¿Qué es el gen egoísta? No es sólo una simple porción física de ADN. Al igual que en el caldo primario, es todas las réplicas de una porción particular de ADN, distribuidas por todo el mundo. Si nos permitimos la licencia de hablar de los genes como si tuviesen propósitos conscientes, asegurándonos siempre de que será factible traducir nuestro impreciso lenguaje a términos respetables si así lo deseamos, podemos formular la pregunta: ¿qué está tratando de hacer un gen egoísta? Está tratando de hacerse más numeroso en el acervo génico. Lo logra, básicamente, ayudando a programar los cuerpos en que se encuentra para sobrevivir y reproducirse. Ahora estamos subrayando que el gen es una agencia distribuidora que existe en muchos individuos distintos al mismo tiempo. El punto clave del presente capítulo es que el gen sería capaz de ayudar a las réplicas de sí mismo que están situadas en otros cuerpos. Si así fuese, podría parecer como un acto de altruismo individual, pero sería originado por el egoísmo del gen.
Consideremos el gen para que un hombre sea albino. En realidad, existen varios genes que puede dar origen al albinismo, pero estoy hablando de uno solo de ellos. Es recesivo; eso quiere decir que debe estar presente en dosis doble para que una persona sea albina. Ello es cierto en la proporción de 1 entre 20 000 de nosotros. Pero también está presente en dosis simple, aproximadamente en 1 entre 70 de nosotros, y estos individuos no son albinos. Desde el momento en que se encuentra distribuido en muchos individuos, un gen, tal como el gen del albino, podría, en teoría, ayudar a su propia supervivencia en el acervo génico programando sus cuerpos para que se comporten altruistamente hacia otros cuerpos albinos, ya que se sabe que ellos contienen el mismo gen. El gen de los albinos debería sentirse bastante feliz si alguno de los cuerpos en que él habita, muere, siempre que su muerte beneficie a otros cuerpos que contienen el mismo gen para que sigan sobreviviendo. Si el gen de los albinos pudiera hacer que uno de sus cuerpos salvase la vida de diez albinos, entonces la muerte del altruista sería ampliamente compensada por el incrementado número de genes para albinos en el acervo génico.
¿Debemos, entonces, esperar que los albinos sean especialmente agradables unos respecto a los otros? En verdad, la respuesta probablemente sea que no. Con el fin de comprender por qué es así debemos abandonar por el momento nuestra metáfora del gen como un agente consciente, pues este contexto se torna totalmente engañoso. Hemos de volver a un lenguaje más respetable, aunque de términos algo más pedantes. Los genes de los albinos en realidad no «desean» sobrevivir o ayudar a otros genes de albinos. Pero si el gen de los albinos indujera, por casualidad, a sus cuerpos a que se comportasen de manera altruista hacia otros albinos, de buen o mal grado, como resultado de ello, tendería a hacerse más numeroso en el acervo génico. Pero para que esto sucediera, el gen tendría que ejercer dos efectos independientes en los cuerpos. No sólo debería provocar su efecto usual de una tez muy pálida sino también otorgar una tendencia a actuar con un altruismo selectivo con aquellos individuos que poseyesen una tez muy pálida. Tal gen de doble efecto, si existiese, podría tener mucho éxito en la población.
Es cierto que los genes provocan múltiples efectos, según subrayé en el capítulo III. Teóricamente es posible que pueda surgir un gen que confiera una «etiqueta» externamente visible, por ejemplo, una tez pálida o una barba verde o cualquier otro efecto llamativo, y también una tendencia a mostrarse especialmente agradable con los portadores de esa llamativa etiqueta. Es posible, pero no particularmente probable. La barba verde tiene tantas posibilidades de estar vinculada a una tendencia a que le crezcan al individuo las uñas de los pies hacia adentro como a cualquier otro rasgo, y el agrado que se puede sentir por una barba verde puede estar igualmente asociado a una incapacidad para oler fresas. No es muy probable que un gen produzca la etiqueta correcta y el adecuado tipo de altruismo. No obstante, lo que podría ser llamado Efecto Altruista de la Barba Verde es, teóricamente, posible.
Una etiqueta arbitraria como una barba verde es sólo una manera por la cual un gen podría «reconocer» las copias de sí mismo en otros individuos. ¿Existen otras maneras? Una forma posible, particularmente directa, es la siguiente: el poseedor de un gen altruista puede ser reconocido simplemente por el hecho de que realiza actos altruistas. Un gen podría prosperar en el acervo génico si «dijera» el equivalente de: «Cuerpo, si A se está ahogando como resultado de tratar de salvar a otro de ahogarse, salta y rescata a A.» La razón por la cual tal gen podría prosperar estriba en que existe una probabilidad mayor de lo común de que A contenga el mismo gen altruista que lo induce a salvar una vida. El hecho de que a A se le vea intentando rescatar a alguien constituye una etiqueta, equivalente a una barba verde. Es menos arbitraria que una barba verde, pero aún parece algo bastante improbable. ¿Existen maneras plausibles por las cuales los genes puedan «reconocer» a sus copias en otros individuos?
La respuesta es afirmativa. Es fácil demostrar que los parientes cercanos —familiares— tienen una probabilidad mayor que la común de compartir los genes. Desde hace bastante tiempo ha quedado claro que ésta debe ser la causa de por qué es tan común el altruismo de los padres hacia sus hijos. R. A. Fisher, J. B. S. Haldane y, especialmente, W. D. Hamilton se percataron que el mismo postulado es aplicable a otros parientes cercanos tales como hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, primos cercanos. Si muere un individuo con el fin de salvar a diez familiares, se perderá una copia del gen que determina el altruismo hacia los parientes, pero un mayor número de copias del mismo gen se habrá salvado.
«Un mayor número» es una apreciación algo vaga. También lo es «parientes cercanos». Podemos precisar más, según lo demostró Hamilton. Sus dos ponencias de 1964 se encuentran entre las aportaciones más importantes a la etología social hasta ahora conocidas, y nunca he sido capaz de comprender la causa de que hayan sido tan desatendidas por parte de los etólogos (su nombre ni siquiera aparece en el índice de dos importantes libros de texto de esta materia, ambos publicados en 1970). [29] Afortunadamente, han aparecido signos recientes de un renovado interés por sus ideas. Las ponencias de Hamilton son más bien matemáticas, pero es fácil aprehender los principios básicos de forma intuitiva, sin recurrir a unas matemáticas rigurosas, si bien es cierto que a costa de una simplificación algo exagerada. Lo que nosotros deseamos calcular es la probabilidad o posibilidades que tienen dos individuos, supongamos dos hermanas, de compartir un determinado gen.
Con el fin de simplificar, asumiré que nos estamos refiriendo a genes que son escasos en el acervo génico considerado en su conjunto. [30] La mayoría de las gentes comparten el «gen para no ser un albino», estén o no emparentadas entre sí. La razón de por qué este gen es tan común se debe a que, en la naturaleza, los albinos tienen menos posibilidades de sobrevivir que los no albinos debido a que, por ejemplo, el sol los deslumbra y ello podría ser la causa de que no viesen acercarse a un predador. No estamos interesados en explicar la prevalencia en el acervo génico de aquellos genes tan obviamente «buenos» como los que determinan que un individuo no sea albino. Nos interesa explicar el éxito de los genes específicamente como resultado de su altruismo.
Podemos asumir, por lo tanto, al menos en las etapas iniciales de este proceso evolutivo, que estos genes son escasos. El punto importante que debemos destacar es que un gen, escaso en una población considerada en su conjunto, es común dentro de una familia. Yo contengo un determinado número de genes que son escasos en la población total y lo mismo te sucede a ti. Las probabilidades de que ambos contengamos los mismos genes raros son, en realidad, muy pequeñas. Pero las probabilidades son altas de que mi hermana contenga un determinado gen raro que yo contengo y las posibilidades son igualmente altas de que tu hermana contenga, en común contigo, un gen raro. Las probabilidades son, en este caso, exactamente de un 50% y es fácil explicar su causa.
Supongamos que tú contienes una copia del gen G. Debes haberlo recibido ya sea de tu padre o de tu madre (por conveniencia podemos dejar de considerar varias posibilidades infrecuentes tales como: G es un nuevo mutante, que ambos progenitores lo poseían o que cualquiera de tus progenitores poseía dos copias de él). Supongamos que fue tu padre quien te dio el gen. Por lo tanto, cada una de las células ordinarias de su cuerpo contenía una copia de G. Ahora debes recordar que cuando un hombre hace un espermatozoide da la mitad de sus genes. Existe, por lo tanto, un 50% de probabilidades de que el espermatozoide que engendró a tu hermana recibiera el gen G. Si, por otra parte, recibiste el gen G de tu madre, un razonamiento paralelo demuestra que la mitad de sus óvulos debían contener el gen G; una vez más, las probabilidades son de un 50% de que tu hermana contenga el gen G. Ello significa que si tú tuvieses 100 hermanos y hermanas, aproximadamente 50 de ellos contendrían cualquier gen escaso en el acervo génico que tú contengas. También significa que si tú posees 100 de estos genes raros, aproximadamente 50 de ellos se encuentran en el cuerpo de cualquiera de tus hermanos o hermanas.
Se puede hacer el mismo tipo de cálculo para cualquier grado de parentesco que se desee. Una relación familiar importante es la existente entre padres e hijos. Si tienes una copia del gen H, las probabilidades de que cualquier hijo tuyo lo tenga son de un 50%, ya que la mitad de tus células sexuales lo contienen y cualquiera de tus hijos fue hecho a partir de una de tales células. Si posees una copia del gen J, las posibilidades de que tu padre también la tenga son de un 50%, debido a que recibiste la mitad de tus genes de él y la otra mitad de tu madre. Por conveniencia, empleamos un índice de parentesco que expresa las posibilidades que tiene un gen de ser compartido por dos parientes. La relación entre dos hermanos es ½, ya que la mitad de los genes que posee un hermano se encontrarán en el otro. Ésta es una cifra promedio: debido a la suerte en el sorteo meiótico es posible que determinados pares de hermanos compartan más o menos genes que éstos. La relación entre padres e hijos es siempre, exactamente, de ½.
Es bastante tedioso efectuar todos los cálculos partiendo cada vez desde los primeros orígenes, de tal manera que presentaremos una regla, rudimentaria pero efectiva, para calcular la relación entre dos individuos cualesquiera A y B. Podrás encontrarla útil al hacer el testamento o al interpretar las semejanzas aparentes en tu propia familia. Sirve para todos los casos simples, pero deja de tener validez en casos de uniones incestuosas y en determinados insectos, según veremos más adelante.
Primero, es necesario identificar a todos los antepasados comunes de A y B. Por ejemplo, los ascendientes comunes de un par de primos hermanos o carnales son el abuelo y la abuela común. Una vez hallado el predecesor común es, por supuesto, lógicamente cierto que todos sus antepasados son asimismo comunes a A y B. Sin embargo, ignoramos todo excepto los dos predecesores comunes más recientes. Si B es un descendiente lineal de A, por ejemplo su biznieto, entonces A es el antepasado común que estamos buscando.
Habiendo localizado el o los antepasados comunes de A y B, es necesario medir la distancia generacional de la siguiente manera: partiendo de A trepar por el árbol familiar hasta encontrar un antepasado común y luego descender nuevamente hasta B. El número total de pasos hacia arriba del árbol y luego hacia abajo es la distancia generacional. Por ejemplo, si A es el tío de B, la distancia generacional es 3. El antepasado común es el padre de A (digámoslo así) y el abuelo de B. Partiendo de A se debe trepar una generación hacia arriba con el fin de alcanzar el antepasado común, luego descender hasta B dos generaciones por el otro lado. Por lo tanto, la distancia generacional es 1+2=3.
Habiendo encontrado la distancia generacional entre A y B vía un antepasado común determinado, calculemos aquella parte de su relación de parentesco de la cual tal antepasado es responsable.
Para determinar esto se debe multiplicar ½ por sí mismo una vez por cada paso de distancia generacional. Si la distancia generacional es 3, ello significa calcular (½)x(½)x (½) o (½)3. Si la distancia generacional vía un determinado antecesor es igual a g pasos, la porción de relación de parentesco debida a tal antepasado es (½)g.
Pero esto es sólo una parte de la relación entre A y B. Si tienen más de un antepasado en común debemos añadir la cifra equivalente para cada antepasado. A menudo es el caso que la distancia generacional es la misma para todos los antepasados comunes de un par de individuos. Por lo tanto, habiendo descifrado la relación entre A y B debida a cualquiera de sus antepasados, todo lo que se debe hacer, en la práctica, es multiplicar por el número de antepasados. Los primos hermanos, por ejemplo, tienen dos antepasados comunes y la distancia generacional a través de cada uno de ellos es 4. Por lo tanto, su relación es 2x(1/2)4=(1/8). Si A es el biznieto de B, la distancia generacional es 3 y el número de antepasados comunes es 1 (es decir, B) de tal manera que la relación sería 1x(1/2)3=1/8. Genéticamente hablando, tu primo hermano equivale a tu biznieto. De manera similar, tienes tantas posibilidades de «parecerte» a tu tío [relación = 2x(1/2)3 = 1/4] como a tu abuelo [relación = 1x(1/2)2 = 1/4] Para los parentescos tan distantes como un primo tercero [relación = 2x(1/2)8 = 1/128] nos alejamos hasta la posibilidad límite de que un gen que se encuentre en A sea compartido por cualquier individuo, escogido al azar, dentro de una población. Un primo tercero no se encuentra alejado de ser el equivalente de cualquier Tom, Dick o Harry en cuanto concierne a un gen altruista. Un primo segundo (relación = 1/32) es especial sólo en muy pequeña medida; un primo hermano, bastante más (1/8). Hermanos y hermanas (de padres comunes) y padres e hijos son muy especiales (1/2) y los gemelos idénticos (relación = 1) tan especiales como uno mismo. Los tíos y tías, sobrinos y sobrinas, abuelos y nietos y medios hermanos y medias hermanas se sitúan en un estado intermedio con una relación de (1/4).
Ahora estamos en condiciones de hablar con mayor precisión de los genes para el altruismo. Un gen para salvar a costa de la propia vida a cinco primos no llegaría a ser más abundante en la población, pero un gen para salvar a cinco hermanos o diez primos hermanos sí lo sería. El requerimiento mínimo para que un gen, suicidamente altruista, resulte próspero será que salve a más de dos hermanos (o hijos o padres), o a más de cuatro medios hermanos (o tíos, tías, sobrinos, sobrinas, abuelos o nietos), o a más de ocho primos hermanos, etc. Tal gen, como promedio, tiende a continuar viviendo en los cuerpos de suficientes individuos salvados por el altruista como para compensar la muerte del altruista mismo.
Si un individuo pudiese estar seguro de que una determinada persona es su mellizo idéntico, se preocuparía en igual medida por el bienestar de su mellizo que por el suyo propio. Cualquier gen para el altruismo hacia los mellizos o gemelos está destinado a ser llevado por ambos cuerpos; por lo tanto, si uno de ellos muere heroicamente por salvar al otro, el gen continúa viviendo. Se registró el nacimiento de armadillos de nueve fajas en una camada de cuatrillizos idénticos. Por lo que yo sé, no se ha informado de ningún hecho de heroico sacrificio respecto a los jóvenes armadillos, pero se ha señalado que decididamente se puede esperar un fuerte altruismo, y valdría la pena que alguien fuese hasta Suramérica a echar un vistazo. [31]
Podemos ahora apreciar que el cuidado paterno es sólo un caso especial de altruismo entre parientes cercanos. Genéticamente, un adulto debería dedicarle tanto cuidado y atención al bebé huérfano que es su hermano como lo haría con uno de sus propios hijos. Su relación hacia ambas criaturas es exactamente la misma, ½. En términos de selección de genes, un gen para el comportamiento altruista de una hermana mayor debería tener tan buenas oportunidades para esparcirse a través de la población como un gen para comportamiento altruista por parte de los padres. En la práctica, ésta es una simplificación exagerada por varias razones, a las cuales nos referiremos más adelante, y el cuidado por parte de los hermanos o hermanas no es, ni remotamente, tan común en la naturaleza como el cuidado otorgado por los padres. Pero el punto que estoy tratando de aclarar aquí se refiere a que no existe nada especial, genéticamente hablando, en cuanto a la relación padre/hijo que diferencie de la relación hermano/hermana. El hecho de que sean los padres los que transmitan los genes a los hijos y que las hermanas no se transmitan genes unas a otras, es irrelevante, ya que ambas hermanas reciben réplicas idénticas de los mismos genes de los mismos padres.
Algunas personas utilizan el término selección de parentesco para distinguir este tipo de selección natural de la selección de grupo (la supervivencia diferencial de los grupos) y de la selección individual (la supervivencia diferencial de los individuos). La selección de parentesco explica el altruismo dentro de la familia; cuanto más estrecha la relación, mayor intensidad tiene la selección. No es que el término esté mal, pero, desgraciadamente, sin duda tendrá que ser abandonado debido a la gravedad del mal uso que recientemente se ha hecho de él, lo que puede inducir a enredar y confundir a los biólogos del futuro. E. O. Wilson, en su, por otra parte, admirable Sociobiology: The New Synthesis, define a la selección por parentesco como un caso especial de selección de grupo. Presenta un diagrama que demuestra claramente que él considera este tipo de selección como intermedia entre «selección individual» y «selección de grupo» en el sentido convencional —el sentido en que yo empleé el término en el capítulo primero. Ahora la selección de grupo, aun de acuerdo a la propia definición de Wilson, significa la supervivencia diferencial de grupos de individuos. Existe, seguramente, un sentido en el cual una familia es un tipo especial de grupo. Pero todo el sentido del argumento de Hamilton estriba en que la diferencia entre la familia y la no familia no es algo estricto sino que es un asunto de probabilidades matemáticas. No forma parte de la teoría de Hamilton el considerar que los animales deberían comportarse de manera altruista hacia todos los «miembros de la familia» y con egoísmo respecto de todos los demás. No es posible trazar líneas definidas entre la familia y los individuos que no pertenezcan a ella. No tenemos que decidir si, supongamos, los primos segundos debieran ser considerados como miembros pertenecientes al grupo familiar o quedar excluidos de él: esperamos simplemente que los primos segundos deberían tener 1/16 probabilidad de recibir el altruismo al igual que los hijos o hermanos. La selección por parentesco no es, subrayémoslo, un caso especial de selección de grupos. [32] Es una consecuencia especial de la selección de genes.
Existe una deficiencia aún más grave en la definición de Wilson respecto a la selección por parentesco. Dicho autor excluye, deliberadamente, a la progenie: ¡no cuentan como parientes! [33] Por supuesto, él sabe perfectamente bien que los hijos son parientes de sus padres, pero prefiere no invocar la teoría de la selección por parentesco con el fin de explicar el cuidado altruista que ejercen los padres hacia su progenie. Tiene, por supuesto, el derecho a definir un término como más le agrade, pero en el presente caso, es una definición bastante confusa, y tengo la esperanza de que Wilson la modifique en las futuras ediciones de su libro, que bien merecida tiene la influencia que ejerce. Genéticamente, el cuidado paterno y el altruismo de los hermanos y hermanas evolucionan exactamente por la misma razón en ambos casos existen muchas probabilidades de que el gen altruista se encuentre presente en el cuerpo del beneficiario.
Solicito la indulgencia del lector en general por esta pequeña diatriba y me apresuro a retornar al tema principal. Hasta ahora me he limitado a simplificar en exceso, y pienso que ha llegado el momento de introducir algunas modificaciones. He hablado, en términos elementales, de genes suicidas para salvar la vida de un determinado número de parientes de conocida relación. Obviamente, en la vida real, no se puede esperar que los animales cuenten, de forma precisa, cuántos parientes están salvando, sin mencionar los cálculos de Hamilton que debieran realizar, aun si tuviesen una forma de saber exactamente quiénes serían sus hermanos o primos. En la vida real ciertos suicidios y «salvamentos» absolutos de vida deben ser reemplazados por riesgos estadísticos de muerte, de la propia muerte y de la de los demás. Aun valdría la pena salvar la vida de un primo tercero si el riesgo para uno mismo es muy pequeño. Luego debemos considerar el factor de que tanto la vida propia como la del pariente que se intenta salvar están destinadas a perecer algún día, de todas maneras. Cada individuo posee una «expectativa de vida» que un actuario de seguros podría calcular con ciertas probabilidades de error. Salvar la vida de un pariente que seguramente morirá pronto debido a su avanzada edad, causa menor impacto en un acervo génico futuro que salvar la vida de un pariente igualmente cercano que tenga la mayor parte de su vida por delante.
Nuestros precisos cálculos simétricos de relación deben ser modificados por las confusas consideraciones del actuario. Los abuelos y los nietos tienen, genéticamente hablando, iguales razones para comportarse de manera altruista unos con otros, ya que comparten ¼ de los genes. Pero si el nieto tiene mayores expectativas de vida, los genes del comportamiento altruista de los abuelos hacia los nietos tienen una ventaja selectiva mayor que los genes del altruismo de los nietos hacia sus abuelos. Es bastante probable que el beneficio neto obtenido al ayudar a un joven pariente distante exceda el beneficio neto de ayudar a un viejo pariente cercano. (A propósito, no es, por supuesto, necesariamente el caso de que los abuelos tengan una expectativa de vida menor que los nietos. En especies donde se da un gran índice de mortalidad infantil, la situación inversa puede ser la verdadera.)
Con el fin de ampliar la analogía del actuario, podemos suponer a los individuos como suscritos a un seguro de vida. Se puede esperar que un individuo invierta o arriesgue una determinada proporción de sus propios bienes en la vida de otro individuo. Toma en consideración su relación con el otro individuo, y también si el individuo considerado representa un «buen riesgo» en términos de sus expectativas de vida comparadas con las propias. Para expresarnos más estrictamente deberíamos decir «expectativas de reproducción» en lugar de «expectativas de vida», o para precisar aún más, «capacidad general de beneficiar a los propios genes en las expectativas del futuro». Luego, con el fin de que evolucione el comportamiento altruista, el riesgo neto del altruista debe ser menor que el beneficio neto del receptor multiplicado por la relación existente. Los riesgos y beneficios deben ser calculados de la forma actuarial compleja que he delineado.
Pero ¿cómo se puede esperar que una pobre máquina de supervivencia efectúe un cálculo tan complicado, especialmente en un momento de apuro? [34] Aun el gran biólogo matemático J. B. S. Haldane (en una ponencia presentada en 1955 en la que se anticipó a Hamilton al postular que un gen para salvar a parientes cercanos del peligro de ahogarse, tendería a esparcirse) señaló: «… En las dos ocasiones en que saqué fuera del agua a personas que tenían posibilidades de perecer ahogadas (a un riesgo infinitesimal de mí mismo) no tuve tiempo de efectuar tales cálculos». Afortunadamente, sin embargo, como bien lo sabía Haldane, no es necesario asumir que las máquinas de supervivencia efectúen los cálculos conscientemente. De igual forma que nosotros empleamos una regla de cálculo sin darnos cuenta de que, en efecto, estamos usando logaritmos, un animal puede estar preprogramado de tal manera que se comporte como si hubiese efectuado unos cálculos complicados.
Esto no es tan difícil de imaginar como parece. Cuando un hombre lanza una pelota al aire y la atrapa nuevamente, se comporta como si hubiese resuelto un conjunto de ecuaciones diferenciales para predecir la trayectoria de la pelota. Puede desconocer o no importarle lo que es una ecuación diferencial, pero ello no afecta a su habilidad con la pelota. En algún nivel subconsciente, algo funcionalmente equivalente a los cálculos matemáticos está sucediendo. De igual manera, cuando un hombre toma una decisión difícil, después de sopesar los pros y los contras, está efectuando el equivalente funcional de un gran cálculo de «sumas de valores relativos», similares a los que podría realizar una computadora.
Si quisiésemos programar una calculadora con el fin de simular un modelo de máquina de supervivencia, en el momento de tomar decisiones sobre si debe comportarse de manera altruista, probablemente deberíamos proceder más o menos de la siguiente forma: Deberíamos establecer una lista de las cosas alternativas que el animal pudiera hacer. Luego, para cada uno de dichos patrones de comportamiento alternativo deberíamos programar unos cálculos de sumas de valores relativos. Todos los diversos beneficios deberían tener un signo positivo y todos los riesgos ir precedidos por un signo negativo; tanto a los beneficios como a los riesgos debería asignárseles un valor multiplicándolos por él índice de relación adecuado antes de efectuarse la suma. Con el fin de simplificar los cálculos podemos, en principio, ignorar otros valores, tales como aquellos asignados a la edad y a la salud. Ya que la relación de un individuo consigo mismo es de 1 (es decir, posee obviamente el 100% de sus propios genes), los riesgos y beneficios que puedan afectarle no serán devaluados en absoluto, sino que se les otorgará todo su valor en el cálculo. La suma total para cualquiera de los patrones de comportamiento alternativo será así: Beneficio neto del patrón de comportamiento = beneficio para sí mismo - riesgo para sí + ½ beneficio para el hermano - ½ riesgo para el hermano + ½ beneficio para otro hermano - ½ riesgo para otro hermano + ⅛ beneficio para su primo hermano - ⅛ riesgo para su primo hermano + ½ beneficio para un hijo - ½ riesgo para un hijo + etcétera.
El resultado de la suma sería una cifra denominada resultado del beneficio neto de ese determinado patrón de comportamiento. Como paso siguiente, el modelo animal computa la suma equivalente de cada alternativa de patrón de comportamiento en su repertorio. Finalmente, escoge para su actuación el patrón de comportamiento que aparezca con el mayor beneficio neto. Aun si todos los resultados resultan negativos, tendrá que escoger la acción según el cómputo más alto, como el menor de los males. Es necesario recordar que cualquier acción positiva involucra un consumo de energía y tiempo, y que ambos podrían haber sido empleados en efectuar otros actos. Si el no hacer nada resulta como el «comportamiento» con el resultado más alto de beneficio neto, el animal modelo no hará nada.
He aquí un ejemplo muy simplificado, esta vez expresado en la forma de un soliloquio en lugar de una simulación en una computadora. Soy un animal que ha encontrado un grupo de ocho setas. Después de considerar su valor nutritivo y de deducir algo por el leve riesgo de que puedan ser venenosas, estimo que valen + 6 unidades cada una (las unidades son valores arbitrarios al igual que en el capítulo anterior). Las setas son tan grandes que sólo podría comerme tres a la vez. ¿Debería informar a alguien sobre mi hallazgo, emitiendo una «llamada de alimento»? ¿Quién se encontrará cerca como para escucharme? El hermano B (su relación conmigo es de ½), el primo C (cuya relación conmigo es ⅛), y D (al cual no me une ningún parentesco determinado: su relación conmigo es sólo una pequeña cifra que puede ser considerada como cero para fines prácticos). El resultado de beneficio neto para mí, si me mantengo callado sobre mi hallazgo, será de + 6 por cada una de las tres setas que coma, lo que hace un total de + 18. El total de beneficio neto que yo obtendría si efectúo la llamada necesita ciertos cálculos. Las ocho setas serán repartidas por partes iguales entre nosotros cuatro. El resultado para mí de las dos setas que yo coma será un total de + 6 por unidad, lo que equivale a + 12. Pero también obtendré algún resultado positivo cuando mi hermano y mi primo coman sus dos setas, debido a los genes que compartimos. El resultado real sería:
1x12 + (1/2x12) + (1/8x12) + (0x12) = 19x(1/2)
El correspondiente beneficio neto para el comportamiento egoísta era de + 18. La diferencia es escasa, pero el veredicto es claro. Debo dar la llamada que indique la comida; el altruismo de mi parte beneficiaría a mis genes egoístas.
He hecho la suposición simplificadora de que el animal individual calcula lo que es mejor para sus genes. Lo que realmente sucede es que el acervo génico se llena de genes que influyen sobre los cuerpos de tal manera que se comportan como si hubiesen efectuado tales cálculos.
En todo caso el cálculo es solamente una primera aproximación preliminar de lo que idealmente debiera ser. Descuida muchos elementos, entre ellos, la edad de los individuos implicados. Asimismo, si yo hubiese comido previamente en abundancia de tal manera que ahora sólo pudiera comerme una seta, el beneficio neto de dar la llamada para el alimento sería mayor, en este caso, que si yo estuviese hambriento. No existe un límite a la progresiva sutileza de cálculo que podría alcanzarse en el mejor de todos los mundos posibles. Pero la vida real no transcurre en el mejor de todos los mundos posibles. No podemos esperar que los animales tomen en consideración hasta el último detalle para lograr una decisión óptima. Debemos descubrir, mediante la observación y la experimentación en la naturaleza, cuánto se aproximan verdaderamente los animales reales al logro de un análisis ideal de los costos y beneficios.
Con el fin de asegurarnos de que no nos hemos dejado llevar demasiado lejos por los ejemplos subjetivos, retornemos brevemente a nuestro lenguaje de los genes. Los cuerpos vivientes son máquinas programadas por genes que han sobrevivido. Los genes que así lo han hecho lo han logrado en condiciones que tendieron como promedio a caracterizar el medio ambiente de las especies en el pasado. Por lo tanto, las «estimaciones» de costos y beneficios están basadas en «experiencias» pasadas, tal como ocurre en la toma de decisiones humanas. No obstante, en el presente caso experiencia posee el significado especial de experiencia de genes o, más precisamente, condiciones de la supervivencia anterior de los genes. (Ya que los genes también dotan a sus máquinas de supervivencia con capacidad de aprendizaje, podría decirse que algunas estimaciones de costos-beneficios son tomadas, asimismo, sobre la base de experiencias individuales.) Mientras las condiciones no sufran un cambio demasiado radical, las estimaciones serán buenas, y las máquinas de supervivencia tenderán, como promedio, a tomar las decisiones adecuadas. Si las condiciones cambian radicalmente, las máquinas de supervivencia tenderán a tomar decisiones erróneas, y sus genes pagarán por ello; también las decisiones humanas basadas en información obsoleta tienden a estar equivocadas. Las estimaciones de relación también están sujetas a errores e incertidumbres. Hasta ahora, en nuestros cálculos demasiado simplificados, hemos hablado como si las máquinas de supervivencia supiesen quiénes están relacionados con ellas, y cuan estrecho es el parentesco. En la vida real tales conocimientos ciertos son ocasionalmente posible, pero más a menudo el parentesco sólo puede ser estimado como un número promedio. Demos un ejemplo: supongamos que A y B podrían ser medios hermanos o hermanos por parte de ambos progenitores. Su índice de relación es ¼ o ½, pero como sea que no sabemos con certeza cuál de las dos posibilidades es la correcta, efectivamente sólo podemos usar la cifra promedio: ⅜. Si se tiene la certeza de que tienen la misma madre pero las posibilidades de que tengan el mismo padre son solamente de 1 entre 10, luego tenemos el 90% de certeza de que son medios hermanos, y un 10% de que sean hermanos totales, y la relación real es:
1/10 x 1/2 x 9/10 x 1/4 = 0.275
Pero cuando decimos algo similar a que tiene un 90% de certeza, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Queremos decir que un naturalista humano, después de prolongados estudios en este campo, está seguro en un 90%, o queremos decir que los animales están seguros en un 90%? Con un poco de suerte estos dos planteamientos pueden significar casi lo mismo. Con el fin de comprender esto debemos imaginar cómo los animales podrían arreglárselas en realidad para estimar quiénes son sus parientes cercanos. [35]
Sabemos el grado de nuestras relaciones porque hemos sido informados de ellas, debido a que les asignamos nombres porque celebramos matrimonios formales y porque mantenemos registros escritos y buenas memorias. Muchos antropólogos sociales se preocupan por averiguar los «parentescos» en las sociedades que ellos estudian. Esto no significa que se interesen por la relación genética sino por las ideas subjetivas y culturales del parentesco. Las costumbres humanas y los rituales tribales subrayan, a menudo, el parentesco. La adoración de los antepasados se encuentra ampliamente difundida y las obligaciones y lealtades familiares dominan una gran parte de la vida. Las guerras entre las familias y entre los clanes tienen una fácil interpretación en términos de la teoría genética de Hamilton. Los tabúes relativos a los incestos testifican el alto grado de conciencia de parentesco que posee el hombre, aun cuando la ventaja genética de un tabú que condene el incesto nada tiene que ver con el altruismo; concierne, probablemente, a los efectos dañinos de los genes recesivos que aparecen con la reproducción que se realiza en estas condiciones (por alguna razón, a muchos antropólogos no les agrada dicha explicación). [36]
¿Cómo podrían «saber» los animales quiénes son sus parientes, o en otras palabras, qué reglas de comportamiento podrían seguir que tuviesen el efecto indirecto de hacerlos aparentar que saben quiénes son sus parientes? La regla «sé agradable con tus parientes» implica la pregunta de cómo se puede reconocer, en la práctica, a los parientes. Los animales deben haber sido dotados por sus genes con una simple norma de acción, una norma que no implica un conocimiento total de los fines últimos de la acción pero que, sin embargo, sirve, al menos en condiciones normales. Nosotros, los humanos, estamos familiarizados con las reglas o normas, y tan poderosas son que si tenemos un criterio estrecho obedeceremos una regla aun cuando nos demos perfecta cuenta de que no nos reporta a nosotros, ni a nadie más, ningún beneficio. Por ejemplo, algunos judíos ortodoxos y algunos musulmanes se dejarían morir de hambre antes que quebrantar la regla que les prohíbe comer carne de cerdo. ¿Qué reglas simples y prácticas podrían obedecer los animales, en condiciones normales, que tuviesen el efecto indirecto de beneficiar sus relaciones íntimas?
Si los animales tuvieran la tendencia de comportarse de manera altruista hacia aquellos individuos que físicamente se les asemejan, probablemente estarían beneficiando indirectamente a su pariente. Mucho dependería de detalles en cuanto a las especies implicadas. Tal regla llevaría, en todo caso, a decisiones «acertadas» en un sentido estadístico. Si las condiciones cambiasen, como sería el caso si una especie empezara a vivir en grupos mucho más numerosos, llevaría a decisiones erróneas. Es posible imaginar que los prejuicios raciales podrían ser interpretados como una generalización irracional de una tendencia de selección por parentesco para identificarse con individuos que físicamente se pareciesen al sujeto, y para mostrarse desagradables con aquellos individuos distintos en apariencia.
En una especie cuyos miembros no se alejan mucho o, cuando lo hacen, forman grupos pequeños, hay bastantes posibilidades de que cualquier individuo que se encuentre al azar sea un pariente cercano. En este caso, la regla «compórtate de manera agradable con cualquier miembro de tu especie con quien te encuentres» podría tener un valor positivo de supervivencia, en el sentido a que un gen que predisponga a su poseedor para que obedezca dicha regla podría llegar a ser más numeroso en el acervo génico. A ello puede deberse que se informe tan a menudo sobre el comportamiento altruista en un grupo de monos y en un banco de ballenas. Las ballenas y los delfines se ahogan si no se les permite respirar aire. A las crías de las ballenas y a aquellas que se encuentran heridas y no pueden por ello nadar hasta la superficie, se las ha visto ser rescatadas y ayudadas por sus compañeras en el banco.
Se ignora si las ballenas tienen medios para saber quiénes son sus parientes cercanos, pero es posible que ello no cuente. Puede ser que la probabilidad general de que entre los miembros del banco se encuentre un pariente sea tan alta que el altruismo valga la pena. A propósito, existe por lo menos una historia comprobada de que un nadador humano que estaba a punto de perecer ahogado fue rescatado por un delfín salvaje. Ello podría ser considerado como un fallo de la regla de salvar a los miembros del banco que se encuentren en peligro de ahogarse. La «definición» de la regla acerca de un miembro del banco que se esté ahogando sería algo así: «Una cosa grande que se encuentra moviéndose violentamente y chocando cerca de la superficie.»
Se poseen informes de papiones machos adultos que han arriesgado la vida al defender al resto de su manada contra predadores tales como los leopardos. Es bastante probable que cualquier adulto macho tenga, como promedio, un número bastante considerable de genes en común con otros miembros de la manada. Un gen que «diga», en efecto: «Cuerpo, si por casualidad eres un adulto macho, defiende a tu manada contra los leopardos», podría llegar a ser más numeroso en el acervo génico. Antes de abandonar este ejemplo, a menudo citado, es justo agregar que por lo menos una autoridad merecedora de respeto ha informado de hechos muy diversos. Según ella, los machos adultos son los primeros que se ven en la línea del horizonte cuando aparece un leopardo.
Los polluelos se alimentan en nidadas y todos ellos siguen a su madre. Emiten dos llamadas principales. Además de la piada de sonido alto y penetrante que ya he mencionado, emiten cortos y melodiosos gorjeos cuando se alimentan. Las piadas, que tienen el efecto de solicitar la ayuda materna, son ignoradas por los otros polluelos. Los gorjeos, sin embargo, les resultan atractivos. Ello significa que cuando algún polluelo ha encontrado comida, gorjea con el fin de atraer a sus hermanos para que la compartan: en términos del anterior ejemplo hipotético, los gorjeos constituyen «llamadas de alimento». Al igual que en el caso anterior, se puede explicar el aparente altruismo de los polluelos mediante la selección de parentesco. Puesto que, en la naturaleza, los polluelos serían todos hermanos y hermanas totales, se esparciría un gen destinado a conferir el gorjeo que anuncia el alimento, siempre que el costo del gorjeo fuese menos de la mitad del beneficio neto para los otros polluelos. Ya que el beneficio es compartido entre toda la nidada, que a menudo suma más de dos miembros, no es difícil imaginar que se cumpla esta condición. Su comportamiento ha sido modelado según las condiciones que normalmente prevalecen en la naturaleza, y en la naturaleza no suelen encontrarse extraños en el nido.
Sin embargo, ocasionalmente pueden suceder errores de este tipo en la naturaleza. En las especies que viven en rebaños o bancos, un joven huérfano puede ser adoptado por una hembra extraña, probablemente por una que haya perdido a su propio hijo. Los observadores de monos utilizan, en ocasiones, la palabra «tía» para una hembra adoptante. En la mayoría de los casos no existe evidencia alguna de que sea realmente una tía, o ni siquiera cualquier clase de pariente: si los observadores de los monos fuesen tan conscientes de la teoría de los genes como debieran, no emplearían una palabra tan importante como «tía» de una manera tan poco rigurosa. En la mayoría de los casos tal vez deberíamos considerar la adopción, por muy conmovedora que parezca, como un error de una regla establecida. Pues la generosa hembra no está haciendo ningún bien a sus genes al cuidar del huérfano. Malgasta tiempo y energía que podría invertir en la vida de sus propios descendientes, en especial en lo que se refiere a sus futuros hijos propios. Probablemente es un error que ocurre con demasiada infrecuencia para que la selección natural se haya «molestado» en modificar la regla y hacer el instinto maternal más selectivo. En muchos casos, dicho sea de paso, tales adopciones no ocurren y se deja morir al huérfano.
Existe un ejemplo de error tan extremo que es preferible no considerarlo, en absoluto, como error sino como una evidencia en contra de la teoría del gen egoísta. Es el caso de las monas madres desoladas por haber perdido a su hijo que han sido vistas cuando robaban una cría de otra hembra y la cuidaban. Considero que éste es un error doble ya que la adoptante no sólo malgasta tiempo y energía, sino que libera a una hembra rival del peso de criar a su hijo, con lo que la posibilita, además, para que tenga otro hijo a la brevedad posible. Me parece que es un ejemplo crítico que merece una cuidadosa investigación. Necesitamos saber la frecuencia con que ello sucede, cuál es el tipo de relación promedio que probablemente exista entre la adoptante y la criatura; y cuál es la actitud de la verdadera madre. Es, después de todo, una ventaja para ella que su hijo sea adoptado; ¿tratan las madres, de forma deliberada, de engañar a las ingenuas y jóvenes hembras para que adopten a sus hijos? (también se ha sugerido que las adoptantes y las que roban las crías podrían beneficiarse al adquirir una práctica valiosa en el arte de cuidar una criatura).
Un ejemplo de un error deliberadamente planeado de instinto maternal es ofrecido por los cuclillos y otros pájaros «parásitos de incubación» que ponen sus huevos en nidos ajenos. Los cuclillos explotan la regla establecida entre los padres pájaros: «Compórtate de manera agradable con cualquier pájaro pequeño que ocupe el nido que construiste.» Aparte los cuclillos, esta regla tendrá el efecto deseado de restringir el altruismo limitándolo a la progenie inmediata, pues el hecho de que los nidos se hallen tan aislados unos de otros determina que el contenido del nido que ocupa un determinado pájaro esté formado por sus propios polluelos. Las gaviotas adultas no reconocen sus propios huevos y empollarán tranquilamente los huevos de otra gaviota, e incluso imperfectos sustitutos de madera si aquellos son cambiados por un investigador humano. En la naturaleza, no es importante que las gaviotas reconozcan los huevos, ya que éstos no ruedan bastante para alcanzar la proximidad del nido de una vecina situado a unas yardas de distancia. Las gaviotas, sin embargo, reconocen a sus propios polluelos ya que éstos, a diferencia de los huevos, vagan y pueden aproximarse a una vecina adulta, a menudo con fatales resultados, según pudimos apreciar en el capítulo primero.
Las aves marinas de la familia de las alcas, por otra parte, sí reconocen sus propios huevos por su dibujo moteado y discriminan vivamente en favor de ellos al incubar. Ello se debe, probablemente, a que anidan en rocas planas, donde existe el peligro de que los huevos rueden y se mezclen con otros. Ahora bien, ¿por qué se molestan en efectuar tales discriminaciones y empollan sólo sus propios huevos? Seguramente si todo el mundo considerase que se había sentado sobre los huevos de otra, no importaría que cada madre determinada se sentara sobre sus propios huevos o los de otra ave marina. Éste es un argumento de un partidario de la selección de grupo. Considérese lo que sucedería si tal círculo de empollamiento de grupo se desarrollara. Esta ave marina normalmente empolla un huevo como término medio. Ello significa que si este tipo de cooperación mutua se desarrollara con éxito, cada adulto tendría que empollar, como término medio, un huevo. Supongamos ahora que alguien engañara o rehusara cumplir su parte. En lugar de perder el tiempo empollando podría utilizar su tiempo en poner más huevos. La belleza del esquema radicaría en que otros adultos más altruistas cuidarían de los huevos por ella. Seguirían obedeciendo fielmente la regla «si ves un huevo extraviado cerca de tu nido, arrástralo hasta él y empóllalo». De tal manera que el gen para burlar el sistema se esparciría a través de la población y el agradable y amistoso círculo de cuidar huevos ajenos se rompería.
«Bien —podría decirse—, ¿qué pasaría si los pájaros honestos tomasen represalias y se negasen a ser chantajeados y decidieran, resueltamente, empollar un solo huevo y nada más? Ello frustraría a los tramposos ya que podrían ver sus propios huevos yaciendo sobre las rocas sin nadie que los incubase. Esto los llevaría pronto a cumplir.» Es una lástima, pero no sucedería así. Desde el momento que postulamos que las aves que empollan no discriminan entre un huevo y otro, si las honestas llevaran a la práctica dicho esquema con el fin de impedir el engaño, los huevos que careciesen de cuidados podrían ser los suyos o los de las aves tramposas. La ventaja todavía favorecería a las tramposas ya que pondrían más huevos y tendrían, por lo tanto, más hijos que sobrevivirían. La única forma en que un ave marina podría derrotar a las tramposas sería mediante una discriminación enérgica en favor de sus propios huevos. Ello significa cesar de ser altruista y cuidar de sus propios intereses.
Para utilizar el lenguaje de Maynard Smith, la «estrategia» de adopción altruista no es una estrategia evolutivamente estable. Es inestable en el sentido de que puede ser mejorada por una estrategia rival egoísta consistente en poner más de la proporción justa de huevos y luego rehusar empollarlos. Esta última estrategia egoísta es, a su vez, inestable puesto que la estrategia altruista que explota es inestable, y desaparecerá. La única estrategia evolutivamente estable para este tipo de ave marina es reconocer sus propios huevos y empollar exclusivamente aquellos que le pertenecen, y esto es exactamente lo que sucede.
Las especies de aves cantoras que son utilizadas por los cuclillos, aves parásitas en cuanto a la incubación de sus huevos, se han defendido; en este caso, no aprendiendo a diferenciar la apariencia de sus propios huevos, sino mediante una discriminación instintiva en favor de los huevos que ostenten marcas típicas de su especie. Como sea que no corren peligro de ser utilizadas por miembros parásitos de su misma especie, esta respuesta es efectiva. [37] Los cuclillos se han vengado, a su vez, haciendo sus huevos cada vez más parecidos a los de la especie anfitrión en color, tamaño y marcas especiales. Éste constituye un ejemplo de engaño que a menudo tiene éxito. El resultado de esta carrera armamentista evolutiva ha sido un notable perfeccionamiento mimético por parte de los huevos del cuclillo. Podemos suponer que una proporción de huevos de cuclillo y polluelos son descubiertos, y los que no, son los que viven para poner la siguiente generación de huevos de cuclillo. Así es como los genes para un engaño más efectivo se esparcen en el acervo génico de los cuclillos. De manera similar, aquellos pájaros anfitriones con ojos bastante sagaces para detectar cualquier leve imperfección en el mimetismo de los huevos del cuclillo, son los que contribuyen en mayor medida a su propio acervo génico. Es así como los ojos agudos y escépticos son transmitidos a la próxima generación. Es éste un buen ejemplo de cómo la selección natural puede hacer más severa la discriminación vigente; en el caso que acabamos de presentar, la discriminación en contra de otra especie cuyos miembros se esfuerzan al máximo para engañar a los discriminadores.
Retornemos ahora a la comparación entre la «estimación» por parte de un animal de su parentesco con otros miembros de su grupo, y la correspondiente estimación de un experto naturalista con estudios directos en tal campo. Brian Bertram ha pasado muchos años estudiando la biología de los leones en el Serengeti National Park. Sobre la base de sus conocimientos en cuanto a sus hábitos reproductivos, ha estimado el parentesco promedio entre los individuos de una manada de leones típica. Los datos que él utiliza para deducir sus estimaciones son apreciaciones más o menos similares a ésta: una manada típica consiste en siete hembras adultas que son sus miembros más permanentes, y dos machos adultos que no tienen permanencia fija. Aproximadamente la mitad de las hembras adultas dan a luz como en una hornada, al mismo tiempo, y crían a sus cachorros juntos de tal manera que es difícil determinar a quién pertenece cada uno. El tamaño de la camada típica es de tres cachorros. El cuidado paterno de la camada es compartido por igual entre los machos adultos de la manada. Las hembras jóvenes permanecen en la manada y reemplazan a las hembras viejas que mueren o se van. Los machos jóvenes son expulsados en la adolescencia. Cuando crecen vagan de manada en manada en grupos pequeños o a pares, y es poco probable que regresen a su familia original.
Empleando estas y otras conjeturas, se puede apreciar que sería posible computar una cifra promedio para el parentesco de dos individuos provenientes de una manada típica de leones. Bertram deduce la cifra de 0,22 para un par de machos escogidos al azar y 0,15 para un par de hembras. Es decir, los machos dentro de una manada tienen, como promedio, un parentesco levemente menos próximo que el de medios hermanos, y las hembras levemente más cercano que el de primas hermanas.
Ahora bien, cualquier par de individuos podrían ser, por supuesto, hermanos totales, pero Bertram carece de medios para saber esto, y sería una buena apuesta decir que los leones también lo ignoran. Por otra parte, las cifras promedio que Bertram estimó, son útiles para los leones mismos en cierto sentido. Si estas cifras son realmente típicas, como promedio, en una manada de leones, luego cualquier gen que predisponga a los machos a comportarse con otros machos como si fuesen casi medios hermanos tendría un valor de supervivencia positivo. Cualquier gen que exagerara su comportamiento e hiciese que los machos se comportasen de una manera amistosa más propia de la de los hermanos totales sería, en general, penalizada, como lo sería un gen por no mostrarse bastante amistoso, digamos al tratar a otros machos como primos segundos. Si los hechos de la vida de los leones fuesen como lo describe Bertram, y, como otro factor de igual importancia, si hubiese sido así durante un gran número de generaciones, entonces podríamos esperar que la selección natural hubiera favorecido un grado de altruismo propio del grado promedio de parentesco en una típica manada. A ello me refería cuando dije que las estimaciones de parentesco de un animal y las de un buen naturalista podrían dar unos resultados más o menos iguales. [38]
Así llegamos a la conclusión de que el «verdadero» parentesco puede ser menos importante en la evolución del altruismo que la mejor estimación del parentesco que pueden obtener los animales. Este hecho es probablemente la clave para comprender por qué el cuidado paterno es mucho más común y más consagrado que el altruismo entre hermanos/hermanas en la naturaleza, y también por qué los animales pueden valorarse a sí mismos más elevadamente que a muchos hermanos. Resumiendo, lo que afirmo es que, además del índice de parentesco, debemos considerar un índice de «certeza». Aun cuando la relación entre padres e hijos no es más próxima, genéticamente, que la relación entre hermano y hermana, su certeza es mayor. Normalmente es posible estar más seguro de quienes son nuestros hijos que de quienes son nuestros hermanos. Y aún se puede estar más seguro de saber quién es uno mismo.
Hemos considerado a los tramposos al tratar de las aves marinas, y más habrá que decir sobre los mentirosos, los tramposos y los explotadores en los siguientes capítulos.
En un mundo en que los individuos están constantemente alerta para detectar oportunidades de explotar el altruismo de la selección de parentesco, y utilizarlo para sus propios fines, una máquina de supervivencia debe considerar en quién puede confiar, de quién puede estar realmente segura. Si B es realmente mi hermano menor, entonces debo cuidarlo dedicándole hasta la mitad de la consideración que tengo por mí mismo, y el mismo cuidado que le dedico a mi propio hijo. Pero, ¿puedo estar tan seguro de él como pueda estarlo de mi propio hijo? ¿Cómo puedo saber que es mi hermano pequeño?
Si C es mi gemelo idéntico, luego debería preocuparme por él el doble de lo que me preocupo por mis propios hijos, en realidad debería valorar tanto su vida como la mía[39]. Pero, ¿puedo estar seguro de él? Ciertamente se parece a mí, pero podría ser que por casualidad compartiéramos los genes para rasgos faciales. No, no daré mi vida por él, porque aunque es posible que él lleve el 100% de mis genes, lo que yo sé con absoluta certeza es que yo contengo el 100% de mis genes, de tal manera que para mí valgo más que él. Soy el único individuo del cual puede estar segura cualquiera de mis genes egoístas. Y aun cuando, idealmente, un gen para el egoísmo individual puede ser desplazado por un gen rival para salvar con altruismo al menos a un gemelo idéntico, dos hijos o hermanos, o al menos cuatro nietos, etc., el gen para el egoísmo individual posee la enorme ventaja de la certeza de la identidad individual. El gen rival del altruismo hacia los parientes corre el riesgo de cometer errores de identidad, ya sea por errores genuinamente accidentales, o dirigidos de forma deliberada por tramposos y parásitos.
Debemos, por lo tanto, esperar en la naturaleza el egoísmo individual en un grado mayor del que pudiera predecirse por consideraciones de exclusivas relaciones genéticas. En muchas especies una madre puede estar más segura de su progenie de lo que puede estarlo su padre. La madre pone el huevo, visible y tangible, o porta a su hijo. Tiene una buena oportunidad de saber con certeza quiénes son los portadores de sus propios genes.
El pobre padre es mucho más vulnerable al engaño. Por lo tanto, es de esperar que los padres se esfuercen menos que las madres en el cuidado de los hijos. Diremos que existen otras razones para esperar este tipo de comportamiento en el capítulo relativo a la batalla de los sexos (capítulo IX). De manera similar, las abuelas maternas pueden estar más seguras de sus nietos que las abuelas paternas, y podría esperarse que las primeras demostrasen un mayor grado de altruismo que las segundas. Ello se debe a que pueden estar seguras de los hijos de su hija, pero su hijo puede haber sido engañado. Los abuelos maternos están tan seguros de sus nietos como las abuelas paternas, ya que ambos pueden contar con una generación de certeza y una incierta. De manera similar, los tíos del lado materno debieran sentirse más interesados en el bienestar de los sobrinos y sobrinas que los tíos del lado paterno y, en general, debieran ser tan altruistas como lo sean las tías. En realidad, en una sociedad con un alto índice de infidelidad conyugal, los tíos maternos debieran ser más altruistas que los «padres» ya que ellos tienen más base de confianza en su parentesco con las criaturas. Saben que la madre de la criatura es por lo menos su media hermana. El «padre» legal no sabe nada. No conozco evidencia alguna que apoye estas predicciones, pero las ofrezco con la esperanza de que otros tengan, o puedan empezar a buscar, evidencias. Especialmente quizá los antropólogos sociales podrían tener cosas interesantes que decir. [40]
Retornando al hecho de que el altruismo paterno es más común que el altruismo fraterno, parece razonable explicar esto en términos de «problema de identificación». Pero ello no explica la asimetría fundamental en la relación misma entre padre e hijo. Los padres se preocupan más por los hijos que éstos por sus padres, aun cuando la relación genética es simétrica. Una razón que podríamos mencionar es que los padres se encuentran en una mejor posición práctica para ayudar a su prole, al ser más viejos y más competentes en el negocio de vivir. Aun cuando un bebé desease alimentar a sus padres, en la práctica no se encuentra bien equipado para hacerlo.
Existe otra asimetría en la relación padre e hijo que no es aplicable a la de hermano/hermana. Los hijos son siempre más jóvenes que sus padres. Esto a menudo, aunque no siempre, significa que tienen una mayor expectativa de vida. Como subrayé anteriormente, la expectativa de vida es una variable importante que, en el mejor de los mundos posibles, debería ser considerada en los «cálculos» de un animal cuando está «decidiendo» si comportarse de manera altruista o no. En una especie en la cual los hijos tienen una expectativa de vida mayor, como promedio, que los padres, cualquier gen que determine altruismo en los hijos estará actuando en desventaja. Estaría determinando un autosacrificio altruista en beneficio de individuos que están más próximos a la muerte debida a la avanzada edad que el mismo altruista. Un gen para altruismo paterno, por otra parte, tendría la ventaja correspondiente a los términos de expectativas de vida involucrados.
Se escucha, en ocasiones, que la selección por parentesco está muy bien en teoría, pero que existen pocos ejemplos que demuestren cómo opera en la práctica. Esta crítica sólo puede ser formulada por alguien que no comprenda lo que significa la selección por parentesco. La verdad es que todos los ejemplos de protección infantil y cuidado paterno y todos los órganos corporales a ello asociados, como las glándulas de secreción láctea, las bolsas marsupiales de los canguros y tantos otros, son ejemplos de cómo el principio de selección por parentesco opera en la naturaleza. Los críticos están, por supuesto, familiarizados con la muy difundida existencia del cuidado paterno, pero no comprenden que el cuidado paterno no constituye un mejor ejemplo de selección por parentesco que el altruismo entre hermanos/ hermanas. Cuando dicen que desean ejemplos, significan con ello que desean ejemplos distintos de los del cuidado paterno, y es cierto que tales ejemplos son menos comunes. He sugerido razones que podrían aclarar este punto. Podría haberme desviado de mi hipótesis principal y haber citado ejemplos de altruismo entre hermanos/hermanas —que son, en realidad, bastante numerosos—. Pero no deseo hacerlo porque podría contribuir a reforzar la idea equivocada (sostenida, como veremos más adelante, por Wilson) de que la selección natural se refiere, específicamente, a las relaciones que no son, precisamente, las de padres e hijos.
La razón por la cual este error se ha difundido es, en gran medida, histórica. La ventaja evolutiva del cuidado paterno es tan obvia que no necesitamos esperar hasta Hamilton para señalarla. Ha quedado bien comprendida a partir de Darwin. Cuando Hamilton demostró la equivalencia genética de otro tipo de relaciones y su significado evolutivo tuvo que recalcar, naturalmente, este otro tipo de relaciones. Especialmente, extrajo ejemplos de los insectos gregarios tales como las hormigas y las abejas, en las cuales la relación entre hermana/hermana es particularmente importante, como podremos apreciar en un capítulo posterior. ¡Incluso he escuchado a gente decir que ellos pensaban que la teoría de Hamilton se aplicaba solamente a los insectos gregarios!
Si alguien desea no admitir que el cuidado paterno constituye un ejemplo de selección de parentesco en acción, es responsabilidad suya el formular una teoría general de selección natural que pronostique el altruismo paterno, pero que no pronostique el altruismo entre los parientes colaterales. Pienso que no lo logrará.