23. EL DATO QUE FALTABA

(Sábado 4 de diciembre, 13 horas)

El sábado no se trabajaba por la tarde en la oficina de Markham, y este nos había invitado a Vance y a mí a almorzar en el Club de los Banqueros. Mas, cuando llegamos a la Audiencia, Markham estaba agobiado de trabajo, y almorzamos en su sala de conferencias particulares. Vance se había guardado varias hojas escritas a máquina en el bolsillo, y supuse acertadamente, como luego resultó ser, que eran las que había escrito en la noche anterior.

Terminado el almuerzo, Vance se arrellanó en su sillón lánguidamente y encendió un pitillo.

—Markham, querido —dijo—, acepté la invitación con el único propósito de discutir sobre arte. Confío en que te encontrarás en buen estado de ánimo.

Markham le miró con franco enojo.

—¡Voto a…! Estoy demasiado ocupado para que me molestes con tus desatinos. Si tienes ganas de hablar de arte, llévate a Van al Museo Metropolitano. Pero déjame en paz.

Vance exhaló un suspiro y movió la cabeza en señal de reproche.

—¡Habla la voz de América! «Vete a jugar con tus juguetes estéticos, si esas cosas tontas te divierten; pero déjame ocuparme en mis asuntos serios.» Es muy triste. No obstante, en el caso presente me niego a marcharme; y, ciertamente, no me dejaré arrastrar a ese mausoleo de los cadáveres arrojados por Europa, conocido por el nombre de Museo Metropolitano. Me quedaré aquí para pronunciar una edificante conferencia sobre la composición estética.

—Entonces no hables tan alto —rogó Markham, levantándose—, pues estaré muy ocupado trabajando en la habitación contigua.

—Pero mi conferencia se relaciona con el caso Greene, y creo que no debes perdértela.

Markham hizo una pausa y se volvió.

—Se trata, pues, de uno de tus prólogos difusos, ¿eh? —volvió a sentarse—. Bien; si tienes que hacer alguna insinuación útil, escucharé.

Vance fumó un momento.

—Mira, Markham —empezó, adoptando un aire indolente—: existe diferencia fundamental entre una buena pintura y una fotografía. Reconozco que muchos pintores no parecen haberse percatado de este hecho; y cuando se perfeccione la fotografía en color, ¡qué horda de pintores se quedará sin trabajo! Sin embargo, habrá un abismo entre los dos; y esta distinción técnica será el motivo de mi conferencia. ¿En qué, por ejemplo, difiere el Moisés de Miguel Ángel de un estudio fotográfico de anciano patriarcal con patillas y unas tabletas de piedra?

Alzó una mano reclamando silencio cuando Markham se disponía a hablar.

—No estoy hablando a humo de pajas. Ten paciencia un momento. La diferencia entre una buena pintura y una fotografía es esta: la una está compuesta, organizada; la otra es meramente impresión casual de una escena, de un segmento de realismo, tal como existe en la Naturaleza. En resumen: la una tiene forma; la otra es caótica. Cuando un verdadero artista pinta un cuadro, ordena las masas y las líneas de acuerdo con su idea de composición preconcebida; es decir, somete todo el cuadro a un designio básico, y elimina, también, todo objeto o detalle que se oponga a esa concepción o la desmerezca. Así logra una homogeneidad de forma. Todos los objetos del cuadro tienden a un propósito definido, y se coloca en cierta posición para que concuerde con el modelo estructural fundamental. No existen incongruencias, ni objetos sueltos, ni disposición arbitraria de valores. Todas las formas y líneas son interdependientes; todos los objetos, en realidad, cada pincelada, ocupa un lugar exacto en el modelo y cumple una función determinada. La pintura, el cuadro, en fin, constituye una unidad.

—Todo esto es muy instructivo —comentó Markham, consultando pomposamente su reloj—. ¿Y el caso Greene?

—Por otra parte, una fotografía —prosiguió Vance, no haciendo caso de la interrupción— carece de designio y hasta de disposición en sentido estético. Claro está, un fotógrafo puede hacer posar y vestir a una figura, quizá hasta sierre la rama de un árbol que él desee registrar en su negativo; pero le es completamente imposible componer el asunto de su imagen de acuerdo con un boceto preconcebido, cual lo hace un pintor. En una pintura existen detalles carentes de significado, cambios de luz y sombras, armonizantes falsos, telas creadoras de notas falsas, líneas discordantes y masas fuera de lugar. La cámara es sincera, registra lo que tiene delante, indiferente a los valores artísticos. El resultado inevitable es que una fotografía carece de organización y unidad; su composición es, en el mejor de los casos, primitiva. Y está llena de factores incongruentes, de objetos desprovistos de significados o finalidad. Carece de uniformidad de concepción. Es accidental, heterogénea, amorfa y no tiene objetivo, lo mismo que la Naturaleza.

—Huelga que machaques ese punto —Markham habló con impaciencia—. Poseo una inteligencia rudimentaria ¿Adónde te conduce esa perogrullada tan detallada?

Vance le dirigió una sonrisa insinuante.

—A la calle Cincuenta y Tres. Mas antes de llegar a nuestro destino, permíteme breve ampliación. Muy a menudo, una pintura sutil e intrincada no revela inmediatamente su composición al espectador. En realidad, tan sólo los designios de las pinturas más sencillas son las que se comprenden inmediatamente. Por regla general, el espectador tiene que estudiar una pintura cuidadosamente, investigar sus ritmos, comparar las formas, pesar los detalles y armonizar todas sus proyecciones antes que resulte evidente su designio fundamental. Muchos cuadros perfectamente equilibrados y bien organizados, como las figuras de Renoir, los interiores de Matisse, las acuarelas de Cézanne, la naturaleza muerta de Picasso y los dibujos anatómicos de Leonardo, pueden parecer, al principio, que carecen de sentido, desde el punto de vista de la composición; quizá parezca que sus formas están desprovistas de unidad y cohesión; sus masas y valores lineales pueden dar impresión de ser arbitrarios. Sólo después que el espectador ha relacionado todos sus integrantes y reconstruido todas sus actividades, adquieren estos significado y revelan la concepción motora de su creador…

—Sí, sí —interrumpió Markham—. La pintura y la fotografía difieren; los objetos de una pintura poseen un designio; los de una fotografía carecen de él; con frecuencia hay que estudiar un cuadro para descubrir su composición. Eso, creo yo, cubre el terreno por donde has estado divagando desde hace un cuarto de hora.

—Simplemente trataba de imitar el diluvio de verbosidad y repeticiones que se hallan en los documentos legales —explicó Vance—. De ese modo esperaba presentar el asunto de una manera comprensiva a tu espíritu leguleyo.

—Lo has conseguido vengándote —dijo Markham con sequedad—. ¿Qué más?

Vance volvió a ponerse serio.

—Markham, estamos mirando lo ocurrido en el caso Greene como si fuesen los objetos sueltos de una fotografía. Hemos examinado dato por dato a medida que se presentaban; pero no hemos analizado bastante su relación con todos los otros datos conocidos. Hemos considerado este problema como si fuese una serie o elección de hechos aislados. Y hemos perdido el significado de todo, porque no hemos determinado aún la forma de modelo básico del cual cada uno de esos incidentes constituye tan sólo una parte. ¿Entiendes?

—¡Mi querido amigo!

—Muy bien… Huelga decir que existe un designio en el fondo de todo ese caso asombroso. No hay nada que haya sucedido por azar. Todos los actos han sido premeditados; como si dijéramos, se trata de una composición urdida cuidadosa y sutilmente. Todo ha emanado de esa forma central. Todo se ha inspirado en una idea estructural fundamental. En consecuencia, no ha ocurrido ninguna cosa de importancia desde el doble atentado primero que no guarde relación con el modelo predeterminado del crimen. Todos los aspectos y sucesos del caso, tomados conjuntamente, forman un todo interactivo y coordinado. En resumen, el caso Greene es una pintura, no una fotografía. Y cuando hayamos reconstruido las formas visuales en sus líneas generadoras, entonces, Markham, conoceremos la composición del cuadro; veremos el designio sobre el cual el pervertido pintor ha erigido su maternal documento. Y una vez que hayamos descubierto la forma fundamental de esta horrible composición, conoceremos a su creador.

Vance hizo una pausa.

—Ya veo tus puntos de vista —dijo Markham lentamente—. Mas ¿de qué nos sirve? Conocemos todos los hechos externos, y ciertamente no encajan en ninguna concepción inteligible de un todo unificado.

—Aún no, quizá —asintió Vance—. Pero eso es porque todavía no hemos abordado el problema sistemáticamente. Hemos investigado demasiado y pensado demasiado poco. Nos hemos desviado por lo que los pintores modernos llaman documentación, es decir, por la atracción objetiva de las partes del cuadro que pueden ser reconocidas. No hemos buscado el contenido abstracto. Hemos descuidado lo «forma significativa».

—¿Cómo propones que nos pongamos a determinar el objeto de la composición de esta tela sangrienta? Podríamos titular el cuadro Nepotismo fracasado.

Con la observación jocosa intentaba contrarrestar la impresión que en él había hecho la disquisición de Vance; pues aunque comprendía que este no había trazado su voluminosa comparación sin tener la esperanza de aplicarla con éxito al caso Greene, no quería ilusionarse para no sufrir una decepción.

En respuesta a la pregunta de Markham, Vance sacó los papeles que había traído consigo.

—Anoche —explicó— anoté brevemente, por orden cronológico, los datos y hechos salientes de la horrible pintura que hemos estado contemplando durante las últimas semanas. Tengo aquí todas las primeras formas, aunque tal vez haya omitido muchos detalles. Mas creo haber anotado a manera de listas un número suficiente de notas que sirvan de base.

Ofreció los papeles a Markham.

—La verdad se encuentra en esta lista. Si pudiésemos acoplar los datos (relacionarlos con sus valores), sabríamos quién es el autor de esta tanda de crímenes; pues una vez determinado el modelo, cada una de las notas adquiriría un significado vital, y podríamos leer claramente el mensaje que ellas nos comunicaban.

Markham tomó el resumen y, acercando su sillón a la luz, lo leyó de cabo a rabo sin pronunciar palabra.

Yo conservé la copia original del documento; y, de todos los que poseo, fue el de efectos más importantes y de mayor alcance. Fue el instrumento que facilitó la solución del caso Greene.

De no ser por esta recapitulación, preparada por Vance, y luego analizada por él, la famosa serie de asesinatos perpetrados en la casa de la familia Greene habría, sin duda, quedado relegada a la categoría de crímenes que no llegaron a esclarecerse.

He aquí una reproducción, copiada al pie de la letra, de ella:

  1. «Una atmósfera de odio mutuo satura la casa de los Greene.
  2. Mistress Greene es una paralítica que está quejándose y regañando continuamente, convirtiendo en un infierno la vida de los miembros de la casa.
  3. Hay cinco hijos —dos hijas, dos hijos y una hija adoptiva— que no tienen nada en común, y viven en un estado de constante antagonismo y encono los unos con los otros.
  4. Aunque mistress Mannheim, la cocinera, conocía a Tobías Greene desde hacía años, y él la recordó en su testamento, ella se niega a revelarnos algunos datos sobre su pasado.
  5. El testamento de Tobías Greene estipula que la familia debe habitar en la casa Greene durante veinticinco años, so pena de desheredamiento, con la sola excepción de que, si Ada contrajese matrimonio, podría fijar su residencia en otra parte, dado que ella no lleva la sangre de los Greene. Según el testamento, mistress Greene maneja y dispone a su antojo del dinero.
  6. El testamento de mistress Greene declara beneficiarios por igual a cada uno de los cinco hijos. En el caso de la muerte de uno de ellos, los supervivientes se repartirán el dinero, por parte iguales; y si todos murieren, la fortuna será para sus familiares, caso de haberlos.
  7. Los dormitorios de la familia Greene están dispuestos del siguiente modo: el de Julia y el de Rex están enfrente el uno del otro, en la parte delantera de la casa; el de Chester y el de Ada están enfrente el uno del otro, en el centro de la casa; y el de Sibella y el de mistress Greene se encuentran el uno enfrente del otro, en la parte posterior. No hay ninguna habitación que se comunique con otra, a excepción de la de Ada con la de mistress Greene; y estas dos piezas dan también a la misma galería.
  8. La biblioteca de Tobías Greene, que mistress Greene cree haber tenido cerrada con llave desde hace doce años, contiene una colección extraordinaria de libros sobre criminología y temas afines.
  9. El pasado de Tobías Greene era algo misterioso, y existían muchos rumores relativos a operaciones sospechosas realizadas por él en el extranjero.

    PRIMER CRIMEN

  10. Julia es muerta por un tiro a quema ropa disparado por delante, a las once y media de la noche.
  11. Ada recibe un balazo por detrás, también a quema ropa. Ella se restablece.
  12. Julia es encontrada en la cama, con una expresión de horror y asombro en el rostro.
  13. Ada es encontrada en el suelo, delante de la mesa tocador.
  14. Las luces se han encendido en ambas habitaciones.
  15. Transcurren poco más de tres minutos entre los dos tiros.
  16. Von Blon, llamado inmediatamente, llega antes de media hora.
  17. Se encuentran una serie de huellas de pisadas, aparte de las de Von Blon, que parten de la casa y también se aproximan a ella; pero el carácter de las huellas las hace indescifrables.
  18. Las huellas fueron hechas durante la media hora anterior al crimen.
  19. Ambos disparos fueron hechos con un revólver de calibre treinta y dos.
  20. Chester denuncia que le ha desaparecido un antiguo revólver de calibre treinta y dos.
  21. Chester no está satisfecho de la hipótesis de un robo, aducida por la Policía; e insiste en que la oficina del fiscal de distrito investigue el caso.
  22. Mistress Greene es despertada por el tiro disparado en el cuarto de Ada, a la que oye caer. Pero no percibe ningún rumor de pisadas ni el ruido de una puerta al cerrarse.
  23. Sproot se encuentra en mitad de la escalera de servicio cuando disparan el segundo tiro; sin embargo, no encuentra a nadie en el vestíbulo. No oye tampoco ningún ruido.
  24. Rex, que se hallaba en el cuarto contiguo al de Ada, declaró que no oyó ningún disparo.
  25. Rex insinúa que Chester sabe más de lo que dice referente a la tragedia.
  26. Existe algún secreto entre Chester y Sibella.
  27. Sibella, como Chester, rechaza la hipótesis de robo, pero se niega a sugerir una alternativa, y dice francamente que cualquiera de la familia Greene puede ser culpable.
  28. Ada declara que fue despertada por alguien en su cuarto, que estaba sumido en una oscuridad completa; que ella intentó escapar del intruso y la persiguieron unas pisadas.
  29. Ada manifiesta que una mano la tocó cuando ella se levantó de la cama, pero se niega a identificar la mano.
  30. Sibella desafía a Ada a que diga que fue ella (Sibella) quien estuvo en el cuarto, y luego, deliberadamente, acusa a Ada de haber matado a Julia. También la acusa de haber robado el revólver del cuarto de Chester.
  31. Von Blon, por su actitud y maneras, revela una extraña intimidad con Sibella.
  32. Ada francamente estima a Von Blon.

    SEGUNDO CRIMEN

  33. Cuatro días después de los atentados contra la vida de Ada y Julia, a las once y media de la noche, Chester es asesinado por un tiro disparado a boca de jarro, en su habitación, con un revólver de calibre treinta y dos.
  34. En su rostro aparece una expresión de asombro y horror.
  35. Sibella oye la detonación y llama a Sproot.
  36. Sibella declara que escuchó a su puerta inmediatamente después del disparo, pero no oyó ningún otro ruido.
  37. Las luces del cuarto de Chester están encendidas. Evidentemente leía cuando entró el asesino.
  38. Se encuentra una doble serie de huellas de pisadas en la calzada, delante de la casa. Las huellas fueron hechas media hora antes del crimen.
  39. Un par de chanclos de goma, que correspondían a las dimensiones de las huellas, fueron hallados en el armario de Chester.
  40. Ada tuvo una premonición de la muerte de Chester y, cuando se le informó del hecho, cree que fue asesinado del mismo modo que Julia. Pero suspira de alivio cuando le muestran las señales de las pisadas que indican que el asesino es un extraño de la casa.
  41. Rex dice que oyó un ruido en el vestíbulo y el de una puerta cerrándose veinte minutos antes de dispararse el tiro.
  42. Ada, al oír la historia de Rex, recuerda también haber oído cerrarse una puerta después de las once.
  43. Es evidente que Ada conoce o sospecha algo.
  44. La cocinera se emociona al pensar que alguien quiere hacer daño a Ada, pero manifiesta que comprende que una persona tenga motivos para matar a Julia y a Chester.
  45. Rex, al ser interrogado, muestra claramente que piensa que alguien de la casa es culpable.
  46. Rex acusa a Von Blon de ser el asesino.
  47. Mistress Greene solicita que se abandone la investigación.

    TERCER CRIMEN

  48. Rex recibe un balazo en la frente, con un revólver del treinta y dos, a las once y veinte de la mañana, veinte días después del asesinato de Chester y a los cinco minutos de telefonearle Ada desde la oficina del fiscal.
  49. No aparece en el rostro de Rex ninguna expresión de horror o sorpresa, como sucedió con Julia y Chester.
  50. Se encontró su cadáver en el suelo, delante de la chimenea.
  51. Un dibujo que Ada le pidió que llevase a la oficina del fiscal ha desaparecido.
  52. Nadie de arriba oye el disparo, aunque las puertas están abiertas; pero Sproot, que se encuentra en la planta baja, en la repostería del mayordomo, lo percibió claramente.
  53. Von Blon visita a Sibella aquella mañana; ella dice que se encontraba en el cuarto de baño bañando a su perro cuando mataron a Rex.
  54. Se encuentran huellas de pisadas en el cuarto de Ada, procedentes de la puerta de la galería, que está entornada.
  55. Se encuentra una sola serie de pisadas, que van de la calzada a la galería.
  56. Las señales pudieron ser hechas en cualquier tiempo, después de las nueve de aquella mañana.
  57. Sibella se niega a ausentarse de la casa.
  58. Los chanclos que dejaron las tres series de huellas son hallados en el armario ropero, aunque no estaban allí cuando se registró la casa para buscar el revólver.
  59. Los chanclos fueron colocados de nuevo en el armario, pero desaparecen aquella noche.

    CUARTO CRIMEN

  60. Dos días después de la muerte de Rex, Ada y mistress Greene son envenenadas con doce horas de intervalo la una de la otra. Ada con morfina, y mistress Greene con estricnina.
  61. Ada es auxiliada inmediatamente y se recobra.
  62. Se ha visto a Von Blon salir de la casa, poco antes que Ada hubiese ingerido el tóxico.
  63. Sproot halla a Ada intoxicada al acudir a la habitación de esta, atraído por el ruido de la campanilla que hace sonar el perro de Sibella al jugar con la borla del cordón.
  64. La morfina fue ingerida en el caldo que Ada tomaba siempre por las mañanas.
  65. Ada manifiesta que no la visitó nadie en su habitación después que la enfermera la llamó para tomar el caldo; y que fue al cuarto de Julia a recoger un chal, dejando el caldo unos momentos.
  66. Ni Ada ni la enfermera recuerdan haber visto al perrito de Sibella en el vestíbulo antes de tomarse el caldo envenenado.
  67. Mistress Greene fue encontrada muerta, de un envenenamiento de estricnina, la mañana después de haber ingerido Ada la morfina.
  68. La estricnina pudo administrarse únicamente después de las once de la noche anterior.
  69. La enfermera se encontraba en su habitación del piso tercero, entre las once y las once y media de la noche.
  70. Von Blon visitó a Sibella aquella noche; pero Sibella declara que él la dejó a las diez y cuarenta y cinco.
  71. La estricnina fue administrada en una dosis de citrocarbonato que, es de presumir, mistress Greene no podía haber tomado sin que alguien se lo diese.
  72. Sibella decide visitar a una amiga en Atlantic City, y parte de Nueva York en el tren de la tarde.

    DATOS CLASIFICABLES

  73. Se usa el mismo revólver contra Julia, Chester, Ada y Rex.
  74. Evidentemente, las tres series de huellas fueron hechas por alguien de la casa con el propósito de hacer recaer las sospechas en un extraño.
  75. El asesino es alguien a quien Julia y Chester recibirían en sus habitaciones en negligé a últimas horas de la noche.
  76. El asesino no se da a conocer a Ada, pero entra subrepticiamente en su habitación.
  77. Casi tres semanas después de la muerte de Chester, Ada va a la oficina del fiscal, manifestando que tiene que comunicar alguna noticia importante.
  78. Ada dice que Rex le confesó haber oído el disparo en la habitación de ella y también otras cosas, pero tenía miedo de hablar; y la muchacha pide que se interrogue a Rex.
  79. Ada dice que ha encontrado un criptograma, marcado con símbolos, en el vestíbulo interior, cerca de la puerta de la biblioteca.
  80. El día del asesinato de Rex, Von Blon denuncia que le han robado del maletín unos doscientos miligramos de estricnina y cuatrocientos de morfina, al parecer, en casa de la familia Greene.
  81. La biblioteca revela que alguien tenía la costumbre de leer allí a la luz de una bujía. Los libros que presentan señales de haber sido leídos son: un manual de ciencias criminales y dos obras sobre toxicología y dos tratados sobre la parálisis histérica y el sonambulismo.
  82. El visitante de la biblioteca es alguien que conoce el alemán muy bien, pues tres de los libros leídos están escritos en ese idioma.
  83. Los chanclos desaparecidos del armario la noche de la muerte de Rex son encontrados en la biblioteca.
  84. Alguien escucha en la puerta mientras se inspecciona la biblioteca.
  85. Ada comunica que vio a mistress Greene caminando en el vestíbulo la noche anterior.
  86. Von Blon afirma que la parálisis de mistress Greene es de tal naturaleza, que es imposible que pueda moverse.
  87. Se toma el acuerdo de que Von Blon llame al doctor Oppenheimer, para examinar a mistress Greene.
  88. Von Blon informa a mistress Greene que la examinarán detenidamente al día siguiente.
  89. Mistress Greene es envenenada antes que el doctor Oppenheimer pueda practicar el examen.
  90. El examen post mortem revela de una manera concluyente que los músculos de las piernas de mistress Greene estaban tan atrofiados, que era imposible que pudiera caminar.
  91. Ada, al hablarle de la autopsia, insiste en que vio el chal de su madre alrededor de la figura del vestíbulo; y, al ser apremiada, confiesa que Sibella lo usaba en ocasiones.
  92. Durante el interrogatorio de Ada respecto del chal, mistress Mannheim sugiere que Ada la vio a ella en el vestíbulo.
  93. Cuando atentaron contra Julia y Ada, estaban o podían haber estado en la casa: Chester, Sibella, Rex, mistress Greene, Von Blon, Barton, Hemming, Sproot y mistress Mannheim.
  94. Cuando mataron a Chester, hallábanse o pudieron hallarse presentes en la casa: Sibella, Rex, mistress Greene, Ada, Von Blon, Barton, Hemming, Sproot y mistress Mannheim.
  95. Cuando asesinaron a Rex, encontrábanse o pudieron encontrarse presentes en la casa: Sibella, mistress Greene, Von Blon, Hemming, Sproot y mistress Mannheim.
  96. Cuando envenenaron a Ada, había o pudieron estar presentes en la casa: Sibella, mistress Greene, Von Blon, Hemming, Sproot y mistress Mannheim.
  97. Cuando envenenaron a mistress Greene, estaban o pudieron haber estado presentes en la casa: Sibella, Von Blon, Ada, Hemming y mistress Mannheim.»

Cuando Markham hubo terminado de leer el resumen, lo leyó por segunda vez, Luego lo puso encima de la mesa.

—Sí, Vance —dijo—, has recopilado los puntos principales. Pero los encuentro incoherentes. A decir verdad, no hacen más que resaltar la confusión del caso.

—Sin embargo, Markham —repuso Vance—, estoy convencido de que no necesitan más que una nueva distribución e interpretación para que resulten clarísimos. Debidamente analizados, nos dirán todo lo que necesitamos saber.

Markham volvió a mirar las páginas.

—Si no fuese por ciertas notas, podríamos formular un caso contra ciertas personas. Mas no importa qué persona de la lista supongamos sea la culpable; nos enfrentamos inmediatamente con su grupo de datos contradictorios e insuperables. Este resumen podría usarse para demostrar que todos son inocentes.

—Superficialmente, así aparece —asintió Vance—. Pero debemos encontrar la línea generadora del designio, y luego relacionar con él las firmas incidentales y subdeformes.

Markham hizo un gesto de desesperanza.

—¡Si la vida fuese tan simple como las teorías estéticas!

—Es mucho más sencilla —afirmó Vance—. El mero mecanismo de una cámara fotográfica puede registrar la vida; mas tan sólo una inteligencia creadora, sumamente desarrollada, con una visión filosófica profunda, puede producir una obra de arte.

—¿Crees que esto tiene algún sentido estético o de otra clase?

Markham tamborileó con petulancia sobre los papeles.

—Puedes ver ciertos trazos, ciertas suposiciones de un modelo; mas he de confesar que el objetivo o designio principal se me ha escapado hasta ahora. El hecho es, Markham, que tengo la impresión de que algún factor importante en este caso, alguna línea del modelo, quizá, sigue aún oculta para nosotros. No afirmo que mi resumen no es susceptible de interpretación en su estado actual; pero nuestra tarea se simplificaría mucho si poseyésemos el dato que falta.

Un cuarto de hora más tarde, cuando habíamos regresado a la oficina principal de Markham, entró Swacker y depositó una carta en la mesa.

—Es una carta muy extraña, mister Markham —dijo.

Markham cogió la carta, y la leyó con el ceño fruncido. Terminada la lectura, se la entregó. El membrete decía: «Rectoría Tercera. Iglesia Presbiteriana. Stamford, Connecticut»; llevaba la fecha del día anterior; y la firma del reverendo Antonio Seymour. El contenido de la carta, escrita en letra menuda, era el siguiente:

«Honorable John F. Markham.

»Muy señor mío: Que yo sepa, jamás he traicionado una confidencia. Pero pueden surgir, creo yo, circunstancias imprevistas que modifiquen la rigidez con que uno cumple una promesa dada y que, en verdad, impone un deber mayor al de guardar silencio.

»He leído en la Prensa las cosas malignas y abominables ocurridas en la residencia de la familia Greene, en Nueva York; y por esto he llegado a la conclusión, después de muchas meditaciones y oraciones, de que tengo el deber de comunicarle un dato que, como resultado de una promesa, he guardado para mí durante más de un año. No traicionaría yo esta confidencia si no creyese que puede ocasionar algún bien, y que usted, mi querido señor, tratará también el asunto con la más absoluta reserva. Quizá no le ayude a usted —realmente no veo cómo pueda conducir a una solución de la terrible maldición que ha caído sobre la familia Greene—; pero dado que el hecho está relacionado íntimamente con uno de los hombres de esa familia, tendré mi conciencia más tranquila cuando se lo haya comunicado a usted.

»En la noche del 29 de agosto del año pasado, un automóvil llegó aquí a mi puerta, y un hombre y una mujer me pidieron que los casara secretamente. He de decir que recibo con frecuencia tales peticiones de parejas que se han fugado. Esta pareja en particular tenía aspecto de ser personas bien educadas, y accedí a sus deseos, asegurándoles que la ceremonia, como ellos deseaban, sería confidencial.

»Los nombres que aparecían en el permiso de casamiento —sacado aquella tarde en New Haven— eran Sibella Greene, de la ciudad de Nueva York, y Arturo Von Blon, también de Nueva York.»

Vance leyó la carta y la devolvió.

—Realmente —dijo—, no puedo decir que me sorprende…

Se interrumpió de repente, con los ojos fijos pensativamente delante de él. Luego se levantó nerviosamente y paseó de un extremo a otro.

—¡Esto lo rasga! —exclamó.

Markham le dirigió una mirada perpleja e interrogante.

—¿Qué sucede?

—¿No lo ves? —Vance se aproximó, nervioso, a la mesa del fiscal—. ¡Es el dato que faltaba a mi lista! —desdoblando la última hoja, escribió: «98. Sibella y Von Blon se casaron secretamente hace un año.»

—No veo que eso pueda ayudar —protestó Markham.

—Tampoco yo en este momento —replicó Vance—. Pero voy a pasar esta noche en erudita meditación.