El Casamiento

LOGROÑO es una de las ciudades más grandes que cruzan los peregrinos cuando siguen la Ruta Jacobea. La única ciudad grande que habíamos atravesado antes era Pamplona —de cualquier manera no pernoctamos allí—. Pero la tarde en que llegamos a Logroño, la ciudad se preparaba para una gran fiesta y Petrus sugirió que nos quedáramos, al menos por esa noche.

Ya estaba acostumbrado al silencio y a la libertad del campo, de manera que la idea no me agradó mucho. Habían pasado cinco días desde el incidente con el perro y realizaba todas las noches las invocaciones de Astrain y el Ejercicio del Agua. Me sentía más calmado, consciente de la importancia del Camino de Santiago en mi vida y de lo que haría de allí en adelante. Pese a la aridez del paisaje, de que la comida no siempre era buena y del cansancio provocado por caminar días enteros, estaba viviendo un sueño real.

Todo eso quedó atrás el día que llegamos a Logroño. En vez del aire caliente y más puro de los campos del interior, la ciudad estaba llena de automóviles, periodistas y equipos de televisión. Petrus entró en el primer bar a preguntar qué sucedía.

—¿No sabe? Es la boda de la hija del Coronel M. —respondió el hombre—. Vamos a tener un gran banquete público en la plaza, y hoy cierro más temprano.

Fue difícil encontrar un hotel, pero conseguimos hospedaje con una pareja de ancianos que vio la venera dibujada en la mochila de Petrus. Nos bañamos, me puse el único pantalón que traía y salimos rumbo a la plaza.

Allí, decenas de empleados, sudorosos bajo sudaderas y ropas negras, daban los últimos retoques a las mesas distribuidas por todo el lugar. La Televisión Española tomaba algunas imágenes de los preparativos. Seguimos por una callecita que llegaba a la Parroquia de Santiago el Real, donde la ceremonia estaba por comenzar.

Personas bien vestidas, mujeres con el maquillaje a punto de escurrirse por la temperatura, niños con ropas blancas y mirada de fastidio entraban sin parar a la iglesia. Algunos fuegos artificiales estallaban sobre nosotros y una inmensa limusina negra se detuvo ante la puerta principal. Era el novio que llegaba. Petrus y yo no logramos entrar en la iglesia atestada y decidimos volver a la plaza.

Petrus fue a darse una vuelta y yo me senté en un banco, esperando que la boda acabara y el banquete fuese servido. Junto a mí, un vendedor de palomitas esperaba el final de la ceremonia con la esperanza de obtener ganancias extras.

—¿Usted también es invitado? —preguntó el vendedor.

—No —respondí—. Somos peregrinos camino a Compostela.

—De Madrid sale un tren directo hasta allá y si su salida es en viernes tiene derecho a hotel gratis.

—Pero nosotros estamos haciendo una peregrinación.

El vendedor me miró y dijo con sumo cuidado:

—La peregrinación es cosa de santos.

Decidí no hablar más del tema. El viejo comenzó a contarme que ya había casado a su hija, pero que actualmente vivía separada del marido.

—En la época de Franco había mucho más respeto —dijo—. Hoy ya nadie le da importancia a la familia.

Aunque estaba en un país extraño, por lo que no era aconsejable discutir sobre política, no podía dejar pasar lo que oí sin responder. Dije que Franco era un dictador y que nada pudo haber sido mejor en su época.

El viejo enrojeció.

—¿Quién es usted para hablar así?

—Conozco la historia de su país. La lucha de su pueblo por la libertad. Leí sobre los crímenes de la guerra civil española.

—Pues yo participé en la guerra. Puedo hablar porque en ella corrió sangre de mi familia. La historia que usted leyó no me interesa: me interesa lo que sucede en mi familia. Yo luché contra Franco, pero después que él venció mi vida mejoró. No soy pobre y tengo un carrito de palomitas. Este gobierno socialista que hoy tenemos no me ayudó a conseguirlo. Ahora vivo peor que antes.

Recordé a Petrus diciéndome que las personas se contentan con muy poco de la vida. Decidí ya no insistir en el asunto y me cambié de banco.

Petrus vino a sentarse junto a mí. Le conté la historia del vendedor de palomitas.

—Conversar es muy bueno cuando uno quiere convencerse de lo que está diciendo. Soy del PCI[10] y no conocía tu lado fascista.

—¿Qué lado fascista? —pregunté indignado.

—Ayudaste al viejo a convencerse de que Franco era mejor. Tal vez nunca habría sabido por qué. Ahora ya lo sabe.

—Pues estoy muy sorprendido de saber que el PCI cree en los dones del Espíritu Santo.

—Uno se preocupa por lo que los vecinos puedan decir —dijo Petrus, e imitó al papa.

Reímos juntos. Algunos fuegos artificiales estallaron de nuevo. Una banda subió al templete de la plaza y comenzó a afinar los instrumentos. La fiesta empezaría en cualquier momento.

Miré al cielo. Empezaba a oscurecer y ya se veían algunas estrellas. Petrus se dirigió a un mesero y consiguió dos vasos de plástico llenos de vino.

—Trae suerte beber un poco antes de iniciar la fiesta —dijo pasándome uno de los vasos—. Toma un poco de esto. Te ayudará a olvidar al viejo de las palomitas.

—Yo ya no pienso en eso.

—Pues deberías, porque lo que sucedió es un mensaje simbólico de un comportamiento equivocado. Estamos siempre intentando conquistar adeptos para nuestras explicaciones del universo. Pensamos que de la cantidad de personas que crean en lo mismo que nosotros dependerá que eso se transforme en realidad, y no es así.

»Mira a tu alrededor. Una gran fiesta se prepara, una conmemoración está por comenzar. Muchas cosas están celebrándose al mismo tiempo: el sueño del padre que quería casar a su hija, el sueño de la hija que se quería casar, el sueño del novio. Eso es bueno, porque ellos creen en ese sueño y quieren mostrar a todos que alcanzaron una meta. No es una fiesta para convencer a nadie y por eso será divertida. Todo indica que son personas que libraron el Buen Combate del Amor.

—Pero tú estás intentando convencerme, Petrus. Estás guiándome por el Camino de Santiago.

Me miró con frialdad.

—Te estoy enseñando las Prácticas de RAM, pero sólo conseguirás llegar a tu espada si descubres que en tu corazón está el camino, la verdad y la vida.

Petrus apuntó al cielo, donde ya se veían nítidas las estrellas.

—La Vía Láctea muestra el Camino hasta Compostela. No hay religión que sea capaz de acaparar todas las estrellas porque, si sucediera eso, el universo se volvería un gigantesco espacio vacío y perdería su razón de existir. Cada estrella —y cada hombre— tiene su espacio y sus características especiales. Hay estrellas verdes, amarillas, azules, blancas; hay cometas, meteoros y meteoritos, nebulosas y anillos. Todo eso que desde aquí abajo parece un puñado de puntitos iguales, en realidad son millones de cosas diferentes, esparcidas en un espacio que trasciende la comprensión humana.

Un fuego artificial estalló, y su luz opacó por unos momentos el cielo. Una cascada de partículas verdes y brillantes apareció en las alturas.

—Antes sólo oíamos su ruido, porque era de día. Ahora podemos ver su luz —dijo Petrus—. Éste es el cambio al que el hombre puede aspirar.

La novia salió de la iglesia y las personas arrojaron arroz y los vitorearon. Era una jovencita delgada, de unos diecisiete años, del brazo de un joven en uniforme de gala. Todos fueron saliendo y se encaminaron hacia la plaza.

—¡Mira al coronel M.! ¡Fíjate en el vestido de la novia! ¡Está linda! —decían algunas muchachas cerca de nosotros. Los invitados rodearon las mesas, los meseros sirvieron el vino y la banda de música comenzó a tocar. El viejo de las palomitas de inmediato fue cercado por una multitud de muchachitos histéricos que le daban dinero y regaban las bolsas por el suelo. Imaginé que para los habitantes de Logroño, al menos aquella noche, no existía el resto del mundo, la amenaza de guerra nuclear, el desempleo, los crímenes mortales. La noche era una fiesta, las mesas estaban en la plaza para el pueblo y todos se sentían importantes.

Unos reporteros de televisión caminaron en dirección nuestra y Petrus ocultó el rostro. Pero pasaron de largo, buscando a uno de los invitados que estaba junto a nosotros. Reconocí al sujeto de inmediato: era Manolo, jefe de la afición española en el Mundial de fútbol de México. Cuando acabó la entrevista, me dirigí hacia él y le dije que era brasileño y, fingiendo indignación, reclamó un gol robado en el primer partido del Mundial[11]. Pero luego me abrazó y dijo que Brasil volvería a tener los mejores jugadores del mundo.

—¿Cómo haces para ver el juego si siempre estás de espaldas al campo, animando a la afición? —le pregunté. Era una de las cosas que más me habían llamado la atención durante las transmisiones del Mundial.

—Mi alegría es eso precisamente: ayudar a la afición a creer en la victoria.

Y concluyó, como si también fuese un guía por los caminos de Santiago:

—Una afición sin fe hace que un equipo pierda un juego que ya tenía ganado.

Manolo fue requerido luego por otras personas, pero me quedé pensando en sus palabras. Aun sin haber cruzado la Ruta Jacobea, él también sabía lo que era librar el Buen Combate.

Hallé a Petrus escondido en un rincón y visiblemente molesto por la presencia de las cámaras de televisión. Sólo salió de entre los árboles de la plaza y se relajó un poco cuando se apagaron los reflectores. Pedimos dos vasos más de vino y tomé un plato de bocadillos; Petrus descubrió una mesa donde podíamos sentamos junto a los otros invitados.

Los novios cortaron un inmenso pastel y se dejaron oír más vitoreos.

—Parecen amarse —pensé en voz alta.

—Claro que se aman —dijo un señor de traje oscuro que estaba sentado en la mesa. ¿Acaso ha visto a alguien casarse por otro motivo?

Me guardé la respuesta, recordando lo que Petrus había dicho sobre el vendedor de palomitas, pero mi guía no desaprovechó la ocasión.

—¿A qué tipo de amor se refiere usted: Eros, Filos o Ágape?

El señor lo miró sin entender nada. Petrus se levantó, llenó de nuevo su vaso y me pidió que paseáramos un poco.

—Hay tres palabras griegas para designar el amor —comenzó diciendo—. Hoy estás viendo la manifestación de Eros, el sentimiento entre dos personas.

Los novios sonreían para las fotos y recibían felicitaciones.

—Parece que ambos se aman —dijo, refiriéndose a la pareja—. Y creen que el amor es algo que crece. Dentro de poco estarán luchando solos por la vida, establecerán una casa y participarán de la misma aventura. Esto engrandece y vuelve digno el amor. Él seguirá su carrera en el ejército; ella debe saber cocinar y ser una excelente ama de casa, porque fue educada desde niña para eso. Lo acompañará, tendrán hijos y si sintieran que están construyendo alguna cosa juntos es porque están en la lucha del Buen Combate. Entonces, a pesar de todos los tropiezos, jamás dejarán de ser felices.

»Sin embargo, esta historia que estoy contándote puede suceder al revés. Él puede comenzar a sentir que no es lo suficientemente libre para manifestar todo el Eros, todo el amor que siente por otras mujeres. Ella puede comenzar a sentir que sacrificó una carrera y una vida brillante por acompañar al marido. Y entonces, en lugar de la creación conjunta, cada uno se sentirá lastimado en su amor. Eros, el espíritu que los une, comenzará a mostrar sólo su lado malo, y aquello que Dios había destinado al hombre como su más noble sentimiento, pasará a ser fuente de odio y destrucción.

Miré en derredor. Eros estaba presente en varias parejas. El Ejercicio del Agua había despertado el lenguaje de mi corazón y estaba viendo a las personas de una manera diferente. Tal vez fueran los días de soledad en campo abierto, tal vez las Prácticas de RAM pero el caso es que sentía la presencia del Eros Bueno y el Eros Malo, tal como Petrus la había descrito.

—Fíjate qué curioso —dijo Petrus, al notar lo mismo que yo—. A pesar de ser bueno o malo, el rostro de Eros nunca es el mismo en cada persona. Exactamente como las estrellas sobre las que te hablaba hace media hora, y nadie puede escapar de Eros. Todos necesitan su presencia —aunque muchas veces Eros haga que nos sintamos lejos del mundo, encerrados en nuestra soledad.

La banda comenzó a tocar un vals. La gente se dirigió a una pequeña plancha de cemento frente al templete y comenzó a bailar. El alcohol surtía efecto y todos estaban más sudados y más alegres. Miré a una joven vestida de azul, que debe haber esperado esta boda sólo para que llegara el momento del vals —porque quería bailar con alguien con quien soñaba estar abrazada desde que entró a la adolescencia—. Sus ojos seguían los movimientos de un muchacho bien vestido, de traje claro, que estaba con un grupo de amigos. Todos conversaban alegremente y no habían notado que el vals comenzó, y que a algunos metros de distancia una joven de azul miraba insistentemente a uno de ellos.

Pensé en las ciudades pequeñas, en los casamientos soñados desde la infancia con el muchacho que se ha elegido.

La muchacha de azul advirtió mi mirada y se alejó de la pista. Entonces tocó el turno al muchacho, quien la buscó con la mirada. Cuando la descubrió cerca de otras jóvenes, volvió a conversar animadamente con los amigos.

Llamé la atención de Petrus sobre los muchachos. Él siguió durante algún tiempo el juego de miradas y después volvió a su vaso de vino.

—Actúan como si fuera una vergüenza demostrar que se aman —fue su único comentario.

Una muchacha frente a nosotros nos miraba fijamente. Tendría la mitad de nuestra edad. Petrus levantó el vaso de vino y se lo brindó a ella. La muchacha se rió, apenada, y con un gesto señaló a sus padres, casi disculpándose por no acercarse más.

—Éste es el lado bello del amor —dijo—. El amor que desafía, el amor de dos extraños mayores que ella, que vinieron de lejos y mañana se irán, a un mundo que a ella también le gustaría recorrer.

Percibí por la voz de Petrus que el vino se le había subido un poco.

—¡Hoy vamos a hablar de Amor! —dijo mi guía, en un tono un poco más alto—. ¡Vamos a hablar de este amor verdadero, que está siempre creciendo, moviendo al mundo y haciendo al hombre sabio!

Una mujer cerca de nosotros, bien vestida, parecía no estar prestando ninguna atención a esta fiesta. Iba de mesa en mesa arreglando los vasos, los platos y los cubiertos.

—Fíjate en esa señora —dijo Petrus—, que no deja de acomodar las cosas. Como te dije antes, Eros tiene muchos rostros, y éste también es uno de ellos. Es el amor frustrado, que se realiza en la infelicidad ajena. Besa al novio y a la novia, pero por dentro murmurará que no fueron hechos el uno para el otro. Está tratando de colocar el mundo en orden porque en ella misma no hay orden. Y ése —señaló a otra pareja, la mujer exageradamente maquillada y con el cabello muy arreglado es el Eros aceptado. El Amor social, sin el menor vestigio de emoción. Ella aceptó su papel y cortó todos los lazos con el mundo y el Buen Combate.

—Estás siendo muy amargo, Petrus. ¿No hay nadie aquí que se salve?

—Claro que sí; la muchacha que nos miró. Los adolescentes que están bailando y que sólo conocen el Eros Bueno. Si no se dejan influir por la hipocresía del Amor que dominó a la generación pasada, el mundo será otro, con toda seguridad.

Señaló a una pareja de ancianos, sentados en una mesa.

—Y aquellos dos también. No se dejaron contagiar por la hipocresía, como muchos otros. Por la apariencia debe ser una pareja de labradores. El hambre y la necesidad los obligó a trabajar juntos. Aprendieron las Prácticas que tú estás conociendo sin oír hablar nunca del RAM, porque sacaron la fuerza del amor de su propio trabajo. Allí Eros muestra su faz más hermosa, porque está unido a Filos.

—¿Qué es Filos?

—Filos es el amor en forma de amistad; es lo que siento por ti y por los otros. Cuando la llama de Eros ya no puede brillar, Filos mantiene unidas a las parejas.

—¿Y Ágape?

—Hoy no es día de hablar de Ágape. Ágape está en Eros y en Filos, pero esto es sólo una frase. Vamos a divertimos en esta fiesta, sin tocar el tema del Amor que Devora —y Petrus sirvió más vino en su vaso de plástico.

Había alrededor nuestro una alegría contagiosa. Petrus se sentía mareado y al principio eso me chocó un poco. Pero me acordé de sus palabras dichas cierta tarde: las Prácticas de RAM sólo tendrían sentido si pudieran ser ejecutadas por una persona común.

Petrus me parecía, esta noche, un hombre como los demás. Era un camarada, un amigo, palmeaba la espalda de las personas y conversaba con quien le prestase atención. Al poco tiempo estaba tan mareado que tuve que tomarlo del brazo y llevarlo al hotel.

Por el camino, me di cuenta de la situación. Yo estaba guiando a mi guía. Percibí que en ningún momento de toda nuestra jornada, Petrus había hecho el menor esfuerzo por parecer más sabio, más santo o mejor que yo. Todo lo que había hecho era transmitirme su experiencia con las Prácticas de RAM. Pero, en lo demás, trataba de mostrar que era un hombre como todos los otros, que sentía Eros, Filos y Ágape.

Esto me hizo sentir más fuerte. El Camino de Santiago era para las personas comunes.