56

Joe se sumergió en el agua del lago Nasser con un viejo traje de buceo. No era exactamente el antiguo traje de salvamento Mark V con escafandra de latón que Estados Unidos había dejado de usar poco después de la Segunda Guerra Mundial, pero no le iba a la zaga.

Llevaba una escafandra de acero inoxidable que pesaba casi quince kilos encajada en la cabeza sobre los hombros del traje. Un cinturón con veinte kilos de lastre le ceñía la cintura, y las botas con peso le hacían caminar como Frankenstein.

Un tubo para el aire, un cable de acero y un conducto de alta presión para bombear el Ultra-Set se hallaban conectados a los soportes de los hombros. Le hacían parecer una marioneta, pero, cuando se metió en el agua, Joe se alegró de contar con todo el peso y la seguridad del cable de acero.

Aquel lastre lo mantenía en equilibrio en medio de la turbulenta corriente. El cable, que estaba conectado a un bote de submarinismo situado encima de él, era la única forma de ascender con todo el peso con el que cargaba. Si se partía, Joe se hundiría hasta el fondo como una piedra y probablemente lo sacarían dentro de unos mil años, para desconcierto de futuros arqueólogos.

Joe no tenía el más mínimo deseo de ir al otro barrio. Lo único que quería era impedir que el agua se llevara la presa.

Si él y el supervisor estaban en lo cierto, la brecha principal era contenible, y aunque el incidente era un desastre, sobre todo para los más próximos a la presa, no era un cataclismo. La brecha se extendería, tal vez hasta alcanzar la anchura completa de la presa, pero el núcleo de arcilla y la suave pendiente de la estructura impedirían que siguiera erosionándose.

Al final, como el agua al derramarse por una bañera desbordada, el nivel del agua del lago descendería hasta otro equivalente a la hondura de la brecha y el torrente disminuiría de velocidad hasta detenerse finalmente.

Pero si los microbots estaban excavando el núcleo de arcilla desde el túnel, la increíble presión del agua debilitaría el propio núcleo. Con el tiempo, este cedería. Se formaría una brecha más grande, más honda y más irregular, y no habría nada que impidiera que la presa se desplomara del todo.

Cuando los pies de Joe tocaron la superficie inclinada situada debajo de él, el altavoz de su escafandra crepitó.

—¿Me oye, submarinista?

Era el supervisor. Estaba en lo alto, poniendo su vida en peligro en el bote de submarinismo junto con el mayor Edo y otro técnico.

—A duras penas —dijo Joe.

—Estamos a poco más de treinta metros de la brecha —informó el supervisor—. Sigue ensanchándose a un ritmo de noventa centímetros por minuto. Dispone de menos de treinta minutos para encontrar el punto de entrada o quedaremos atrapados en el tubo de salida y seremos arrastrados por encima de la presa.

Joe pensaba de otro modo. Dentro de veinte minutos, la brecha estaría tan cerca que ni él ni el bote podrían combatir los efectos de la corriente.

—Nunca he querido lanzarme por unas cataratas en un tonel —dijo—, y sigo sin querer hacerlo. ¡Manos a la obra! Empiecen a bombear el colorante.

Una bomba situada en el bote comenzó a retumbar, y un segundo conducto conectado a la manguera del Ultra-Set aumentó la presión.

Abajo, un chorro a alta presión de partículas de color naranja fluorescente empezó a salir de la manguera. Joe encendió una luz negra sujeta a la escafandra. Las partículas se iluminaron como luciérnagas mientras se arremolinaban en el agua turbia que corría lentamente a la izquierda de Joe.

En el límite de su campo de visión, vio que se aceleraban hacia la superficie en dirección a la brecha de la presa. Esa era la zona mortal. Cuando la corriente a alta presión llegara hasta él, no habría escapatoria.

Recorrió el muro, saltando de lado como un astronauta en la Luna. Expulsó el colorante hacia arriba y hacia atrás en la zona donde sospechaba que se encontraba el punto de entrada del túnel. El colorante fluía de forma extraña sobre la superficie irregular de los cantos rodados y las piedras.

Diez minutos y veinte pasadas más tarde, seguían sin tener suerte.

—Tenemos que ir más hondo —señaló Joe—. Apártense de la presa.

—Cuanto más nos alejemos, más fuerte nos arrastrará la abertura de la presa —dijo el supervisor.

—O eso o lo dejamos —repuso Joe.

—Espere.

Un segundo más tarde Joe notó que el cable de acero lo elevaba de la pendiente. Desde allí fue arrastrado otros diez o doce metros hacia atrás y volvió a descender.

Al caer, notó la succión lateral de la corriente tirándole de los pies. Apretó el gatillo del espray fluorescente y vio que se enredaba en la contracorriente a la izquierda. Al principio no parecía distinto de sus otros intentos, pero esa vez Joe reparó en un movimiento en forma de remolino.

—Tres metros a la izquierda —dijo.

—¿Más cerca de la brecha?

—Sí.

Joe echó a andar. En lo alto, el bote de submarinismo se movió con él. Apretó otra vez el gatillo y apuntó con el chorro de partículas reflectantes justo al centro del remolino.

Las relucientes partículas se arremolinaron, y la mayoría del espray fue absorbido por un hueco entre dos travesaños de hormigón del tamaño de traviesas de ferrocarril y se desvaneció como peces desapareciendo en un coral ante un depredador. Ocurrió tan rápidamente que Joe tuvo que expulsar otro chorro de espray para asegurarse.

—Lo he encontrado —dijo—. El hueco está entre dos pilones de hormigón en el fondo. Noto la succión.

A medida que Joe se acercaba, advirtió que el boquete lo atraía. Vio que desaparecía arena y gravilla alrededor de los bordes de los travesaños. Debajo de ellos se estaba abriendo un cráter; podía ver lo que parecía un agujero de cincuenta centímetros de diámetro.

Encajó un pie contra uno de los travesaños de hormigón para evitar ser succionado. Tenía muchas ganas de tapar el agujero, pero no le apetecía hacer de tapón.

—Estoy listo para el mejunje.

—¿Mejunje?

—El Ultra-Set —aclaró Joe, aguantándose con dificultad.

—Encendiendo las bombas —dijo el supervisor.

Con cuidado de mantener el equilibrio, Joe consiguió introducir el extremo delantero de la manguera en la abertura. Cuando la presión aumentó, apretó el gatillo.

El Ultra-Set empezó a fluir a alta presión, y parte del polímero se escapó al agua y adquirió el aspecto de la nata montada al crecer y endurecerse. La mayor parte del polímetro entró en la brecha aspirada por la succión del túnel.

—¿Cuánto se expande esta sustancia? —preguntó Joe.

—Veinte veces su volumen original —contestó el supervisor—. Y luego se endurece.

Joe esperaba que así fuera. Y si quedaba algún microbot en el núcleo tratando de ensanchar y ampliar la brecha, esperaba que quedara atrapado en ella e inmovilizado como un insecto en ámbar.

La corriente tiraba de él hacia la izquierda, y oía el rumor de las cascadas por encima del motor del bote y de la bomba.

—¿Alguna novedad? —preguntó Joe al cabo de unos treinta segundos.

—Control informa de la presencia de colorante naranja en el géiser inferior —informó el supervisor—. El flujo del agua sigue igual.

—¿Qué cantidad de esta sustancia tenemos?

—El tanque tiene una capacidad de dos mil doscientos litros —le dijo el supervisor—. Bombea novecientos litros por minuto.

Joe esperaba que fuera suficiente. Sostuvo la boquilla de la manguera y recolocó los pies para hacer frente a la contracorriente.

El mayor Edo habló por la radio.

—Señor Zavala, estamos muy cerca de la brecha. El motor funciona a toda potencia para evitar que nos arrastre la corriente. Si pudiera darse prisa…

Joe miró arriba a través del visor que había en la parte superior de la enorme escafandra. Vio las luces de la parte inferior del bote y las turbulencias en la zona donde la hélice giraba.

—No estoy haciendo una pausa para el almuerzo precisamente —dijo.

Cerró la boca de la manquera un instante, subió a la zona de los cantos rodados y, usando el efecto de palanca de sus pies, empujó un canto rodado por la pendiente hasta el boquete. La piedra se encajó y dejó una fisura mucho más pequeña.

Joe volvió a introducir la manguera y apretó otra vez el gatillo.

—Dé máxima presión a la manguera —dijo—. Debemos llenarlo por completo.

Joe mantuvo presionado el gatillo, y el Ultra-Set salió a chorro. Mientras lo hacía, notó que la corriente variaba a su alrededor. La succión de la abertura estaba disminuyendo, pero la fuerza transversal que lo arrastraba hacia la brecha estaba aumentando.

—Control informa de que la corriente está disminuyendo. ¡Está saliendo Ultra-Set del géiser!

A Joe le resbaló el pie izquierdo cuando la corriente transversal se intensificó, y de repente se vio rodeado de espuma roja. El túnel estaba lleno del Ultra-Set que salía del agujero ahora tapado como una botella de refresco con gas que se hubiera abierto después de ser agitado.

Joe se sostuvo y acto seguido volvió a tropezar. Cerró la válvula.

—¡Súbanme! —gritó.

El cordón de acero lo levantó de la pendiente y luego lo volvió a bajar, pero no fue un tirón vertical, sino un tirón lateral que casi le hizo trastabillar. Por un instante Joe se quedó confundido. ¿Por qué estaba siendo arrastrado de lado?

Un grito procedente de arriba resolvió el enigma.

—¡Estamos atrapados en la corriente! —gritó el mayor Edo—. ¡Estamos siendo arrastrados hacia la brecha!