Kurt Austin aguardó en la oscuridad mientras las aeronaves daban vueltas y empezaban a acercarse. De pie en el borde del helipuerto, observó cómo el primer dirigible se aproximaba flotando y descendía lentamente hacia la pista. Con las hélices inclinadas hacia abajo en posición vertical para disminuir la velocidad de descenso como los retropopulsores de un módulo de aterrizaje lunar, los microbots salieron despedidos como las cenizas de un volcán.
Se arremolinaron en el aire, una nube de polvo metálico, y cayeron flotando a la cubierta cero.
A escasa distancia de allí, de rodillas, Jinn observó cómo la nube caía, pero no hizo el más mínimo movimiento. Era un hombre vencido, un hombre totalmente derrotado. Parecía distinto, pensó Kurt.
—Me mandará a la cárcel —murmuró.
—Le caerán al menos diez veces los años que le restan por vivir —contestó Kurt.
—¿Se imagina a un hombre como yo sobreviviendo en la cárcel? —preguntó Jinn, alzando la vista.
—Lo suficiente para volverse loco —respondió Kurt.
Jinn miró al borde. La oscuridad lo atraía.
—Déjeme marchar.
Kurt comprendió lo que tenía pensado hacer.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Como deferencia a un enemigo vencido —murmuró Jinn.
Kur lo miró fijamente un largo rato. Sin pronunciar palabra, retrocedió.
Jinn se puso en pie y miró a Kurt.
—Gracias —dijo, y acto seguido se volvió.
Dio tres pasos y desapareció.