Las puertas del ascensor se abrieron y dejaron ver el piso superior de la pirámide de Marchetti y un lujoso vestíbulo. Tres de los hombres de Jinn se encontraban apostados allí y se volvieron al oír el tintineo del ascensor.
Era una reacción natural. No tenían motivos para sospechar que había problemas. De hecho, miraron a Kurt como si se estuvieran poniendo firmes cuando la onda sonora de la Atormentadora los alcanzó y cayeron de rodillas.
Uno dejó escapar un gruñido, otro retrocedió dando traspiés y volcó una mesa con un jarrón encima que se estrelló ruidosamente en el suelo, y el tercero simplemente se cayó.
Kurt soltó la palanca que alimentaba el sistema mientras Paul, Gamay, Tautog y Varu inmovilizaban a los hombres con unas esposas del calabozo. Estos parecían desconcertados y confundidos por lo ocurrido.
—Conozco ese dolor, por eso os entiendo —afirmó Kurt—. Lo experimenté hará unas doce horas.
Los hombres fueron amordazados con cinta adhesiva y encerrados en el cuarto del conserje.
—Por aquí —dijo Marchetti, dirigiéndose a la derecha.
Llegaron a la esquina, donde el vestíbulo se juntaba con el pasillo. Kurt asomó la cabeza y vio que estaba vacío.
—Vamos.
A mitad del pasillo llegaron a una gran serie de puertas de dos hojas. Marchetti se acercó a un teclado. Mientras introducía su código, muy por debajo de ellos se oyeron tiros. Unos pequeños estallidos que sonaban como pistolas de petardos disparándose.
—Algunos de los hombres de Jinn deben de estar resistiéndose —dijo Gamay.
Kurt asintió con la cabeza.
—Deprisa.
Marchetti introdujo el código mientras Paul y Tautog cargaban la Atormentadora.
Kurt abrió las puertas de una patada y le dio al interruptor. No había nadie.
—¿Nos hemos equivocado de habitación? —preguntó Gamay.
Kurt apagó la máquina, entró y echó un vistazo. Alguien había dormido en la cama. Olía a fragancia de jazmín. El mismo perfume que Zarrina llevaba. Por lo visto estaba más unida a Jinn de lo que creían.
—Es la habitación correcta —dijo—. No los hemos pillado por poco.
Kurt pasó como un huracán por delante de Marchetti y murmuró:
—Puede que le interese cambiar las sábanas.
—O quemar toda la cama —recalcó Marchetti.
Kurt avanzó por el pasillo mientras seguían resonando disparos. Los otros corrieron para alcanzarlo.
—Eso explica por qué sus hombres se pusieron firmes —observó Paul—. Creían que alguien volvía.
—¿Y adónde han ido? —preguntó Leilani.
—Solo se me ocurre un sitio —dijo Kurt.
Jinn se encontraba en la sala de control de Aqua-Terra conmocionado por lo que había ocurrido. Zarrina, Otero y Matson estaban a su alrededor, junto con el operador de radar y otro de sus guardias. Los demás, poco menos de diez hombres, se hallaban dispersos, luchando contra la tripulación de Marchetti y unos tipos que parecían marines estadounidenses.
—¿Cómo? ¿Cómo es posible? —preguntó—. No hay lanchas patrulleras ni helicópteros. ¿Por dónde han venido?
—Tenemos un vídeo del nivel de las celdas —dijo Otero, mirando un ordenador portátil—. Lamento decirlo, pero se trata de Austin.
—No puede ser —espetó Jinn—. Está muerto. Lo he matado dos veces.
—Pues ha resucitado —repuso Otero, girando el portátil hacia Jinn—. Mire.
Era Kurt Austin. Jinn no concebía cómo aquello podía estar ocurriendo. Era como si Austin hubiera aparecido como un fantasma. Una idea de lo más adecuada considerando que Jinn estaba seguro de que lo había mandado al otro barrio.
Los disparos se aproximaban. Desde la cubierta de observación, se podía ver a unos cuantos secuaces de Jinn corriendo hacia la plaza central de Marchetti. No llegaron.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Zarrina—. Esta batalla está perdida.
Jinn examinó la distribución del lugar. No llegarían al dique seco, donde estaba amarrado el hidroavión. Y aunque llegaran, unas balas correctamente dirigidas o los misiles que había llevado consigo a bordo acabarían con ellos.
—No podemos huir —dijo.
—Y tampoco podemos librar esta batalla —contestó bruscamente Zarrina—. Solo somos cinco.
—Silencio —le espetó Jinn.
Estaba intentando pensar, buscando desesperadamente una forma de volver las tornas. Miró a Otero.
—Accede a la plaga y activa el transmisor.
Otero se puso a teclear en su portátil y a continuación se lo empujó a Jinn a través de la mesa.
—Ya tiene acceso.
—¿Qué piensa hacer? —preguntó Matson.
Jinn no le hizo caso. Empezó a teclear. Despacio al principio, asegurándose de que estaba en la zona adecuada del sistema, y luego más deprisa.
Unos disparos en el pasillo lo apremiaron a seguir.
Seleccionó un comando del menú y pulsó ENTER.
La puerta de la sala se abrió de golpe y estalló un tiroteo. Las balas rebotaron por la estancia.
Jinn se puso a cubierto mientras Matson y el operador de radar eran eliminados. Segundos más tarde, el otro guardia de Jinn fue liquidado cuando intentaba disparar.
—¡Ríndase, Jinn! —gritó la voz de Austin.
Jinn se encontraba detrás de una isla en el centro de la sala de control que tenía muchos de los mandos cruciales en la superficie. Otero y Zarrina estaban apretujados detrás con él.
—¿Qué pasará si nos rendimos?
—Los esposaré y los entregaré a las autoridades pertinentes.
—¿Espera que crea que no nos matará?
—No sabe cuánto me gustaría… Sin embargo, no es una decisión que me corresponda tomar a mí —respondió Austin—. Pero no espere volver a Yemen. Yo diría que su destino es el Tribunal Internacional de Justicia o una base militar estadounidense.
—¡Me niego a que me pongan en manos de esa gente! —gritó Jinn.
—Entonces dé la cara y resolvamos esto de hombre a hombre.
Jinn podía ver el reflejo de Kurt. Estaba oculto a la vuelta de la esquina del mamparo de acero. Jinn no tenía ninguna posibilidad. Si se levantaba, Kurt lo eliminaría. Si se escondía, el estadounidense o algún miembro de su equipo no tardaría en flanquear su posición.
—Tengo una idea mejor —dijo Jinn—. Le voy a dar una lección sobre el poder y su uso correcto.
Echó un vistazo al portátil. Un parpadeante cuadro verde en la pantalla le indicó que sus instrucciones habían sido enviadas y recibidas. Ya podía actuar.
Desenfundó el arma de su pistolera, presionó el seguro con el pulgar hasta que hizo clic y la sostuvo fuertemente contra el pecho.
—Se le está acabando el tiempo —le informó Kurt Austin.
Jinn ya lo sabía.
Colocó el cañón de la pistola contra la parte trasera del cráneo de Otero y apretó el gatillo. La explosión amortiguada lanzó al programador informático y lo que quedaba de su cabeza al espacio descubierto del suelo. El segundo disparo de Jinn hizo añicos el portátil y lanzó pedazos de plástico y microchips por todas partes. Disparó otra vez por si acaso y destrozó la pantalla del ordenador.
Lanzó el arma a un lado.
—Me rindo —dijo, levantando las manos.
Resguardado por el mamparo, Kurt observaba a Jinn en el mismo reflejo en el que Jinn lo había visto a él. Algo no encajaba. Había visto a Jinn sacar el arma y había esperado que el hombre pelearía hasta el final, pero la bala que había disparado a Otero a la cabeza y el hecho de lanzar el arma resultaban sospechosos, por no decir otra cosa.
Zarrina lanzó su arma y levantó las manos. Jinn y ella se levantaron poco a poco, y Kurt apuntó con su carabina M1 al pecho de Jinn.
—Si se mueve, lo mato.
Kurt entró en la sala. Paul y Tautog entraron después. Se desplegaron.
Kurt intuía que se trataba de una trampa. Sin dejar de apuntar con el rifle a Jinn, inspeccionó a los hombres muertos: el guardia, Matson, lo poco que quedaba de Otero y el operador de radar.
No encontró nada fuera de lo corriente, pero el rostro de Jinn seguía luciendo una expresión de suficiencia, como si acabara de esconderse una carta en la palma de la mano o se hubiera salido con la suya.
—¿Qué ha hecho? —susurró Kurt, esperando que saltara una trampa explosiva o que se produjera un estallido—. ¿Qué ha hecho?
Jinn no dijo nada. Kurt se fijó en el portátil hecho pedazos. Se dio cuenta de que Jinn acababa de ejecutar a Otero, el programador. Las dos cosas tenían que estar relacionadas.
Unos gritos entraron por la puerta abierta procedentes de mucho más abajo. Pertenecían a los hombres de Tautog en la cubierta cero.
—Está pasando algo —gritó uno de ellos—. ¡El mar está vivo!
Kurt salió. A través de la niebla nocturna vio que el agua se estaba agitando.
—¡Marchetti, encienda las luces!
Este corrió hacia el tablero de control y se puso a activar una hilera de interruptores. A medida que encendía los focos situados encima y debajo del agua, empezaron a iluminarse secciones de mar alrededor de la isla. Kurt vio enseguida lo que estaba ocurriendo.
El agua se revolvía como si estuviera hirviendo. La plaga que los rodeaba había subido a la superficie y se dirigía en tropel a la isla.
—Los ha llamado —susurró Marchetti con temor—. Los ha llamado a la isla.
Jinn se echó a reír, una risa profunda que resultaba siniestra, sádica y rebosante de un orgullo ególatra.
—Ahora entenderán a lo que me refiero con poder —dijo—. Si no me sueltan, la plaga los devorará a todos.