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Lealtades enfrentadas

El consejero de los enanos, Agrathan Hardhammer, se revolvió incómodo en su asiento ante el creciente vocerío de quienes se hallaban con él en la estancia, humanos en su totalidad.

—Acaso hubierais hecho mejor en concederle una audiencia —repuso Shoudra Stargleam, la Sceptrana de la ciudad.

Los vívidos ojos azules de Shoudra centellearon al decirlo. Shoudra meneó la cabeza en un gesto característico que provocó que sus cabellos oscuros y largos se estremecieran. Su melena era frecuente objeto de discusión entre las comadres de la ciudad, pues aunque Shoudra tenía ya más de treinta años y toda su vida había transcurrido en el clima ventoso y desapacible de Mirabar, seguían exhibiendo el brillo y el lustre que uno esperaría del pelo de una muchacha. La Sceptrana era hermosa se la mirara como la mirase, alta y esbelta, al tiempo que dotada de unos rasgos tan delicados como engañosos. Su carácter engañoso nacía del hecho de que, por muy femenina que fuese, Shoudra Stargleam rivalizaba en arrojo y determinación con los hombres más viriles de Mirabar.

El hombre obeso sentado en el trono acolchado, que no era sino el propio Marchion de Mirabar, torció el gesto ante sus palabras y agitó las manos en muestra de disgusto.

—Tenía, y tengo, cosas más importantes que hacer que someterme al capricho de quien se presenta sin anunciar su visita —declaró el Marchion, clavando su mirada en Agrathan—. Por muy rey de Mithril Hall que sea. Por lo demás, es a ti, y no a mí, a quien incumbe negociar todo acuerdo comercial, ¿me equivoco?

—Pero el rey Bruenor no vino a nuestra ciudad con esa intención, ni mucho menos —arguyó Shoudra, motivando un nuevo gesto desdeñoso de la rechoncha mano del Marchion.

Elastul negó con la cabeza y fijó la mirada en su séquito de Martillos, sus escoltas predilectos, en su mayoría guerreros curtidos en mil batallas.

—Si así es como Shoudra lo ve, me pregunto por qué no se reunió con Bruenor ella misma —comentó Djaffar, el jefe de los Martillos. Mientras llevaba su mano al hombro del Marchion, agregó—: A nuestra querida Shoudra le sobran recursos para ganarse a un enano.

Los otros tres soldadosconsejeros y el Marchion Elastul intercambiaron risitas.

Shoudra Stargleam arrugó el entrecejo y cruzó los brazos sobre el pecho en gesto desafiante.

A pocos pasos de ella, Agrathan volvió a revolverse en su asiento. Agrathan sabía que Shoudra podía manejarse sola y que, como todas las gentes de Mirabar, estaba habituada a las licencias en el protocolo a las que tan aficionados eran los Martillos y el Marchion, cuyo cargo era hereditario y no electo, como los de los consejeros y la Sceptrana.

—Marchion, Bruenor pidió hablar con vos, no conmigo ni con cualquier consejero —recordó Shoudra en tono seco, poniendo fin a las risitas.

—¿Y qué querías que hiciese con un sujeto como Bruenor Battlehammer? —inquirió Elastul—. ¿Cenar con él? ¿Entretenerlo y explicarle con calma que muy pronto será una figura irrelevante?

Shoudra miró a Agrathan. El enano se aclaró la garganta a fin de llamar la atención del Marchion.

—Haríais mal en subestimar a Bruenor —indicó Agrathan—. Os recuerdo que sus muchachos son muy capaces.

—Un sujeto irrelevante —insistió Elastul, acomodándose en el trono.

Gandalug, ese vestigio del pasado, ha pasado a mejor vida, y Bruenor no ha hecho sino heredar un reino en plena decadencia.

Shoudra volvió a fijar la mirada en Agrathan, en esta ocasión con una sonrisa escéptica en el rostro. Tanto ella como el enano adivinaban lo que estaba por venir.

—¡Os recuerdo que cuento con más de dos docenas de metalúrgicos y alquimistas! —se jactó Elastul—. ¡Muy bien pagados y que no tardarán en producir resultados tangibles!

Agrathan bajó la mirada para que Elastul no viera su expresión dubitativa. El Marchion se embarcó en la descripción de las promesas más recientes que le habían hecho los alquimistas y artesanos contratados con intención de reforzar el temple del metal arrancado a las minas de Mirabar. Desde el mismo día de su llegada, años atrás, los metalúrgicos llevaban prometiendo una combinación de solidez y flexibilidad nunca vista en el mundo. Sus pretensiones resultaban ciertamente formidables. Y vacías, según pensaba Agrathan.

Agrathan no había trabajado en las minas desde hacía más de un siglo, desde que sintiera la vocación de predicar la palabra de Dumathoin, pero como sacerdote de dicha divinidad de los enanos, un dios al que se tenía como el Guardián de los Secretos Ocultos bajo la Montaña, Agrathan creía firmemente que los alquimistas y metalúrgicos empleados por el Marchion distaban de estar en posesión de tales secretos. Tal como lo veía Agrathan, si los secretos de Dumathoin no incluían ninguna fórmula mágica para mejorar la calidad de los metales, estaba claro que no había fórmula alguna al respecto.

El grupo de artesanos y alquimistas era muy eficaz en su labor. Una labor que, según entendía Agrathan, consistía, más que nada, en alimentar la credulidad y las esperanzas del Marchion, de forma que el oro siguiera fluyendo en abundancia. Mirabar contaba con menos de la mitad de enanos que Mithril Hall, poco más de dos mil de ellos, y varios cientos de éstos estaban enrolados en el ejército de la Orden del Hacha y perpetuamente ocupados en impedir que los monstruos pudieran acceder a las minas. El millar de enanos que trabajaba en las minas no daba abasto para cumplimentar las cuotas anuales de producción fijadas por el Consejo de las Piedras Brillantes. Por lo demás, la producción seguía estando limitada a las vetas ya existentes. Apenas se habían efectuado exploraciones de las vetas enclavadas a mayor profundidad, allí donde los peligros eran mayores pero también era mayor la posibilidad de dar con mineral de mejor calidad.

Lo cierto era que Mirabar no estaba en disposición de reducir la producción de las minas ya existentes a fin de explorar tales vetas, razón por la que el Marchion había caído en las redes de unos supuestos especialistas —ninguno de ellos enano— que se jactaban de saberlo todo sobre los metales. En todo caso, como se decía Agrathan, si de veras existían esos procedimientos en los que el Marchion creía a pies juntillas, ¿cómo es que nadie los había puesto nunca en práctica? ¿Cómo se entendía que esos alquimistas y metalúrgicos no hubieran sometido a los enanos de Mithril Hall, a los enanos del mundo entero incluso, a la obligación de suministrarles mineral en bruto para sus proyectos? Esa gente prometía armas y corazas imbatibles, incomparablemente mejores que cuanto Bruenor y sus enanos pudieran producir, y sin embargo, ninguna leyenda se hacía eco de la existencia de un armamento como el que proclamaban tener al alcance de la mano.

—En el supuesto de que vuestros especialistas terminen por cumplir sus promesas, seguiremos estando muy lejos de convertir Mithril Hall y al rey Bruenor en irrelevantes, por usar vuestras palabras —afirmó Shoudra Stargleam. Agrathan se alegró de que fuera ella quien asumiese la voz cantante—. La producción de Mithril Hall supera a la nuestra a razón de tres por dos.

El Marchion agitó su mano con desdén.

—Lo que cuenta es que yo no tenía nada que hablar con Bruenor Battlehammer.

Así que, ¿para qué vino? ¿Es que alguien lo invitó? ¿A quién se le ocurriría…? —Elastul soltó una risita despectiva.

—Quizá habría sido mejor no dejarlo entrar —sugirió Shoudra.

Agrathan se volvió hacia Elastul, quien a su vez dirigió una mirada biliosa a Shoudra. Cuando se supo que el rey Bruenor estaba a las puertas de la ciudad, fue el propio Elastul quien lo autorizó a entrar al frente de los suyos. Ninguno de los miembros del consejo, ni la propia Sceptrana siquiera, supo de tal decisión hasta que los enanos del Clan Battlehammer empezaron a disponer sus carretas en las calles de Mirabar.

—Sí, es posible que me apresurase al confiar en el carácter de mis súbditos —replicó el Marchion, en un tono seco más bien dirigido a Agrathan que a Shoudra, como el enano adivinó—. Me dije que lo mejor sería tratar al rey Bruenor con la indiferencia y el desdén que se merece. Y me dije que mis súbditos serían lo bastante despiertos para no prestar la menor atención a unos recién llegados pertenecientes a semejante ralea.

Agrathan advirtió que el Marchion lo estaba mirando directamente a los ojos mientras decía esas palabras. Al fin y al cabo, ningún humano se había prestado a comerciar con los del Clan Battlehammer. Sólo los enanos habían accedido a ello, y Agrathan era el enano de mayor rango en la ciudad, el patriarca y el portavoz oficioso de los dos mil enanos de Mirabar.

—¿Habéis hablado con maese Hammerstriker?

—¿Qué queréis que le diga?

Por mucho que los humanos de la ciudad tuvieran a Agrathan por el portavoz de los enanos de Mirabar, éstos no siempre estaban de acuerdo con semejante atribución.

—Quisiera que recordarais a maese Hammerstriker a quién debe lealtad —contestó el Marchion—. O, mejor dicho, a quién debería lealtad.

Agrathan tuvo que hacer un esfuerzo para mantener su aire impasible y ocultar la agitación que empezó a bullir en su interior. La lealtad de Torgar Delzoun Hammerstriker estaba fuera de toda duda. El viejo guerrero había servido al Marchion y a su antecesor, al antecesor de éste y también al de éste, por más tiempo del que ningún humano de la ciudad pudiera recordar, por más tiempo que los padres muertos de los padres muertos de los humanos de la ciudad pudieran recordar. Torgar estuvo al frente de los guerreros que se aventuraron por los túneles de la Antípoda Oscura superior para combatir a monstruos más temibles que cualquier otro enemigo que pudieran haber conocido los Martillos del Marchion, unos escoltas de elite seleccionados en virtud de su glorioso historial militar. Cuando las hordas de orcos se lanzaron contra Mirabar, hacía ciento diecisiete años, Torgar y un puñado de enanos repelieron el ataque enemigo desde su posición en el muro oriental mientras el grueso del ejército de Mirabar se encontraba en el muro occidental, entretenidos por una estratagema orca. En términos de heridas de guerra, cicatrices y triunfos en el campo de batalla, Torgar Delzoun Hammerstriker se había ganado con creces su condición de oficial al mando de la Orden del Hacha.

Con todo, el mismo Agrathan reconocía en su fuero interno que las palabras del Marchion encerraban una parte de verdad. Tal como Agrathan lo veía, no se trataba de una cuestión de lealtad, sino más bien de juicio. Torgar y sus compañeros no habían comprendido lo que suponía hacer negocios con sus rivales de Mithril Hall ni sentarse a echar unos tragos con ellos.

Por fin, Agrathan y Shoudra abandonaron al agitado Marchion y se marcharon juntos por los corredores del palacio, hasta salir al exterior, donde el sol empezaba ya a ponerse y la luz menguaba. Un viento frío se enseñoreaba de la ciudad, como si quisiera advertir a la pareja de que, en Mirabar, el invierno nunca estaba muy lejos.

—Espero que cuando hables con Torgar, lo hagas con palabras más diplomáticas que las empleadas por el Marchion —dijo Shoudra al enano. Su sonrisa era la de quien se halla ante una situación divertida.

Como Sceptrana, una de las funciones de Shoudra consistía en la firma de acuerdos comerciales, una función que se había visto complicada por la ascensión de Mithril Hall. En cualquier caso, Shoudra Stargleam afrontaba la cuestión con notable determinación, superior a la de la mayoría de los habitantes de la ciudad, enanos incluidos. Según su opinión, el restablecimiento de la supremacía comercial sobre Mithril Hall pasaba por el incremento de la producción y por el descubrimiento de mineral de mejor calidad que permitiera la elaboración de mejores productos. Para ella la ascensión de un rival comercial sería el catalizador que hiciera más fuerte a Mirabar.

—Intentaré razonar con Torgar y sus muchachos, pero ya conoces a ese viejo soldado. No hay muchos que se atrevan a decirle lo que piensan.

—Torgar es leal a Mirabar —afirmó Shoudra.

Aunque Agrathan asintió, la expresión de su rostro delataba que no tenía la completa seguridad.

Al reparar en dicha expresión, Shoudra Stargleam se detuvo y puso su mano en el hombro de Agrathan.

—¿A quién debe lealtad? ¿A su ciudad o a su raza? —inquirió—. ¿A quién considera su soberano? ¿Al Marchion o al rey Bruenor de Mithril Hall?

—Torgar lleva luchando por la causa de todos los Marchion desde mucho antes de que tus padres nacieran, muchacha —le recordó.

Shoudra hizo un gesto de asentimiento, pero, como el mismo Agrathan un momento atrás, no estaba convencida del todo.

—Los enanos han hecho mal en comerciar y confraternizar con los de Mithril Hall —observó.

Shoudra se arrebujó en su capa y se dispuso a seguir su camino.

—La tentación sin duda ha sido demasiado poderosa —dijo él—. Buenos negocios que hacer, buena bebida e historias todavía mejores… ¿O es que piensas que a los míos no les gusta saber de la batalla del Valle del Guardián? ¿Es que piensas que tu mundo sería un lugar mejor si esos condenados drows hubieran conseguido invadir Mithril Hall?

—Te diré una cosa. Si por lo menos los elfos oscuros hubieran causado mayor mortandad antes de emprender la retirada…

Agrathan frunció el entrecejo, hasta que reparó en la ancha sonrisa traviesa pintada en el rostro de la mujer.

—¡Bah! —bufó Agrathan.

—Entonces, desde tu punto de vista, ¿mirabar está en deuda con Mithril Hall porque sus mesnadas una vez derrotaron a los elfos oscuros? —preguntó ella.

Agrathan guardó silencio y meditó largamente la cuestión. Finalmente, se limitó a encogerse de hombros.

Shoudra volvió a esbozar una sonrisa maliciosa. Estaba claro que al enano el corazón le decía una cosa y su mente pragmática, la que debía fidelidad al Marchion Elastul y a Mirabar, otra muy distinta. De todas formas, no era cuestión que pudiera ser tomada a risa. De hecho, la intuición de que Agrathan, uno de los miembros prominentes del Consejo de las Piedras Brillantes, abrigaba sentimientos encontrados hacia Mithril Hall no dejaba de inquietar a la Sceptrana. Hasta la fecha, Agrathan se había mostrado como uno de los principales oponentes a Mithril Hall, el portavoz de los enanos más decididos que insistían en emprender acciones encubiertas contra el Clan Battlehammer. Agrathan en cierta ocasión incluso había llegado a sugerir la conveniencia de infiltrarse en el reino vecino e introducir carbón ardiente en los almacenes de Mithril Hall a fin de dañar el fundido y la conformación de sus metales.

Eran incontables las reuniones del Consejo en las que Agrathan Hardhammer se había embarcado en largas diatribas contra los enanos del Clan Battlehammer. Pero Shoudra entendía que las cosas habían cambiado, y mucho, después de que Agrathan y los suyos hubieran conocido personalmente a los de Mithril Hall.

—Dime, Agrathan, ¿en la caravana del rey Bruenor se encontraba ese elfo drow del que tanto he oído hablar?

—¿Drizzt Do’Urden? Pues sí, venía con la caravana. Aunque no lo dejaron entrar en la ciudad.

En los ojos de Shoudra brillaba la curiosidad. Drizzt se había hecho célebre en el norte, antes incluso de que guerreara contra sus propias gentes cuando éstas se lanzaron contra Mithril Hall. Por lo que Shoudra entendía, Drizzt era un auténtico héroe.

—La Orden del Hacha se negó en redondo a permitir la entrada de un maldito elfo, fuese quien fuera éste —repuso Agrathan con firmeza—. En todo caso, Drizzt formaba parte de la caravana. Torgar y varios más lo vieron en compañía de esa humana y ese humano por los que Bruenor parece sentir tan extraño afecto. A lo que parece, los tres acamparon por separado, aunque sin perder detalle de lo que sucedía.

—¿Es tan apuesto como dicen? —preguntó Shoudra.

Agrathan fijó su mirada en ella y frunció el entrecejo con escepticismo.

—¡Estamos hablando de un condenado drow! ¿Cómo puedes ser tan necia?

Shoudra Stargleam se echó a reír por toda respuesta. Agrathan no pudo por menos de menear su cabeza barbada con incredulidad.

En ese momento se detuvieron, pues acababan de llegar a la plaza de la Ciudad Inferior, un espacio abierto entre tres grandes edificaciones, en una de las cuales se encontraban las dependencias de Shoudra. En el centro de esa plaza triangular se hallaba la entrada de una escalinata que llevaba a la estancia mejor vigilada de toda Mirabar, el acceso principal a la Infraciudad —la verdadera ciudad, a ojos de Agrathan y los suyos—, allí donde se trabajaba de firme.

Shoudra se despidió del enano y entró en su casa. Durante largo rato, Agrathan permaneció inmóvil junto al acceso a los dominios de los dos mil enanos de Mirabar, más incómodo de lo que se había sentido en la vida. Era su solemne deber transmitir el mensaje del Marchion a Torgar y los demás, pero Agrathan conocía bien a su pueblo y

Sabía que sus palabras iban a sembrar la indignación y la división entre los enanos.

Éstos albergaban sentimientos encontrados en cuanto a Mithril Hall. Muchos de los enanos de Mirabar habían abogado en el pasado por la confiscación de los bienes de toda caravana de Mithril Hall que se adentrara al oeste de los dominios del Clan Battlehammer, y ello a sabiendas de que una medida así muy bien podría desencadenar la guerra entre una y otra ciudad. Otros se contentaban con recordar que sus antepasados habían vivido en Mithril Hall al servicio de los antecesores del rey Bruenor, y que allí habían vivido bien, tan bien como cualquier enano pudiera desear.

Agrathan soltó un resoplido de impaciencia —«un suspiro de enano», como lo denominaba él— y echó a andar con decisión, dejando atrás a un sinfín de guardianes humanos antes de llegar a la cámara superior y dirigirse al ascensor. Tras rechazar con un gesto el concurso del peón a cargo del ascensor, él mismo se ocupó de manejar las pesadas maromas del mecanismo, que acabó por llevarle a una segunda cámara emplazada unos cientos de metros más abajo. Esta segunda estancia asimismo estaba muy vigilada: todas sus salidas aparecían bloqueadas por rastrillos y grandes puertas de metal. Los centinelas de esa cámara eran enanos, reclutados entre los más bravos de la Orden del Hacha.

—Dejad cuanto estéis haciendo y enviad recado a todos los nuestros estén donde estén, en los túneles de abajo o en las murallas de arriba —ordenó Agrathan—. Después de la puesta de sol celebraremos una reunión en el Salón del Fuego, y quiero que asistan todos y cada uno de mis muchachos. ¡Todos y cada uno!

Recibido el encargo, los vigilantes abrieron una de las puertas a Agrathan, quien se marchó cabizbajo y murmurando, mientras se devanaba los sesos a fin de dar con la estrategia adecuada para tan delicada situación.

Aunque tenía bastante más tacto que casi cualquier otro enano, como lo indicaba su posición en una ciudad dominada por los humanos, Agrathan seguía siendo uno de ellos, y la sutileza nunca había sido su fuerte.

Las reuniones que los enanos de Mirabar solían celebrar en el Salón del Fuego nunca discurrían de forma ordenada y calma. Y la presencia de los dos mil enanos de la ciudad y lo importante de la cuestión que había que debatir motivaron que el caos más absoluto reinara en la sala aquella noche.

—¿Así que ahora vas a ser tú quien decida qué historias puedo escuchar y cuáles no? —rugió Torgar Hammerstriker después de las palabras de Agrathan—. ¿Qué problema hay en compartir unas jarras de cerveza con quien tiene una buena historia que contar?

Muchos de los enanos que habían estado con Torgar en el bazar de los del Valle del Viento Helado y el festejo del Clan Battlehammer gritaron su aprobación. Uno o dos de ellos enarbolaron los abalorios tallados que habían adquirido a los mercaderes foráneos, unas piezas espléndidas compradas a precio de ocasión.

—¡En Nesme puedo revenderla por diez veces más de lo que me costó! — exclamó un enano de aspecto industrioso y luengas barbas rojas. El enano se subió a lo alto de una estufa y alzó el objeto que tenía en la mano —la estatuilla tallada de una curvilínea mujer bárbara— para que todos lo vieran. —¿Es que quieres prohibir que me gane unas monedas?

Agrathan guardó silencio por un instante, en absoluto sorprendido por la reacción de los suyos.

—Estoy aquí para transmitiros el mensaje del Marchion Elastul, un recordatorio de que los enanos del Clan Battlehammer no son amigos de Mirabar. Esos tipos nos están arrebatando el comercio y…

—¿Es que alguno de vosotros piensa que las cosas nos van mejor desde que Mithril Hall resurgió de sus cenizas? —intervino otro enano, interrumpiendo la parrafada del sacerdote—. Por muy hermosa que sea esa estatuilla tuya, sí, te hablo a ti, gordo Bullwhip, estoy seguro de que este año no te ha resultado pródigo en monedas de oro. ¿Me equivoco?

Numerosos enanos prorrumpieron en vítores de apoyo.

—¡Antes de que esos malditos Battlehammer volvieran por sus fueros vivíamos mejor y disfrutábamos de más monedas de oro! ¡Me pregunto a quién se le ocurrió invitar a Mirabar a esos condenados…!

—¡Bah! ¡No dices más que gansadas! —cortó Torgar, sin poderse contener.

—¡Y me lo dice el enano que tuvo que pedir un préstamo a los demás miembros del Consejo! —espetó el orador—. ¿Es que andas mal de fondos, Torgar? ¿Es que las historias del rey Bruenor te darán de comer?

Torgar se dirigió al estrado situado al norte de la gran sala y se situó junto a Agrathan. Sin decir palabra, examinó a su audiencia de arriba abajo, hasta que el silencio se hizo en la estancia.

—Hasta el momento no he oído más que una cháchara motivada por los celos puros y simples —afirmó con calma—. Insistís en hablar del Clan Battlehammer como si éste nos hubiera declarado la guerra, cuando todo lo que ha hecho es abrir unas minas que existían en sus dominios antes de que Mirabar fuese Mirabar. Esas gentes tienen derecho a vivir de lo que es suyo y a sacarle el mejor partido. ¡En vez de pensar en la forma de hundirlos, mejor haríamos en pensar en la forma de mejorar nuestra propia situación!

—¡Pero nos están despojando de nuestro comercio! —gritó una voz entre la multitud—. ¿O es que te olvidas de ello?

—Más bien di que nos estamos quedando atrás —respondió Torgar, quien al punto se corrigió y dijo—: Lo que sucede es que su metal es de mejor calidad. Lo que sucede es que se han ganado la reputación de ser temibles enemigos de los orcos, de los duergars y de esos repugnantes drows. ¡Lo que pasa es que el rey Bruenor y los suyos trabajan de firme y guerrean sin dar cuartel a sus rivales!

En la sala se alzó un griterío ensordecedor, a favor y en contra de lo expuesto por Torgar. En un par de rincones de la estancia, algunos enanos empezaron a dirimir sus diferencias a puñetazo limpio.

En el estrado, Torgar y Agrathan se miraron con fijeza. Aunque hasta el momento ninguno había mostrado acuerdo explícito con el otro en lo tocante a esa cuestión, en sus mentes empezaban a germinar ideas similares.

—¡Oye, tú, especie de sacerdote de tres al cuarto! ¿Es que te vas a alinear con los humanos en contra de tu propio pueblo? —gritó una voz.

Secundados por numerosos rostros del auditorio, Torgar y Agrathan se volvieron al unísono en dirección a quien acababa de formular esa pregunta. Quienes disputaban dejaron de pelear y en la sala se hizo un silencio absoluto, pues la cuestión de fondo acababa de ser expuesta en toda su crudeza.

Confuso, Torgar tuvo que hacer examen de conciencia. ¿Es que en verdad se trataba de eso, de escoger entre sus hermanos de raza de Mithril Hall y la unidad nacional de Mirabar?

Para Agrathan, miembro distinguido del Consejo de las Piedras Brillantes, la elección resultaba menos difícil, pues, si ésta era efectivamente la cuestión de fondo, Agrathan tenía muy claro que debía lealtad a Mirabar, y a nadie más. No obstante, al observar con atención a su acompañante, Agrathan se dijo que los comentarios del Marchion, que a él le habían parecido insultantes, no dejaban de tener cierto sentido.

La fe de Agrathan en su comunidad se vio sacudida un instante después, cuando los portalones del Salón del Fuego se abrieron de golpe y un enorme destacamento de la Orden del Hacha irrumpió entre la multitud en formación de cuña y se abrió paso por la fuerza hasta que sus filas se abrieron y dejaron un gran espacio triangular en su centro.

Dicho espacio fue al momento ocupado por el Marchion, varios consejeros suyos conocidos por su severidad y hasta la misma Sceptrana.

—Ésta no es la clase de conducta que los humanos de Mirabar esperan de sus compañeros enanos —recriminó Elastul.

El Marchion habría hecho mejor dejando las cosas ahí, contentándose con recordarles pacíficamente que la ciudad contaba con demasiados adversarios exteriores para enzarzarse en querellas intestinas.

—Está claro que Torgar Hammerstriker y quienes lo acompañaron a visitar los carromatos del Clan Battlehammer y a los lerdos… eh, a los bardos de dicho clan cometieron un grave error de juicio —afirmó Elastul sin ambages—. Ten cuidado, Torgar Hammerstriker, si no quieres verte desprovisto de tu cargo. Y en cuanto a los demás, fascinados como estáis por el lúpulo de la cerveza y los aires de ese Bruenor Battlehammer, os recuerdo que debéis fidelidad a Mirabar, nuestra ciudad, sobre la que en este mismo momento se cierne la amenaza del Clan Battlehammer.

Elastul movió la cabeza con lentitud, abarcando la reunión entera con los ojos, con intención de que su severa mirada sometiese definitivamente a su auditorio. Mas éste estaba compuesto por enanos, y fueron muy pocos los que pestañearon, como fueron muy pocos los convencidos de la bondad de sus palabras que movieron la cabeza en señal de asentimiento.

De hecho, bastantes de los enanos que estaban en desacuerdo con su arenga parecieron ganar más estatura y determinación. Al fijar la mirada en su compañero de estrado, Agrathan se preguntó si Torgar se proponía arrancarse del pecho el emblema del Hacha y tirarlo a los pies de Elastul.

—¡Os ordeno que os disperséis ahora mismo! —rugió el Marchion—. ¡Volved a vuestro trabajo y a vuestros asuntos de siempre!

Los enanos empezaron a salir de la sala. El Marchion y su séquito, en el que figuraban varios guerreros humanos, asimismo se marcharon, con la sola excepción de Shoudra Stargleam, quien se quedó para hablar con Agrathan.

—El rey ha hablado, así que ya está todo dicho —murmuró Torgar al pasar junto a Agrathan, rubricando sus palabras con un escupitajo dirigido a los pies de éste.

—El Marchion ha hecho mal en presentarse aquí de esta forma —dijo Agrathan a Shoudra una vez que estuvieron a solas.

—Varios de los miembros del Consejo han insistido en que tomara cartas en el asunto —explicó ella—. Temen que la visita del rey Bruenor haya podido sembrar ideas nocivas entre los enanos de la ciudad.

—Las ha sembrado —comentó él en tono sombrío—. Y empiezan a fructificar.

Agrathan sabía muy bien lo que decía, pues no se le escapaba la expresión de rabia y frustración que tantos de los enanos exhibían al abandonar la sala para dirigirse a los hornos. La escasa prudencia de Torgar empezaba a provocar divisiones en el clan, a insertar una cuña en la unidad de quienes vivían en Mirabar.

Agrathan sospechaba que el Marchion parecía empeñado en hincar esa cuña a martillazos.