otros colores, o enramados y con guirnaldas de flores o plumajes, y caracoles y conchuelas en los brazos y piernas por cascabeles; venían también las mujeres con semejantes sonajas, mas desnudas si eran vírgenes y sin pintura ninguna; si casadas, con solamente unas como bragas; entraban bailando y cantando al son de las conchas. Saludábalos el cacique con el atabal así como llegaban. Entrados en el templo, vomitaban metiéndose un palillo por el garguero, para mostrar al ídolo que no les quedaba cosa mala en el estómago. Sentábanse en cuclillas y rezaban, que parecían abejones, y así andaba un extraño ruido; llegaban entonces otras muchas mujeres con cestillas de tortas en las cabezas, y muchas rosas, flores y yerbas olorosas encima. Rodeaban los que oraban y comenzaban a cantar uno como romance viejo en loor de aquel dios. Levantábanse todos a responder; en acabando el romance, mudaban el tono y decían otro en alabanza del cacique, y así ofrecían el pan al ídolo, hincados de rodillas. Tomábanlo los sacerdotes, bendecíanlo y repartíanlo como nosotros el pan bendito; y con tanto, cesaba la fiesta. Guardaban aquel pan todo el año, y tenían por desdichada la casa que sin él estaba y sujeta a muchos peligros.