8

Bordeando el desastre

—¡Nos hemos perdido! —rugió el enano de barbas amarillas.

El enano dio un amenazador paso al frente, casi tropezando con sus propias barbas luengas y oscilantes. El enano tenía los hombros cuadrados y robustos, apenas contaba con un cuello digno de tal nombre y exhibía un rostro de facciones más que exageradas: una nariz gigantesca, tan ancha como larga; una gran boca con dientes enormes que relucían bajo la espesa pelambrera amarilla, unos ojos oscuros que centelleaban con un destello inquietante, insertos en unas cuencas muy profundas. Si bien su pesada cota de malla descansaba junto a su camastro, el enano llevaba ajustado su enorme casco elaborado en metal y adornado con una imponente cornamenta de ciervo de diez puntas.

—¡Maldito estúpido! ¿Cómo vamos a estar perdidos? —exclamó el enano.

¿Acaso los pájaros no te estaban guiando?

El otro enano, su hermano mayor, se encogió de hombros y emitió una especie de gruñido, fijó la mirada en sus pies calzados con sandalias —y no con las botas acostumbradas— y pateó una piedra del camino, que fue a parar a un zarzal.

—¡Dijiste que sabrías encontrar el camino! —rugió Ivan Rebolludo—. ¡Dijiste que habías dado con un atajo! ¡Un maldito atajo que únicamente ha servido para perdernos! ¡A saber cómo llegamos ahora a Mithril Hall!

El furioso enano se irguió, se puso su baqueteada cota de malla y se ajustó el carcaj, con pequeños dardos de ballesta, del hombro izquierdo a la cadera derecha.

—¡Cuidado con esos endemoniados artefactos! —avisó su hermano por enésima vez, señalando los pequeños dardos, cuyas puntas incluían una minúscula ampolla de aceite explosivo.

Por toda respuesta, el colérico Ivan cogió su ballesta, una réplica exacta de las empleadas por los elfos oscuros de la Antípoda Oscura, e hizo ademán de apuntar con ella a Pikel.

—¡Tú sí que tendrías que andarte con cuidado, mamarracho!

Pikel puso los ojos en blanco y empezó a desgranar una rápida letanía. Antes de que Ivan pudiera hacerlo callar, una rama de árbol se cernió sobre el enano de barbas amarillas, rodeó su muñeca y lo alzó un centímetro del suelo, dejándolo de puntillas sobre el sendero.

—¡No empieces con tus jueguecitos! —chilló Ivan—. ¡Ahora no es el momento!

—¡Pues ya puedes ir olvidándote de echar mano a esa ballesta tuya del demonio!

—Replicó Pikel con firmeza.

Pikel tenía un aspecto perfectamente ridículo debido a sus largas barbas teñidas de verde, divididas por una raya en el medio, dispuestas hacia atrás sobre sus orejas enormes y entretejidas en la nuca con el resto de su pelambrera en una trenza que le llegaba a media espalda. Para rematar esto, Pikel estaba vestido con varias túnicas de color verde claro, que llevaba sujetas con una cuerda a la cintura, y cuyas anchas mangas pendían por debajo de sus manos como si tuviera los brazos pegados a los costados.

Ivan soltó una amarga risita que venía a prometer a su hermano que muy pronto se iba a encontrar con un puñetazo en las narices.

Pikel hizo caso omiso y se acercó a su pequeño campamento, en cuya hoguera hervía una olla con un potaje. Hacía más de una semana que los dos hermanos habían salido de la catedral del Espíritu Elevado, situada en las montañas sobre la pequeña ciudad de Carradoon, después de que Cadderly los hubiera invitado a acudir en su representación y en la de su mujer Danica a la coronación de Bruenor Battlehammer como monarca de Mithril Hall. Hacía años que Ivan y Pikel ansiaban visitar Mithril Hall, desde que, mucho tiempo atrás, Drizzt Do’Urden y Cattibrie pasaran por el Espíritu Elevado en busca de un amigo cuyo rastro habían perdido. Ahora que la situación estaba en calma en las Montañas Copo de Nieve y la coronación de Bruenor iba a tener lugar de forma inminente, el momento resultaba idóneo para cumplir esa vieja aspiración.

Poco después de salir de las Montañas Copo de Nieve, cuando su viaje apenas había hecho más que empezar, Pikel, que contaba con poderes de druida, reveló a su hermano que conocía un método para facilitar su largo viaje. Pikel sabía hablar el lenguaje de los animales, por mucho que su conversación con los demás muchas veces viniera a ser casi incoherente. No sólo eso, sino que también sabía predecir las condiciones climáticas con notable exactitud y, mejor aún, estaba en el secreto de un método de transporte arbóreo conocido por algunos druidas, un método basado en la energía de los árboles que le permitía esconderse en el interior de un tronco determinado y reaparecer saliendo del tronco de otro árbol situado a muchos kilómetros de distancia.

Ivan y Pikel habían recurrido a este truco por primera vez en su viaje (aunque no sin que el gruñón Ivan protestase), lo que los había llevado a reaparecer en el centro de un bosque tan inmenso como oscuro. Ivan por un momento creyó que se encontraban en el Shilmista, el bosque poblado por los elfos situado al otro lado de las Montañas Copo de Nieve, pero tras vagar sin rumbo por aquella selva sombría durante una jornada, Ivan y Pikel determinaron que se hallaban muy lejos de la mágica selva reducto de Elbereth y sus mesnadas adeptas a la danza. Este bosque en particular era bastante más oscuro y siniestro que la alegre espesura del Shilmista. A todo esto, un viento frío insistía en morder sus carnes en todo momento, como si se encontraran bastante más al norte de lo previsto.

—¿Me soltarás de una vez? —bramó Ivan, que seguía pendiendo de la rama de árbol que aferraba su muñeca.

—Me lo pensaré.

Ivan soltó una risita malévola y, con su mano libre, agarró la ballesta, la encajó en su hombro y tensó la cuerda ayudándose con los dientes. A continuación, rápido como el rayo, cogió uno de los dardos encajados en su carcaj.

—¡Quieto! —exclamó Pikel, quien agarró un leño que había junto al fuego y, embarcándose en una vertiginosa letanía que venía a sonar como una especie de «Shala— la» acelerado, echó a correr hacia su hermano.

Con gesto medido y sin prisas, Ivan situó el dardo de punta roma en la ballesta y apuntó a la rama que aprisionaba su brazo. Al darse cuenta de que Pikel se acercaba aullando y presto a agredirlo, el enano de barbas amarillas apuntó a su hermano y disparó.

El dardo de punta roma fue a chocar contra el garrote encantado que Pikel enarbolaba en alto. Un estallido sordo y cegador detuvo a Pikel en seco. Paralizado y con las barbas y las greñas medio chamuscadas en su lado derecho, Pikel seguía enarbolando su garrote, ahora reducido a la condición de muñón de madera humeante.

—¡Ooooh! —gimió el pequeño druida.

—¡Ya lo has visto! ¡Y me temo que el próximo en recibir será este árbol amigo tuyo! —juró Ivan, volviendo a tensar la cuerda de la ballesta con los dientes y echando mano a un nuevo dardo.

Pikel se lanzó en plancha sobre él, provocando que la tensión de la rama del árbol levantara por los aires una y otra vez a los dos hermanos enzarzados en la disputa. Pikel pugnaba por agarrar la ballesta mientras Ivan se defendía a puñetazo limpio, sin alcanzar de lleno a su hermano, agarrado a su cuello. A todo esto, la rama se mantenía firme haciendo oscilar a los dos enanos en el aire.

Justo cuando ambos se encontraban en lo más alto de uno de estos rebotes, el encantamiento de Pikel dejó de surtir efecto, con el resultado de que los dos hermanos Rebolludo quedaron suspendidos por un segundo en el aire antes de estrellarse contra el suelo.

—¡Ay! —gimieron al unísono, antes de caer resbalando por la ladera.

Sus cuerpos rodaron muy próximos a la hoguera, de modo que Ivan soltó un nuevo gemido cuando las llamas acariciaron su nariz. Finalmente fueron a estrellarse contra el camastro que Pikel había improvisado en el suelo, provocando que un sinfín de ramitas y hojas salieran despedidas por los aires. Rehaciéndose al cabo de un segundo, Pikel irguió la cabeza y empezó a desgranar una nueva letanía, que Ivan cortó en seco tapándole la boca con su mano encallecida. Pikel respondió mordiéndosela.

La disputa muy bien podría haberse prolongado durante muchos minutos más (como solía suceder cuando los hermanos Rebolludo se enzarzaban en una de sus querellas), pero, de pronto, un sordo gruñido brotó de la fogata y los dejó paralizados justo cuando se disponían a intercambiar nuevos puñetazos. Ambos volvieron el rostro hacia la hoguera y vieron que un enorme oso negro cogía con sus zarpas la olla del potaje.

Ivan se apartó de Pikel y se puso en pie de un salto.

—¡Que Moradin nos proteja! —exclamó, tratando de localizar su hacha de combate.

Pikel soltó un alarido de terror que enmudeció el canto de los pájaros.

—¡Cierra el pico! —ordenó Ivan.

Ivan se hizo a un lado y vio su hacha. Al correr a por ella, advirtió que su hermano se embarcaba en una nueva letanía mágica.

—¡No es el momento de empezar con tus tontos trucos de magia! —masculló, mientras agarraba el hacha.

Al volverse hacha en ristre para enfrentarse a la bestia, Ivan se quedó de una pieza al ver a Pikel tranquilamente sentado con la espalda apoyada sobre la espesa pelambrera del oso, que se mostraba de lo más pacífico.

—No puede ser… —musitó Ivan.

—Ji, ji, ji… —rió Pikel por toda respuesta.

Ivan soltó un gruñido y arrojó su hacha a varios metros. Tras describir varios círculos en el aire, el arma fue a clavarse en la hierba.

—Maldito Cadderly… —imprecó. Según entendía Ivan, Cadderly había convertido a Pikel en una especie de monstruo.

Cadderly fue el primero en amansar un animal silvestre, una ardilla blanca a la que dio el nombre de Percival. Siguiendo su ejemplo, y para embarazo de su hermano, que lo encontraba todo más bien ridículo, Pikel se hizo célebre en la catedral del Espíritu Elevado, sobre todo entre los hijos de Cadderly y Danica, al convertirse en amigo de una gran águila, sendos buitres de cabeza calva, una familia de comadrejas, tres pollos y un asno testarudo conocido como Bobo.

Sólo faltaba un oso.

Ivan emitió un largo suspiro.

El oso soltó un leve gemido y pareció desplomarse de golpe. Acomodándose tranquilamente sobre la hierba, al momento empezó a roncar bien fuerte. Lo mismo hizo Pikel un instante después.

Ivan volvió a exhalar un suspiro, más intenso esta vez.

—¡No es necesario que aplaudáis! —declaró el gnomo Nanfoodle, con sus bracitos cruzados sobre su pecho delgado, mientras su enorme pie daba nerviosos golpecitos en el suelo—. Aunque los aplausos siempre son bienvenidos.

De apenas un metro de estatura, dotado de una nariz tan larga como aguzada, con el cráneo apenas poblado por un blanco y desgreñado semicírculo piloso que nacía directamente sobre sus orejas, Nanfoodle distaba de ofrecer una estampa impresionante.

Y sin embargo, era uno de los alquimistas más reputados del norte, circunstancia que Elastul y Shoudra Stargleam conocían a la perfección.

El Marchion de Mirabar empezó a aplaudir con una ancha y sincera sonrisa pintada en el rostro. Nanfoodle acababa de mostrarle una pieza de metal aleado de forma especial, elaborada a partir de mineral extraído de las minas apenas hacía una semana. Bañada en una aleación ideada por el ingenioso gnomo, esa pieza era mucho más resistente que las elaboradas a partir de la misma remesa de mineral en bruto.

A un lado del Marchion, Shoudra estaba demasiado ocupada en inspeccionar las piezas metálicas para sumarse a los aplausos, si bien la Sceptrana se las compuso para dedicar al gnomo un gesto de aprobación con la cabeza. Nanfoodle aceptó el gesto con visible complacencia. Ambos eran buenos amigos, y lo llevaban siendo desde mucho antes de que Elastul hiciera venir a Nanfoodle a Mirabar, en buena parte por consejo de la Sceptrana.

—Gracias a tu innovador método, nuestras armas y herramientas serán las mejores de todo el norte —afirmó Elastul.

—Bien… —vaciló el gnomo—. Es cierto que serán de mejor calidad que antes, pero…

—¿Pero qué? No me vengas con peros, mi querido Nanfoodle. La Sceptrana Shoudra tiene que partir en distintas misiones comerciales, y vamos a necesitar la mejor calidad, ¡la mejor de todas!, para recobrar buena parte de la clientela perdida durante los últimos años.

—El mineral de nuestros rivales es de mejor calidad, y sus técnicas son impecables —explicó Nanfoodle—. Aunque mi método mejorará la solidez y duración de nuestras piezas, dudo que estemos en condiciones de superar a Mithril Hall.

Con los puños apretados junto a los costados, Elastul se dejó caer sobre su trono.

—¡En todo caso, vamos mejorando! —exclamó Nanfoodle con entusiasmo, tratando de animar al Marchion.

Sin demasiado éxito.

—Lo que está claro es que por primera vez hemos conseguido resultados palpablemente positivos valiéndonos de la alquimia —intervino Shoudra Stargleam, quien dedicó un discreto guiño a Nanfoodle—. A pesar de las bravatas de tantos y tantos alquimistas, muy pocos, por no decir ninguno, han conseguido los pretendidos resultados mágicos… Todo progreso es bienvenido —agregó—. Varios de nuestros antiguos clientes no terminan de decidirse entre los productos de Mirabar y los de Mithril Hall, así que si conseguimos mejorar la calidad sin aumentar los precios, las perspectivas no son malas.

Un destello de esperanza apareció en las facciones de Elastul.

—Sin embargo… —intervino el gnomo.

—¿Sin embargo? —repuso el Marchion con aire de sospecha.

—Las láminas diamantinas necesarias para la solución resultan muy costosas —admitió Nanfoodle.

Elastul se cubrió el rostro con las manos. A sus espaldas, los cuatro Martillos empezaron a mascullar distintas imprecaciones.

—¿Estás usando láminas diamantinas? —preguntó Shoudra—. Yo creía que habías recurrido al plomo.

—Cierto —respondió el gnomo—. Al principio lo intenté con plomo, y la fórmula parecía funcionar. No obstante, al final los resultados no fueron satisfactorios.

—Un momento —repuso Elastul con un deje de sarcasmo en la voz, levantándose de su trono y acercándose al gnomo—. A ver si lo entiendo. Me estás diciendo que has dado con un método para transformar los metales. Un método por el cual, al añadir un metal más sólido consigues un mejor producto final, mientras que si añades otro metal de inferior calidad, los resultados no son tan buenos. ¿Correcto?

—Sí, Marchion —contestó el gnomo, con el rostro cabizbajo ante el perceptible sarcasmo de Elastul.

—¿Es que nunca has oído hablar de las técnicas de aleación, mi querido Nanfoodle?

—Sí, Marchion.

—Pues hablas como si acabaras de inventarlas por tu cuenta.

—Sí, Marchion.

—¿Cuánto te estoy pagando?

—Lo suficiente —intervino Shoudra Stargleam—. En todo caso, yo diría que estamos ante un primer paso que a la postre, puede rendirnos grandes beneficios. Lo principal es que Nanfoodle aprenda a perfeccionar su técnica. ¡No hay que perder la esperanza!

Sus palabras sirvieron para que el gnomo se mostrase algo menos hundido, si bien el Marchion se limitó a esbozar una mueca de sarcasmo.

—Muy bien, mi querido Nanfoodle —apuntó—. No perdamos más el tiempo con explicaciones, pues. Vuelve a poner manos a la obra y no vengas a importunarme hasta que contemos con resultados mucho mejores.

El gnomo hizo una rápida reverencia y salió a toda prisa de la sala. Una vez que se hubo marchado, el Marchion soltó un ronco rugido de frustración.

—La alquimia es la ciencia de la jactancia —sentenció Shoudra.

Era una frase que le había repetido en varias ocasiones. Elastul estaba gastando cantidades ingentes de dinero en alquimistas, sin que hasta la fecha hubiera obtenido mejores resultados que los expuestos por Nanfoodle.

—Así no vamos a ninguna parte —declaró Elastul en tono sombrío—. Desde que el rey Bruenor nos visitó, en mi ciudad reina la confusión. Mithril Hall nos está dejando atrás merced a sus argucias y su mineral de mejor calidad. Así no vamos a ninguna parte.

—Os recuerdo que seguimos contando con importantes mercados deseosos de adquirir aquellas piezas que no precisan ser elaboradas con el tan excelente como costoso mineral de Mithril Hall —recordó ella—. Las palas y los arados, las bisagras y las llantas de rueda se siguen vendiendo muy bien. De hecho, los de Mithril Hall simplemente nos han arrebatado una pequeña porción de nuestro negocio.

—Es precisamente esa porción la que define a una ciudad minera —afirmó el Marchion.

—Cierto —dijo Shoudra, aunque se encogió de hombros.

La Sceptrana nunca había sentido especial inquietud ante la reciente ascensión del vecino reino de los enanos, pues tenía a Bruenor y sus súbditos por vecinos muy preferibles a los perversos enanos grises, los antiguos habitantes del lugar.

—No hay quien los detenga —repuso Elastul, como hablando para sí—. El legendario rey Bruenor vuelve para asumir el trono.

—Me permito recordaros que el rey Gandalug Battlehammer asimismo dejó una impronta de empaque —observó ella con cierto sarcasmo—. Y eso que su propio regreso no fue nada fácil.

Elastul negó repetidamente con la cabeza.

—Con la diferencia de que Bruenor ha conseguido hacerse con el control del reino en nuestros días. Con sus extrañas amistades y su entusiasta clan de seguidores, ha conseguido domeñar los territorios del norte, de forma que su retorno puede plantearnos muchos problemas. Una vez que Bruenor por fin esté en su trono, tendrás dificultades todavía mayores para asegurar las transacciones comerciales que Mirabar precisa.

—Yo no lo veo así.

—Pero yo no estoy dispuesto a correr el menor riesgo —zanjó Elastul—. Fíjate en el modo en que su mera presencia ha alborotado mi ciudad. La mitad de los enanos de Mirabar no hacen sino murmurar su admiración por Bruenor. Esto no puede ser.

Elastul volvió a tomar asiento y se llevó un dedo a los labios fruncidos en expresión pensativa. Una sonrisa empezó a pintarse en sus facciones, como si acabara de encontrar una solución.

Shoudra lo miró con inquietud.

—No estaréis pensando…

—Hay un método para socavar la reputación de Mithril Hall.

—¿Un método? —preguntó ella con incredulidad.

—En Mirabar hay muchos enanos que han trabado amistad con el rey Bruenor.

Son incontables los enanos que lo tienen como amigo…

—Torgar no se prestará a ninguna acción de sabotaje —objetó Shoudra, que adivinaba adónde quería parar el Marchion.

—Lo hará, si no es consciente de ello —dijo Elastul con acento misterioso.

Por primera vez desde la llegada de Nanfoodle con unas buenas noticias que luego se habían revelado menos buenas, la sonrisa del Marchion era por completo sincera.

Shoudra Stargleam miró a Elastul con aprensión. No era la primera vez que lo veía proyectar manejos turbios, actividad a la que solía dedicar buena parte de su tiempo. Con todo, tales manejos raramente terminaban siendo puestos en práctica. A pesar de sus bravatas, y las de los cuatro Martillos que siempre montaban guardia a sus espaldas, Elastul no era un hombre de acción. Aunque el Marchion quería salvaguardar lo que ya tenía, o acaso mejorarlo apelando a recursos como la alquimia, en su forma de obrar no entraba un sabotaje contra Mithril Hall, sabotaje que podía dar lugar a una guerra declarada.

No obstante, Shoudra encontraba que sus aires de misterio seguían teniendo cierta gracia.