CAPÍTULO III

—La campana ha cesado de tañer —observó Michael con un suspiro de alivio.

Todos miraron hacia lo alto, como esperando ver una campana quieta cuando sólo veían tinieblas.

—Está amaneciendo —dijo Tarnal—. Mirad las ventanas.

—¡Pues es verdad, chicos, está amaneciendo! —exclamó Flower, una chica anormalmente delgada y en la que destacaban unos ojos grandes, saltones, y una quijada larga.

Lester y Clean fueron hasta la puerta, y la abrieron con cuidado. Tenían un evidente recelo hacia el exterior.

—Ya no llueve —observó el apodado Clean (En inglés, limpio).

—No podrás aprovechar para lavarte —se burló Chipper.

—¡Estáis haciendo tonterías y, mientras, Ilda ha desaparecido! Habrá sido asesinada, todos hemos oído su espeluznante grito y no la hemos ayudado.

—Vamos, vamos, Susan, no te pongas nerviosa —le pidió Chipper—. Ilda ha gritado o puede que no haya sido ella, pero nosotros nada podíamos hacer. Desconocemos en absoluto cómo es esta especie de monasterio, ahora vendrá la luz del día y la encontraremos.

—Sí, eso, la encontraremos —asintió Michael agitando su pelo leonino—. Estará cansada como todos y puede haberse quedado dormida en algún rincón.

—No seas estúpido, Michael. ¿Quién se iba a dormir con el grito y las campanas doblando a muerto?

—Las campanas, no, Dientes, la campana. A ver si empezamos a multiplicarlo todo.

—Yo me largo de aquí ahora mismo —dijo Lester decidido.

—No. De aquí no se larga nadie hasta que hayamos encontrado a Ilda.

Todos se quedaron mirando a Tarnal. Lester se le enfrentó ceñudo.

—¿Y tú quién eres?

—Tarnal, creí que ya os lo había dicho. Ahora que se hace de día, veremos qué ha pasado aquí durante la noche. Afuera ya sabemos que hay lobos, pero aquí dentro, ¿qué hay?

—No pretenderás buscar catacumbas o criptas con esqueletos, ¿verdad? —preguntó Flower.

—No, sólo pretendo hallar a Ilda. No es normal lo que ha ocurrido. Mi idea es que hemos venido juntos a este siniestro lugar y sería bueno que nos largáramos juntos.

—Bueno, bueno, buscad lo que queráis, pero yo me marcho ahora mismo.

Todos miraron a Clean y luego a Tarnal. Éste le dijo:

—Está bien, si tienes prisa por irte, hazlo enseguida. Sólo espero que puedas detener las dentelladas de los lobos cuando te ataquen.

Clean dio un par de pasos hacia el exterior. Pisó la hierba llena de agua y se detuvo. Frente a él había una explanada cubierta por abundante hierba y luego se levantaban unos setos de tuyas formando un muro verde, oscuro e impenetrable. En aquel muro se abría un hueco como una puerta vegetal.

—¿Es que no viene nadie conmigo? ¿Vais a dejarme solo contra los lobos?

—¡No te vayas a mojar los pantalones, Clean! —le gritó Dientes, una chica muy vivaz.

—Está bien —refunfuñó—, busquemos a Ilda, pero en cuanto le hayamos dicho lo que se merece, nos largamos. No entiendo por qué diablos aquel tipo gordo y viejo nos trajo aquí.

—Ignoro lo que sería aquel tipo —dijo Tarnal—, pero nos ahorró un buen remojón. Ahora que cada vez hay más claridad, busquemos.

—Parece arquitectura románica —observó Vanessa.

—Sí, pero tiene algo de principios del gótico —puntualizó François.

Flower dijo con disgusto:

—Yo no sé lo que será, pero me parece siniestro.

—Fijaos allí, en las paredes. Lo que hubiera, parece destruido —advirtió Lester.

—Debía ser algún signo, quizá una cruz —dijo Tarnal.

—¿Es que este monasterio no es cristiano? —preguntó Flower.

Susan, la pequeña y graciosa Susan, estimó:

—Pudo ser católico y luego se apoderaron de él los protestantes o quién sabe.

—Sí, quién sabe, porque aunque se hubieran apoderado de él los protestantes, no habrían destruido las cruces y creo que no hay ninguna por aquí.

Empezaron a buscar por la nave cuya bóveda estaba sostenida por grandes columnas.

—Es cierto, no hay cruces por parte alguna ni ningún símbolo cristiano —dijo Michael.

Con un extraño temor en su voz de inflexiones cálidas, Vanessa manifestó:

—Se dice que algunos conventos del medievo fueron ocupados por brujas y brujos que celebraban misas negras y se declaraban hijos de Satán. Esta edificación puede ser uno de esos monasterios usurpados a la fe en Dios y entregados al diablo por monjes malditos.

Todos permanecieron callados unos instantes. Al fin, el joven Chipper prorrumpió en una carcajada que pretendía ser alegre.

—Vamos, Vanessa, a estas alturas, camino del siglo XXI, no creerás que hay brujas y brujos, ¿verdad?

—Pues yo no creo en ellos, pero les tengo cierto respeto —aclaró Clean.

—No creo que haya hechiceros —sentenció Tarnal—, sólo gentes malignas que en determinadas circunstancias pueden ser peligrosas.

—Lo que confirma que lo mejor es marcharse de aquí —insistió Clean.

—Primero buscaremos a Ilda y cuando la encontremos nos iremos.

—¿Y si está muerta? —aventuró la pequeña Susan.

De nuevo se produjo tensión en el grupo, nadie quería hablar de muerte.

El día clareaba y, aunque todo estaba lleno de agua a causa de la intensa lluvia nocturna y el cielo continuaba igualmente encapotado y amenazador, decidieron comenzar la búsqueda.

—¿Por dónde empezamos a buscar, Tarnal?

—En esta nave, aunque es muy grande, no se ve nada. Tendremos que husmear por corredores y celdas, también habrá un claustro. Este tipo de monasterios lo tenían.

La gran nave dejó de oír sus voces. A grupos, temiendo algún encuentro desagradable, cruzaron por una puerta que gruñó fuertemente a su paso.

—Por aquí no se ve nada —protestó Lester.

—Al que le pase algo extraño, que grite —pidió Flower.

—Nada pasará si estamos juntos y no nos separamos —dijo otro.

Las bóvedas seguían siendo altas, impenetrables, como constituyendo una coraza pétrea que les impidiera ver el cielo, aislándoles del mundo exterior y transportándoles al pasado. De trocar sus ropas por sayales, el tiempo habría desaparecido, los siglos dejarían de tener importancia, porque el tiempo se había detenido en aquel monasterio perdido.

Las estancias estaban totalmente vacías y olían fuertemente a humedad. Susan lanzó un grito que los detuvo a todos, agrupándose más.

—¿Qué pasa?

—¡Una serpiente! —exclamó—. ¡Una serpiente me ha pasado por entre los pies, la he notado, era suave y repugnante, podía haberme matado!

—Habrá sido una simple culebra —gruñó Tarnal.

—¡Podía haberme envenenado!

—Las culebras no envenenan —corrigió Tarnal.

—Pero son un símbolo del diablo y estamos en un templo dedicado a él. Sólo pensarlo me estremece.

—Sabemos que han sido destrozados los símbolos, cristianos, nada más —objetó Chipper con sensatez.

—Esto está muy silencioso, ni siquiera hay pájaros —observó Vanessa.

—Mientras no vuelva a llover —se lamentó Lester— podríamos marcharnos de aquí y buscar la carretera. Por lo menos, sabríamos dónde estamos.

—Es como si ese maldito chófer hubiera surgido del infierno —protestó Clean malhumorado—. No sé cómo fuimos tan estúpidos de meternos como borregos en su microbús.

—Porque llovía. Tú fuiste uno de los primeros en subirte —le reprochó Chipper.

—Ya de nada sirve lamentarse —dijo Tarnal.

—¡No la vamos a encontrar nunca!

—Cállate, Flower, te estás poniendo nerviosa —recriminó Michael.

Dientes frunció la nariz.

—Me huele que está en el monasterio. Si no, ¿adónde habría ido sola? Afuera había lobos, todos los oímos.

—¿No será ella misma una bruja? —se preguntó Lester en tono bajo.

—No seas imbécil, diantres —gruñó Michael—. ¿No hemos quedado en que no había brujas ni brujos, que estamos a finales del siglo XX, que los hombres ya hemos ido a la Luna?

—Sí, y de todo eso protestamos nosotros, los amantes de la paz y de las flores —replicó Lester—, pero que me aspen si los que aseguran que no creen en aparecidos ni en brujas no los temen. Me gustaría ver a cualquiera en este maldito monasterio afirmando que no hay brujos ni nada. ¿Y la campana? Ninguno de nosotros la tocaba.

—Puede haber alguien más, alguien que aprovechando la oscuridad ha raptado a Ilda.

—¿Y para qué la raptaría ese alguien? —preguntó Dientes.

—¿Será tonta? ¿Para qué quieren los sádicos y sátiros a las mujeres a quienes raptan?

Vanessa intervino:

—Vamos, vamos, nos estamos poniendo nerviosos.

—Sí, en vez de discutir como chiquillos sería mejor que siguiéramos buscando.

—¿Buscando a quién…? —preguntó Clean—. Si los aparecidos y los fantasmas pueden traspasar los muros cuando quieren.

—Vaya hippy estás tú hecho —le recriminó Chipper—. Mejor te quedabas en casa de tus papis a comer la sopa boba. Te presentas con la paz, las flores, la vida bajo las estrellas y ahora, como dice Dientes, te mojas los pantalones al primer fantasmita que sale.

—¡Ya estoy harto, harto, y si no fuera…!

—¿Por los lobos, te marcharías? —le preguntó la pequeña Susan.

—¿Quién ha dicho que sigamos buscando? Encontremos de una vez a Ilda y, si nos ha gastado una broma, nos va a oír.

—No seas bocazas, Clean, y camina.

—Creo que lo mejor sería formar dos grupos —propuso Tarnal—. Rodearemos el claustro y así ahorraremos tiempo.

—¿Y si nos perdemos caminando cada cual por su lado? —preguntó Vanessa.

—No, rodearemos el claustro. Hay varias puertas, las abriremos todas sin abandonar el claustro, sólo hay que dar vistazos. La campana nos hace pensar que no estamos solos, puede haber algún monje solitario, un anacoreta o algún maníaco.

—O la propia Ilda, que nos gastó la broma tañendo la campana.

—Pero si ella ignoraba dónde estaba la campana —observó Dientes.

Clean, muy molesto a causa del miedo que se había apoderado de él, replicó:

—¿Quién sabe si lo sabía o no? ¿Acaso sé yo si tú misma, Dientes, conoces dónde está la campana? En realidad, ninguno sabe nada de los demás. Somos tipos estrafalarios que nos hemos ido conociendo en la carretera o en cualquier refugio sucio y maloliente diciendo que estábamos hartos de la sociedad de consumo y algunas zarandajas más, pero si nos mojamos queremos cubrirnos, si hay un automóvil subimos a él, lo que ocurre es que no queremos trabajar para pagarlo, eso es todo.

—Si pensabas así, ¿por qué te lanzaste a la carretera? —interrogó Vanessa.

—¿Y yo qué sé? Quizá es porque de puro imbécil me aburría, pero ahora me gustaría estar en otra parte.

—Sigue, Clean, ¿y quizá comiendo? —preguntó Michael.

—Pues, la verdad, siento un extraño vacío en el estómago, pero no tengo hambre, ¡no la tengo!

—No te lamentes, ya no te aburres, tienes diversión y el miedo te hace olvidar el hambre. ¿Qué más quieres, Clean?

—¡Está bien, está bien, burlaros de mí, pero los demás pensáis como yo, lo que no os atrevéis a manifestarlo! La mayoría hemos salido a la carretera por snobismo, por la moda de hacer algo que destaque, pero el hambre nos roe la barriga, los pies se nos cansan. Olemos peor que las bestias y dormir bajo un cielo encapotado que amenaza lluvia en otoño no es nada romántico.

—Clean, si ya has terminado con tu espectáculo de histerismo, podemos formar los grupos.

—Tarnal tiene razón.

—«Tarnal tiene razón, Tarnal tiene razón» —remedó Clean—. Tú, Vanessa, siempre dices lo mismo.

—Vendrás con Vanessa y conmigo, Clean, también Michael y Dientes. El otro grupo lo formáis vosotros, Susan, Flower, Chipper, Lester y François.

Este último, que había permanecido bastante callado, dijo:

—De acuerdo, nos encontraremos al término de rodear el claustro.

Los dos grupos se separaron.

Tarnal se enfrentó con las puertas, algunas de ellas abiertas ya, las otras cerradas. Mostraban capillas o dependencias que nada contenían, apenas hierros, clavos en las paredes. Incluso la suciedad que podían haber dejado hombres de paso por el monasterio, tras utilizarlo como refugio durante una noche o un año, se había descompuesto totalmente.

El moho abundaba por todas partes. Se podía oír el gotear del agua en lugares que ni siquiera veían. Las hiedras dominaban las paredes exteriores del claustro y subían enredándose por las columnas y capiteles románicos, formando gruesos brazos de hojas verde oscuro dentro de las cuales podía ocultarse cualquier animal del tamaño de un gato o un búho.

Sus pasos resonaban sobre el pavimento de los corredores. Sus voces hallaban los ecos más extraños según se apartaran o acercaran a las dependencias adyacentes.

—¿Y dónde estarán las celdas de los monjes que habitaron esto en el pasado?

—Pueden estar arriba, en el piso superior, o en otra ala del monasterio.

Tras la explicación de Tarnal, Clean, siempre nervioso, masculló:

—A mí me gustaría saber qué habrá por abajo. Los monasterios siempre tienen siniestros sótanos.

—No empieces a pensar en aparatos de tortura y otras tonterías. Por este monasterio han pasado más de media docena de siglos y todo estará descompuesto —dijo Michael.

Vanessa comentó:

—Los sarcófagos de piedra que hay suspendidos en las paredes están vacíos.

—Esta clase de monasterios, al igual que las tumbas egipcias, solían ser profanados por enemigos de los religiosos que aquí pudieran estar, también por bandidos o simples vagabundos que, al amparo de la soledad, lo profanaban todo.

—¿Tumbas violadas? Pero ¿qué iban a encontrar dentro? Apenas polvo, quizá algunos huesos enteros.

Clean gruñó:

—Podían ser muy caninos.

Tras rodear el claustro que unía las dependencias del monasterio perdido entre montes, inmerso en una vegetación húmeda y feroz, los dos grupos de jóvenes se encontraron.

—No hemos visto nada de particular, claro que algunas naves parecían tener otras puertas que dan a lugares distintos.

—Una de ellas debe tener escalera para subir al piso superior y seguramente habrá una ancha terraza. Este tipo de monasterios del final del románico y principios del gótico la tienen, y por alguna otra parte se podrá llegar también a la torre del campanario, torre que ni siquiera hemos visto y que, si mal no recuerdo en mi barniz de historia del arte, lo mismo puede estar unida a la nave principal, a las dependencias del claustro que a la cripta.

—Si hay que husmear en la cripta, no contéis conmigo —rezongó Clean.

—Sólo falta esta puerta —indicó Vanessa.

Dientes observó:

—Parece que hay luz dentro.

Hubo un movimiento de retroceso en varios miembros del grupo.

Tarnal, Michael, Chipper y François no retrocedieron. Este último rezongó:

—Si hay luz, y ninguno de nosotros la ha encendido, es que hay alguien dentro.

Clean tragó saliva. Con voz queda cuchicheó:

—Eso es que Ilda sigue gastándonos una broma.

—Pronto lo sabremos.

Tras aquellas palabras, Tarnal se adelantó hacia la puerta, abriéndola.

Los seculares goznes chirriaron de forma desagradable. Al fin quedó frente a ellos, iluminada, una pequeña estancia de algo más de veinte metros cuadrados.

—¡Nooo, es la cabeza de Ilda! —gritó Susan con todo el terror que embargaba su ser.