I

El mundo es uno, y no muchos, como algunos filósofos pensaron

Opinión y tema fue de muchos y grandes filósofos, hombres en su tiempo tenidos por muy sabios, que había muchos mundos. Leucipo, Demócrito, Epicuro, Anaximandro y los otros, porfiados en que todas las cosas se engendran y crían del tamo y átomos, que son unos pedacitos de nada como los que vemos al rayo del sol, dijeron que había muchos mundos; y que así como de solas veinte y tantas letras se componen infinitos libros, así, ni más ni menos, de aquellos pocos y chicos átomos y menudencias se hacen muchos y diversos mundos. Esto afirmaban, creyendo que todo era infinito. Y así a Metrodoro le parecía cosa fea y desproporcionada no haber en este infinito más de un solo mundo, como sería si en una muy gran viña no hubiese sino una cepa, o en una gran pieza una sola espiga. Orfeo tuvo que cada estrella era un mundo, a lo que Galeno escribe de historia filosófica. Y lo mismo dijeron Heráclides y otros pitagóricos, según refiere Teodorito, De materia y mundo. Seleuco, filósofo, según escribe Plutarco, no se contentó con decir que había infinitos mundos, sino que también dijo ser el mundo infinible, como quien dijese que no puede tener cabo donde fenezca su fin. Creo que de aquí le tomó ansia al gran Alejandro de conquistar el universo; pues claramente, a lo que Plutarco cuenta, lloró oyendo un día disputar esta cuestión a Anaxarco. El cual, preguntada la causa de lágrimas tan fuera de tiempo, respondió que lloraba con justa y gran razón, pues habiendo tantos mundos como Anaxarco decía, no era él aún señor de ninguno. Y así, después, cuando emprendió la conquista de este nuestro mundo, imaginaba otros muchos y pretendía señorearlos todos. Mas atajóle la muerte los pasos antes que pudiese sujetar medio. También dice Plinio: «Creer que hay infinitos mundos procedió de querer medir el mundo a pies»; lo cual tiene por atrevimiento, aunque dice llevar tan sutil y buena cuenta que sería vergüenza no creerlo. De la opinión de estos filósofos salió el refrán que cuando uno se halla nuevo en alguna cosa dice que le parece estar en otro mundo. Poco estimáramos el dicho de estos gentiles, pues como dice San Agustín, se revolcaron por infinitos mundos con su vano pensamiento; ni el de los herejes dichos ocios, ni el de los talmudistas, que afirman decinueve mil mundos, pues escriben contra los Evangelios, si no hubiese teólogos que hagan mención de más mundos. Baruch habló de siete mundos, como dice Orígenes; y Clemente, discípulo de los apóstoles, dijo en una su epístola, según Orígenes lo acota en el Periarcón: «No es navegable el mar Océano; y aquellos mundos que detrás de él están se gobiernan por providencia del mismo Dios.» También San Jerónimo alega esta misma autoridad sobre la epístola de San Pablo a los efesios, donde [11] dice: «Todo el mundo está puesto en malignidad.» En muchas partes del Testamento Nuevo está hecha mención de otro mundo; y Cristo, que es la misma verdad, dijo que su reino no era de este mundo, y llamó al diablo príncipe de este mundo. Diciendo éste, parece que hay otros, a lo menos otro; y por eso erraron los herejes ocios, que, no entendiendo bien la Escritura Sagrada, inferían ser innumerables los mundos; y quien creyese que hay muchos mundos como el nuestro, erraría malamente como ellos. Mundo es todo lo que Dios crió: cielo, tierra, agua y las cosas visibles, y que, como dice San Agustín contra los académicos, nos mantienen; lo cual afirman todos los filósofos cristianos, y aun los gentiles, si no es Aristóteles con sus discípulos, que hace al cielo diferente del mundo, en el tratado que de ellos compuso. Este, pues, es el mundo que Dios hizo, según lo certifican San Juan Evangelista y más largamente Moisen: que si hubiera más mundos como él, no los callaran. El reino de Cristo, que no era de este mundo, porque respondamos a ellos, es espiritual y no material; y así decimos el otro mundo, como la otra vida y como el otro siglo; lo cual declara muy bien Esdrás, diciendo: «Hizo el Altísimo este siglo para muchos; y el otro, que es la gloria, para pocos»; y San Bernardo llama inferior a este mundo en respecto del cielo. Cuanto a los mundos que pone Clemente detrás del Océano, digo que se han de entender y tomar por orbes y partes de la tierra; que así llama Plinio y otros escritores a Escandinavia, tierra de Godos, y a la isla Taprobana, que agora dicen Zamora. Y Epicuro, según Plutarco refiere, tenía por mundos a semejantes orbes y bolas de tierra, apartados de la Tierra-Firme como islas. Y por ventura estos tales pedazos de tierra son el orbe y redondez que la Escritura llama de tierras, y la que llama de tierra ser todo el mundo terrenal. Yo, aunque creo que no hay más de un solo mundo, nombraré muchas veces dos aquí en esta mi obra, por variar de vocablos en una misma cosa, y por entenderme mejor llamando nuevo mundo a las Indias, de las cuales escribimos.