XX

Vuelta de Cristóbal Colón a las Indias

Como los Reyes Católicos tuvieron tan buenas respuestas del Papa, acordaron que volviese Colón con mucha gente para poblar en aquella nueva tierra y para comenzar la conversión de los idólatras, conforme a la voluntad y mandamiento de su santidad. Y así, mandaron a Juan Rodríguez de Fonseca, deán de Sevilla, que juntase y abasteciese una buena flota de navíos para las Indias, en que pudiesen ir hasta mil y quinientas personas. El deán aprestó luego diez y siete o diez y ocho naos y carabelas, y desde allí entendió siempre en negocios de Indias, y vino a ser presidente de ellas. Buscaron doce clérigos de ciencia y conciencia, para que predicasen y convirtiesen, juntamente con fray Buil, catalán, de la orden de San Benito, que iba por [39] vicario del Papa con breve apostólico. A fama de las riquezas de Indias, y por ser buena la armada, y por sentir tanta gana en los reyes, hubo muchos caballeros y criados de la casa real que se dispusieron a pasar allá, y muchos oficiales mecánicos, como decir plateros, carpinteros, sastres, labradores y gente así. Compráronse a costa también de los reyes muchas yeguas, vacas, ovejas, cabras, puercas y asnas para casta, porque allá no había semejantes animales. Compróse asimismo muy gran cantidad de trigo, cebada y legumbres para sembrar: sarmientos, cañas de azúcar y plantas de frutas dulces y agras; ladrillos y cal para edificar; y en conclusión, otras muchas cosas necesarias a fundar y mantener el pueblo o pueblos que se hiciesen. Gastaron mucho los reyes en estas cosas y en el sueldo de cerca de mil y quinientos hombres que fueron en esta armada, que sacó de Cádiz Cristóbal Colón a 25 de setiembre de 1493, el cual, llevando su derrota más cerca de la Equinoccial que la primera vez, fue a reconocer tierra en la isla que nombró la Deseada; y sin parar llegó al puerto de Plata de la isla Española, y luego a puerto Real, donde quedaron los treinta y ocho españoles; y como supo que los habían muerto a todos los indios, porque les forzaban sus mujeres y les hacían otras muchas demasías, o porque no se iban ni habían de ir, se tornó a poblar en la Isabela, ciudad hecha en memoria de la reina; y labró una fortaleza en las minas de Cibao, donde puso por alcaide al comendador mosén Pedro Margarite. Despachó luego con las doce naos, porque no se perdiesen, a Antonio de Torres, que trajo la nueva de la muerte del capitán Arana y de sus compañeros, muchos granillos de oro, y entre ellos uno de ocho onzas, que halló Alonso de Hojeda, algunos papagayos muy lindos, y ciertos indios caribes, que comen hombres naturales de Aiay, isla que llamaron Santa Cruz; y él fuese con tres carabelas a descubrir tierra, como le mandaron los reyes, y descubrió a Cuba por el lado meridional, y a Jamaica y a otras menudas islas. Cuando volvió halló muchos españoles muertos de hambre y dolencias, y otros muchos muy enfermos y descoloridos. Usó de rigor con algunos que habían sido desacatados a sus hermanos Bartolomé y Diego Colón y hecho mal a indios. Ahorcó a Gaspar Férriz, aragonés; y a otros. Azotó a tantos, que blasfemaban de él los demás; y como parecía recio y malo, aunque fuese justicia, ponía entredicho el vicario fray Buil para estorbar muertes y afrentas de españoles. El Cristóbal Colón quitábale su ración y la de los clérigos. Y así anduvo la cosa muy revuelta mucho tiempo, y el uno y el otro escribieron sobre ello a los reyes, los cuales enviaron allá a Juan de Aguado, su repostero, que los hizo venir a España como presos, a dar razón de sí delante sus altezas; aunque dicen algunos que primero se vino el fraile y otros quejosos y querellantes que informaron muy mal al rey y a la reina. Llegó Cristóbal Colón a Medina del Campo, donde la corte residía; trajo a los reyes muchos granos de oro, y algunos de a quince y veinte onzas; grandes pedazos de ámbar cuajado, infinito brasil y nácar, plumas y mantillas de algodón, que vestían los indios. Contóles el descubrimiento que había hecho: loóles grandemente aquellas islas de ricas y maravillosas, [40] porque en diciembre y cuando en España es invierno, criaban las aves por los árboles del campo; que por marzo maduraban las uvas silvestres; que granaba el trigo en setenta días, sembrado en enero; que se sazonaban los melones dentro de cuarenta días, y se hacían los rábanos y lechugas en menos de veinte días, y que olía la carne de palomas a almizcle, y la de cocodrilos, de los cuales había muchos y en cada río; cazaban en mar peces grandísimos con uno muy chiquito que llaman guaicán, y los españoles reverso; y que pensaba que había canela, clavos y otras especias, según el olor que muchos valles echaban. Y tras esto, dióles los procesos de los españoles que había justiciado, por disculparse mejor. Los reyes le agradecieron sus servicios y trabajo; reprehendiéronle los castigos que hizo, y avisáronle se hubiese de allí adelante mansamente con los españoles que los iban a servir tan lejos tierras; y armáronle ocho naves con que tornase a descubrir más, y llevase gente, armas, vestidos y otras cosas necesarias.