Un aviso muy claro
Ivan en un principio se mofó de la proposición de Pikel: llegar a la puerta oriental de Mithril Hall dejándose llevar por la corriente del río Surbrin. No obstante, después de acampar durante la tercera noche posterior a su salida del Bosque de la Luna, cuando se hallaban en la misma ribera del río, Pikel sorprendió a su hermano al desaparecer en la oscuridad con intención de recoger madera. Cuando los ronquidos de Ivan se transformaron en los sonoros bostezos de la mañana, su hermano, el de las barbas verdes, había construido una balsa de buen tamaño con leños amarrados entre sí con cuerdas y lianas.
Como era de esperar, la reacción inicial de Ivan fue de escepticismo.
—¡Si serás estúpido…! ¡Lo único que conseguirás es que nos ahoguemos en el río!
—Espetó, con las manos en las caderas en gesto retador, convencido de que Pikel se tomaría sus palabras del modo acostumbrado y la emprendería a puñetazos.
Pikel se limitó a soltar una carcajada mientras botaba la embarcación en un remanso del río. La balsa se mantuvo a flote y apenas se movió cuando Pikel saltó sobre ella.
Pikel precisó de toda su persuasión para lograr que su hermano hiciera otro tanto.
—Sólo para probar… —insistía—. Ayer mismo me decías que tenías los pies hechos polvo de tanto caminar.
Cuando Ivan finalmente subió, Pikel no se lo pensó dos veces y, valiéndose de un remo, apartó la balsa de la orilla. La embarcación no tardó en ser plácidamente arrastrada por la corriente.
Las protestas de Ivan fueron perdiendo intensidad a medida que el viaje se desarrollaba sin incidentes. Pikel había construido una balsa estupenda, dotada de sendos asientos improvisados pero confortables ¡y hasta de una pequeña hamaca en la proa!
Ivan intuía de dónde provenía el inesperado talento de Pikel para la construcción de balsas. Estaba claro que los extraños poderes druídicos de su hermano habían tenido que ver. Buena parte de la madera de la embarcación, como la de los asientos, había sido moldeada antes que tallada, mientras que el remo que Pikel tenía en las manos exhibía unos intrincados dibujos de hojas y árboles que a un artesano experto le hubieran llevado días y días de paciente labor. Y sin embargo, su hermano lo había hecho todo en una sola noche.
Ese primer día avanzaron con gran rapidez por las aguas del Surbrin. A sugerencia de Pikel, siguieron navegando durante la noche. Pikel estaba disfrutando de lo lindo de aquel plácido recorrido bajo el estrellado manto de la noche. Incluso el propio Ivan, que era un enano de raza, empezaba a entender el extraño afecto que los elfos sentían por las estrellas.
Durante la segunda jornada, el curso del río se fue acercando a las altas montañas situadas en el extremo oriental de la Columna del Mundo. Las enormes paredes grisáceas, aquí y allá moteadas de verde, se alzaban majestuosas a lo largo de la orilla derecha del río, de ambas orillas en ocasiones, pues los meandros de la corriente a veces discurrían encajonados entre gigantescos precipicios. Aunque Pikel se mostraba tranquilo en extremo, Ivan no descuidaba su vigilancia por un instante. Hacía poco que habían batallado contra los orcos, y ése era el terreno predilecto de los brutos para preparar una emboscada.
A insistencia de Ivan, esa segunda noche durmieron en la orilla. Lo cierto era que el río se estaba tornando demasiado rápido e impredecible para la navegación nocturna.
Además, los enanos tenían que reavituallarse.
El día siguiente amaneció lluvioso. La llovizna, ligera pero constante, acabó por empaparlos, incomodándolos en extremo. Por lo menos empezaban a dejar atrás las montañas.
—¿Te parece que llegaremos hoy? —preguntó Ivan.
—Ajá —respondió Pikel en tono animoso.
Los dos enanos tenían muy presente en aquellos momentos la razón que los había llevado a abandonar la catedral del Espíritu Elevado. Se dirigían a Mithril Hall, para asistir a la ceremonia de coronación del rey Bruenor. La perspectiva de visitar un majestuoso reino de los enanos, cosa que no habían hecho desde que eran jóvenes, bastante más de un siglo atrás, ilusionaba a Ivan al máximo. En su memoria estaban presentes recuerdos tan distantes como el golpear de los martillos contra el metal, el olor a carbón y sulfuro y, sobre todo, a hidromiel. Ivan se acordaba bien de las columnas tan altas que sostenían las dependencias de su antiguo hogar y estaba convencido de que las columnas del legendario Mithril Hall serían todavía más imponentes.
Ivan se decía que, por mucho afecto que sintiera por Cadderly, Danica y los pequeños, sería estupendo encontrarse otra vez entre los suyos, en un lugar construido por y para los enanos.
Ivan fijó la mirada en Pikel y pensó que su hermano seguramente se encontraría a sus anchas en un lugar como Mithril Hall, un lugar en el que sus dotes de «druidón» acaso florecerían como nunca. Si Pikel era capaz de construir una balsa como ésa con unos cuantos leños, ¿de qué no sería capaz cuando tuviera ocasión de trabajar con materiales como la piedra y el metal, intrínsecamente ligados a las tradiciones de los enanos?
En todo caso, las ensoñaciones de Ivan habrían resultado más convincentes si Pikel en aquel momento no hubiera hecho venir a su brazo un pájaro de indescriptible fealdad, con el que se sumió en una larga y prolija conversación unidireccional.
—¿Charlando con los amigos? —se mofó Ivan después de que el buitre emprendiera el vuelo.
Pikel se volvió hacia su hermano con una inesperada expresión de seriedad en el rostro. Tras señalar hacia la orilla occidental, al momento empezó a bogar en esa dirección.
Ivan sabía que de nada valía discutir. Por muy estúpido que en ocasiones se mostrara, su hermano le había demostrado un sinfín de veces que era capaz de obtener información de los animales. Además, la corriente era cada vez más impetuosa, e Ivan anhelaba poner los pies en tierra firme.
Después de varar la balsa en un recodo, Pikel agarró su gran petate lleno de provisiones, se encasquetó la olla en la cabeza y abandonó la embarcación de un salto, tras lo cual empezó a subir a toda prisa por el monte. Cuando Ivan le dio alcance, un momento después, ambos se encontraban sobre un pequeño promontorio rocoso.
Pikel señaló al suroeste, hacia las grises montañas de donde llegaba un incesante rumor de actividad.
—Enanos —declaró Ivan.
Ivan entrecerró los ojos e hizo visera con la mano, mirando en aquella dirección.
Efectivamente, quienes estaban trabajando a lo lejos eran enanos, de Mithril Hall sin duda, a lo que parecía ocupados en erigir unas fortificaciones.
Sin decir palabra, Pikel echó a andar hacia ellos en línea recta. Ivan lo siguió en silencio. Los dos hermanos descendieron por una ladera y siguieron una senda que volvía a ascender por el terreno.
Llegaron frente a las cerradas puertas de hierro de un sólido muro de piedras.
—¡Quietos donde estáis! ¡Identificaos ahora mismo u os ensartaremos sin más! —ordenó una voz imperiosa.
Conscientes de la seriedad de la amenaza, los dos hermanos se detuvieron en el acto. Un enano corpulento y de rojas barbas enfundado en una cota de malla cruzó las puertas en su dirección.
—Lo cierto es que ni tenéis pinta de orcos ni oléis como ellos —indicó—. Aunque no estoy muy seguro de cuál es tu aspecto ni tu olor —agregó, contemplando a Pikel.
—Un druidón —respondió éste.
—Me llaman Ivan Rebolludo y estoy a vuestro servicio, del mismo modo que, eso me parece, tú lo estás al del rey Bruenor. Venimos de Carradoon y las Montañas Copo de Nieve, enviados por el sumo sacerdote Cadderly Bonaduce para asistir en su nombre a la ceremonia de coronación del nuevo rey.
El soldado asintió. Por su expresión se deducía que, aunque no había entendido bien todas las palabras de Ivan, sí había captado el grueso de la explicación, una explicación que le parecía razonable.
—Cadderly es buen amigo de ese drow que combate con vuestro futuro rey —explicó Ivan. El soldado volvió a asentir—. Si es que no llegamos tarde, claro está, y la coronación ya se ha celebrado… —aventuró Ivan.
Al otro le llevó un momento comprender esa última frase. Cuando la entendió, en su rostro apareció una ligera expresión de inquietud.
—La coronación sigue pendiente, pues Bruenor todavía no ha vuelto del Valle del Viento Helado.
—Temíamos llegar con retraso —explicó Ivan.
—Habríais llegado con retraso si todo hubiera marchado según lo previsto —apuntó el soldado—. Pero Bruenor y los suyos encontraron orcos en el camino y se lanzaron a la persecución de esos brutos repugnantes.
Ivan asintió en sincero gesto de admiración.
—Un rey como está mandado —aprobó. En el rostro del soldado apareció una expresión de orgullo.
—En todo caso, los orcos eran pocos, así que no creo que la cosa se prolongue demasiado —añadió. Con un gesto, invitó a los dos hermanos a cruzar las puertas.
Me temo que andamos un poco escasos de cerveza —indicó—. Tuvimos que salir a toda prisa para erigir estas fortificaciones. Otros hermanos nuestros se encuentran al oeste, ocupados en construir unas defensas similares.
—¿Tanta preocupación por una pequeña partida de orcos? —inquirió Ivan con una nota de escepticismo en la voz.
—No podemos correr riesgos, Ivan Rebolludo —respondió el otro—. En los últimos tiempos nos hemos visto envueltos en numerosos combates. Todavía nos acordamos de cuando los malditos drows salieron de sus escondrijos bajo tierra. No sé cómo será esa Carradoon y esas Montañas Copo de Nieve que mencionasteis, pero la nuestra es una tierra salvaje.
—Nosotros también nos las hemos visto con los orcos —contestó Ivan. El enano volvió la mirada hacia el río y señaló hacia el este con un gesto de la cabeza—. En el Bosque de la Luna. Mi hermano se las ingenió para ponerlos en fuga.
—Ajá… —repuso Pikel, como si su hazaña fuera lo más normal del mundo.
—Pues sí, lo cierto es que has conseguido que llegáramos aquí sanos y salvos, aunque para ello tuviéramos que pasar por el territorio de los elfos —admitió Ivan.
Así que los orcos andan sueltos por la región, ¿eh? —preguntó, dirigiéndose al soldado—. Pues bien, ¡me alegro de haber llegado a tiempo para la diversión!
Sus palabras eran las propias de un enano de casta. El soldado correspondió a ellas con un sonoro palmetazo en su espalda.
—Dejadme ver esas fortificaciones que estáis construyendo —repuso Ivan—. En el sur conocemos unos trucos que quizá os sean de utilidad.
—¿Vas a salir? —preguntó una voz suave, la misma que Drizzt Do’Urden tanto apreciaba.
El drow alzó la vista del pequeño petate que estaba liando para ponerse en camino y fijó la mirada en Cattibrie. Los dos llevaban varios días sin apenas dirigirse la palabra, pues Catti-brie se obstinaba en mantener un silencio un tanto inquietante.
—Sólo quiero asegurarme de que no hay orcos en estos andurriales —explicó él.
—Withegroo ya cuenta con sus propios ojeadores.
Drizzt esbozó una mueca de sarcasmo.
—Yo tampoco termino de fiarme —dijo ella—. Aunque por lo menos conocen bien el terreno, o eso espero.
—Como yo mismo lo conoceré muy pronto.
—Déjame coger mi arco. Quiero ir contigo —indicó la mujer.
—La noche es muy oscura —objetó el drow.
Cattibrie lo miró con un destello de exasperación en la mirada.
—Precisamente porque la noche es oscura me he preparado para la ocasión —informó.
Cattibrie sacó de una bolsita que llevaba al cinto una tiara de ojos de gato que le permitía ver en la oscuridad con bastante definición.
—Los ojos de un drow ven mejor en la noche —arguyó Drizzt—. El terreno es rocoso y traicionero.
Cattibrie se dispuso a responder que la tiara le había sido útil incluso en la misma Antípoda Oscura, pero Drizzt la interrumpió.
—¿Te acuerdas de lo que sucedió cuando subimos por aquella ladera rocosa que había junto a la casa de Deudermont? Casi sufriste un accidente. Con lo que ha llovido, estoy seguro de que este terreno pedregoso está igual de resbaladizo.
De nuevo, Cattibrie se lo quedó mirando con un punto de exasperación en la mirada. Drizzt tenía razón. Estaba claro que ella apenas podía mantener su marcha a plena luz del día, por no hablar de una noche cerrada como ésa. Pero ¿estaba sugiriendo Drizzt que ella sólo serviría para retrasarlo en su camino? ¿Acaso ahora se negaba a aceptar la ayuda de sus amigos, por primera vez desde que tomara la absurda decisión de regresar solo a Menzoberranzan?
Drizzt se echó el petate al hombro, le dedicó una ligera sonrisa y se levantó para irse. Cattibrie lo agarró por el brazo, obligándolo a mirarla a la cara.
—No puedes hacerme esto.
Drizzt se la quedó mirando sin pestañear. La severa expresión de su rostro terminó por esfumarse.
—Lo cierto es que no hay mejor compañera —admitió por fin.
—Y sin embargo, esta noche insistes en salir solo —declaró ella, más que preguntó.
El drow asintió.
Cattibrie estrechó su cuerpo contra el suyo, en un abrazo tan cálido y afectuoso como preñado de melancolía.
Drizzt por fin salió de Shallows. Guenhwyvar no lo acompañaba, pero el drow llevaba consigo su estatuilla, sabedor de que la pantera acudiría cuando la llamara. A cincuenta pasos de la puerta iluminada con antorchas, el drow se escurrió en la oscuridad, desapareciendo entre las sombras de la noche.
No tardó mucho en ver y oír las patrullas de centinelas de Shallows, sin que éstas, en ningún momento, advirtieran su presencia. Drizzt las esquivó con facilidad cada vez que detectó su presencia. No quería compañía y, a pesar de la confusión de sentimientos que anidaba en su interior, en la oscuridad se movía con la habilidad característica de los drows, tan silencioso e invisible como las sombras. Aunque no esperaba encontrar nada, era lo bastante experimentado para no confiarse en lo más mínimo.
En consecuencia, no se sorprendió al descubrir unas pisadas de orcos en un claro sembrado de grandes piedras. Las huellas eran frescas, muy recientes, si bien no se veían rastros de hogueras o antorchas. La noche había caído hacía rato y todas las patrullas de Shallows estaban formadas por humanos que portaban antorchas.
Lo que estaba claro es que por allí habían pasado unos seres de talla similar a los humanos, unos seres que no portaban antorchas. Teniendo en cuenta los antecedentes, el drow no tardó en deducir que se trataba de orcos, dos de ellos, casi con toda seguridad.
El rastro era fácil de seguir. Los dos brutos habían avanzado con rapidez y sin demasiada precaución. Después de seguir su pista durante cerca de media hora, Drizzt intuía que no se encontraba muy lejos de ellos.
El drow no se arrepintió de no contar con la ayuda de Cattibrie o sus demás compañeros. Su mente en ningún momento se apartó de su labor, de los peligros y requerimientos de cada momento.
Drizzt finalmente los vio cuando se encontraba agazapado junto a un árbol. Un par de orcos, sentados en cuclillas sobre un promontorio sembrado de arbustos, con las miradas fijas en la lejana y bien iluminada ciudad de Shallows.
Paso a paso, con cuidado infinito, el drow se encaminó hacia ellos.
Cuando desenvainó sus cimitarras, los orcos dieron un respingo al ver aquellas hojas curvas que se cernían sobre sus gargantas. Uno de ellos al momento levantó las manos, pero el otro, estúpidamente, trató de recurrir a su arma, una espada corta y ancha, incluso llegó a desenvainarla, pero la mano izquierda de Drizzt al punto describió un molinete en el aire e hizo saltar la espada por los aires. A todo esto, con su derecha, el drow seguía hincando la hoja de su cimitarra en la garganta del segundo bruto.
Drizzt muy bien habría podido acabar con su primer enemigo, pero en aquel momento le interesaba más capturar a un prisionero que matar a un orco, así que clavó la punta de su cimitarra en las costillas del bruto, con la esperanza de poner fin a toda oposición.
Sin embargo, el bruto, obstinado, al momento dio un salto hacia atrás, hacia la cornisa septentrional de aquel promontorio, una cornisa que daba a un barranco de diez metros de altura. Desequilibrado, el orco trastabilló y se precipitó por la sima.
Sin dejar de amenazar con la cimitarra al segundo, Drizzt se acercó al borde de la cornisa y vio cómo el cuerpo del orco daba media vuelta en el aire y se estrellaba contra una roca del fondo.
El segundo orco de pronto salió corriendo.
Drizzt podría haberlo matado con facilidad, pero lo quería vivo, de forma que echó a correr en su persecución.
El orco trataba de escapar hacia los árboles, corriendo con desespero por aquel terreno pedregoso que le llevaba a tropezar una y otra vez, mirando continuamente hacia atrás con la esperanza de haber dado esquinazo al elfo oscuro.
El drow seguía al bruto con facilidad, corriendo. Cuando el orco se dirigió hacia el mismo árbol junto al que Drizzt se encontraba un rato atrás, el drow aceleró su carrera, trepó al árbol de un salto, ascendió por una rama que iba a dar al camino y se lanzó rodando sobre la senda. Se alzó en el momento preciso en que el orco llegaba a todo correr.
El bruto lanzó un grito de miedo y trató de esquivarlo, pero Drizzt hizo ademán de lanzarse sobre él, lo que llevó al orco a perder el equilibrio. Drizzt desenvainó sus cimitarras y pateó los tobillos del orco, que cayó de bruces contra el suelo pedregoso. El bruto trató de rehacerse, pero las hojas de dos cimitarras se posaron sobre la parte posterior de su cuello y lo persuadieron de la conveniencia de seguir donde estaba.
El relucir de las antorchas y el ruido de pasos que se acercaban de prisa indicaron a Drizzt que el ruido de la lucha había atraído a una patrulla. El drow los llamó con un grito y les indicó que llevaran al prisionero ante Withegroo y el rey Bruenor mientras él seguía inspeccionando la zona.
La expresión del rostro de Bruenor no dejó de sorprender a Drizzt cuando éste volvió a Shallows varias horas después. El drow esperaba que Bruenor acaso se mostrase furioso por la presencia del orco y el recuerdo de lo sucedido en Clicking Heels. No obstante, el enano de las rojas barbas tenía el rostro muy pálido y la expresión temerosa.
—¿Qué es lo que sabemos? —inquirió Drizzt, sentándose junto a Bruenor, a pocos pasos del cálido fuego que ardía en el comedor de la casa donde se acomodaban.
—El orco afirma que se acerca un ejército de mil guerreros —informó Bruenor con tono sombrío—. Parece que los orcos y los gigantes se han aliado con la intención de aniquilarnos.
—Igual se trata de una estratagema destinada a que lo tratemos con miramiento —apuntó Drizzt—. ¿Has pensado en esa posibilidad?
Bruenor no parecía demasiado convencido.
—¿Te has aventurado muy lejos, elfo? —quiso saber el enano.
—No demasiado —admitió Drizzt—. Me he limitado a reconocer el perímetro cercano, por si había alguna pequeña partida.
—El orco dice que por el sur están llegando centenares de sus repugnantes compañeros.
—Lo más probable es que se trate de una mentira.
—Lo dudo —replicó Bruenor—. Si quisiera mentirnos, nos diría que vienen por el norte, lo que sería más plausible y más difícil de comprobar. Al decirnos que llegan por el sur, nos basta con enviar una patrulla para comprobarlo. Por lo demás, a ese cerdo no le hemos dado ocasión de ejercitar la fantasía. Creo que me explico con claridad…
Drizzt no pudo reprimir un estremecimiento al adivinar lo que las palabras del enano sugerían.
—El orco habló con presteza —indicó Bruenor, que agarró una jarra de cerveza y se echó un largo trago al coleto—. Por lo que parece, vamos a tener que entrar en combate otra vez antes de regresar a Mithril Hall.
—¿Y eso te inquieta?
—¡Por supuesto que no! —contestó el enano—. ¡Pero mil orcos son muchos orcos!
Drizzt soltó una carcajada y palmeó el hombro de su interlocutor.
—Mi querido amigo enano. Tú y yo sabemos perfectamente que los orcos no saben contar.
El drow se arrellanó y consideró la fatídica noticia durante unos segundos.
—Quizá sea mejor que vuelva a salir cuanto antes —propuso.
—Regis, Wulfgar y Catti-brie ya han salido —informó Bruenor—. La ciudad también ha mandado a varios ojeadores al exterior. El viejo Withegroo ha prometido dotarnos de visión mágica. Antes de la noche sabremos si ese cerdo decía la verdad o nos estaba contando una patraña.
Drizzt comprendió que el enano tenía razón, así que decidió que mejor sería permanecer en Shallows. El drow cerró sus ojos color lavanda, contento de hallarse entre amigos tan capaces. Iba a necesitar su ayuda si lo dicho por el prisionero era cierto.
—Por lo demás, Dagnabbit está trazando unos planes que nos permitirán contener al enemigo o escapar de aquí si su número es excesivo —añadió Bruenor, sin darse cuenta de que su amigo acababa de dormirse—. ¡La cosa incluso puede ser divertida!
De hecho, me alegro de no haberme dejado convencer de la conveniencia de regresar a casa antes de tiempo. ¡Los enanos no hemos nacido para las comodidades, sino para darles a los orcos en la cabeza! ¡Y prometo cargarme a docenas de esos asquerosos monstruos! ¡No lo dudes ni por un segundo!
Bruenor alzó la jarra de cerveza y brindó para sí.
—¡En mi hacha hay espacio para cien muescas más! ¡En un solo lado de la hoja!