CAPÍTULO XII

Tarnal registró al falso monje y del interior de sus ropas sacó una linterna. Obligándole a ponerse en pie, ordenó:

—Ahora vas a conducirme a esa maldita cripta.

—¡No lo haré! —denegó resuelto el supuesto descendiente de Negraluz.

—Pues yo escaparé de aquí y dinamitaré todo el monasterio. De esta forma se habrá terminado Negraluz y su tétrica historia.

Michael apartó su vista de la cabeza cercenada de Clean. Había dejado ya de tener miedo y advirtió:

—Lester y Flower siguen profundamente dormidos.

—Alguien debería quedarse aquí mientras yo voy con este tipo a la cripta para averiguar lo que pueda.

—Entonces, me quedaré yo —aceptó Michael.

Dientes dijo a su vez:

—Te acompaño.

—¿Y vosotras? —preguntó Tarnal a Susan y Vanessa.

—Vamos contigo aunque tengamos que cerrar los ojos de horror.

—Este sujeto se cree descendiente de una bruja, pero yo no creo en las brujas y si su hijo se pone por delante, va a tener trabajo —advirtió Tarnal tomando la espada que blandió en su diestra.

Abrieron la puerta que daba al interior del monasterio. Afuera no había nadie. Tarnal portaba en su zurda la linterna, iluminando el camino.

El hombre del rostro quemado, temeroso de que destruyeran todo el monasterio, les condujo a la cripta, a la cual se descendía por una puerta disimulada en la pared.

La cripta era subterránea, pero tenía una alta bóveda con una ventana que constituía un respiradero. En el interior de la bóveda había algunos murciélagos que aquella noche no habían salido de caza y que chillaron ante la luz de la linterna.

En la cripta había varios sarcófagos profanados, pero uno de piedra estaba centrado a modo de altar.

Dentro de él yacía un esqueleto humano que, extrañamente, conservaba su larga cabellera negra. Estaba manchado por la sangre que aquel siniestro personaje había vertido sobre él.

—Después de desangrarlos y decapitarlos, ¿dónde has dejado los restos de los muchachos?

—Los lobos son feroces y deben comer carne —aclaró con su voz cavernosa aquel hombre al que las muchachas no osaban mirar al rostro, monstruosamente desfigurado.

—Creo que será una horrible historia la que tendrás que contar a la policía.

—Mira, Tarnal, una grabadora —señaló Vanessa.

Tarnal se acercó a ella y la puso en funcionamiento. Inmediatamente se escucharon las inexistentes campanas que doblaban a muertos.

—Un buen truco electrónico.

—Fue obra de mi hijo. Él concibió la idea de revivir a nuestra antepasada Negraluz.

—¡Este hombre está loco, loco! —chilló Susan en medio del doblar de las campanas que brotaban de la cinta magnetofónica, oculta en la cripta del monasterio.

—Los siglos han respetado sus restos y revivirá, mi hijo ha dicho que revivirá y será como él dice, porque él es joven y fuerte. Él conseguirá que la sangre fresca recubra por completo estos restos que retornarán a la vida.

—Lo siento, pero eso va no ocurrirá jamás. Lo teníais muy bien preparado, el microbús, la noche de tormenta para que no nos fijáramos en el camino, la oscuridad del monasterio, la ausencia de útiles a emplear como armas, el laberinto y los lobos que lo custodian y a los que alimentáis de forma tan diabólica y repugnante, pero todo ha terminado. Ya no más muertes, ya no más sacrificios ante una bruja que murió hace siglos. Nos vas a contar cómo se hace para escapar de los lobos. ¿Dónde está el microbús?

—¡No lo conseguiréis nunca, nunca! ¡Podéis matarme, pero mi hijo os vencerá y resucitará a Negraluz; sólo su vuelta a la vida es lo que importa!

—Eso está por demostrar. Por cierto, ¿cómo hizo saltar el agua del claustro para que yo no pudiera atraparle?

—Mi hijo lo tenía todo previsto. Instaló un explosivo dentro del estanque con disparo por control remoto. Era por si a alguien se le ocurría hacer lo que tú intentaste.

—Averiguaremos la forma de salir. Ahora, ya hemos visto este siniestro espectáculo provocado por dos dementes.

Vanessa sintió horror al pensar que aquel esqueleto había sido una temible bruja que, aunque no poseyera poderes sobrenaturales, sí podía haber hecho mucho daño en su tiempo al ser obedecida por fanáticos dispuestos a todo y que en el monasterio perdido debían celebrar misas negras como culto a Satán.

—Salgamos de aquí.

Tarnal detuvo el magnetófono e iniciaron el retorno a la cocina, siempre vigilando por si aparecía repentinamente el otro falso monje que pretendía revivir a la bruja. Para ello, necesitaba sangre suficiente para cubrir sus restos según la profecía.

—No saldréis nunca, los lobos sólo están quietos cuando se hallan encerrados y sólo se pueden encerrar poniendo carne en su guarida.

—Pero, habrá alguna forma de llegar a la guarida, ¿no? —preguntó Tarnal.

Soltó una carcajada exclamando:

—¡Jamás la descubriréis, jamás!

En aquellos instantes, hasta ellos llegaron claramente gritos de terror.

—¡Es mi hijo, es mi hijo, al que nadie podrá detener!

—¡Corramos hacia la cocina!

—¡Yo no corro!

El monje se dejó caer de rodillas, clavándolas en el suelo.

—¡Maldito viejo! Tendría que cercenarte el cuello como habéis hecho vosotros.

—¡Mátalo, mátalo! —gritó Susan con los nervios rotos.

—No, Tarnal, sólo es un loco —pidió Vanessa.

Tarnal golpeó con fuerza la nuca del viejo, dejándolo inconsciente en el suelo. Luego, apremió:

—¡Hay que correr, pueden necesitar ayuda!

Corrieron hacia la cocina. La puerta estaba abierta y, dentro de ella, Dientes gritaba con toda su alma.

A la luz de las tres velas que quedaban y que aún no habían llegado al punto del gas, descubrieron al monje de la muerte, sosteniendo el sable de hoja ancha, algo curvo y manchado de sangre.

Michael estaba frente a él con el simple mástil de la guitarra en sus manos para hacerle frente.

El monje semejaba recrearse en aquellos instantes tras haber asesinado a Lester y a Flower.

—¡Tarnal, él nos ha engañado, las campanas doblaban y creíamos que habíais muerto! —gritó Michael.

El monje del rostro de calavera se volvió hacia los recién llegados.

Tarnal blandía un sable gemelo al suyo. Pareció pensar que no tenía una superioridad manifiesta y se retiró hacia la puerta que daba al exterior. Abandonó la cocina internándose en la niebla.

—¡Voy por él, cerrad y no abráis de ninguna manera! —gritó Tarnal.

—¡No, Tarnal, quedarnos aquí, entre tantos decapitados, es más horrible que salir afuera!

—¡Hay que capturarlo!

Tarnal salió en pos del asesino, pero no era fácil descubrirle entre la niebla y optó por caminar en dirección a la entrada principal del monasterio mientras los lobos seguían aullando en el laberinto.

Mas, no tuvieron suerte. El monje parecía haberse volatizado.

—Quién sabe dónde se habrá ocultado —gruñó Michael.

—Hemos de regresar junto a su padre. Si lo libera, tendremos más dificultades con dos psicópatas que con uno solo.

—¿Crees que el hijo ha heredado la demencia del padre? —preguntó Vanessa.

—Eso tendría que diagnosticarlo un psiquiatra y no yo. Lo cierto es que son altamente peligrosos.

Regresaron a la nave principal donde habían dejado inconsciente al hombre capturado.

El haz de la linterna recorrió rápido la gran sala del monasterio, deteniéndose sobre una figura que permanecía en pie.